V16 obligatorio, caro y rastreable: asi te venden control disfrazado de seguridad

La modernidad ya ni se disimula: sales de casa, llenas el depósito a precio de reliquia faraónica y, cuando aún estás procesando el atraco, descubres que ahora también estás “invitado” -obligado, pero con cariño- a comprarte una baliza V16 geolocalizable. No una luz. No un simple aviso. No. Un farito inteligente que, además de brillar, te persigue digitalmente como si fueras Bruce Willis en una mala película futurista. Y todo, por supuesto, envuelto en ese mantra hipnótico que debería ir ya grabado en mármol: “Es por tu seguridad”. Ay, qué dulzura. Qué emoción. Qué ganas de abrazar a quien inventó esta frase y susurrarle al oído: “¿Y cuánto ganas tú con mi seguridad, campeón?”.

Porque vamos a decirlo como es: nadie se levanta un lunes pensando en salvar tu vida si no puede facturar por el camino. Y aquí, detrás de esta lucecita tan mona, hay facturación del tipo que hace que algunos se froten las manos con la misma alegría con la que tú te frotas los ojos cuando ves el precio. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es el teatrillo: “Tranquilo, ciudadano, la baliza no es para controlarte, es para protegerte”. Qué entrañable. Qué maternal. Qué milagroso que los mismos que recortan médicos, cierran plantas hospitalarias, vacían la atención primaria y te dejan tres horas en urgencias, de pronto, cuando pinchas una rueda, te quieran más que a su infancia. En la carretera sí te cuidan. En la sanidad, si eso, ya veremos.

Y aquí empieza el festival: cada aparato obligatorio últimamente viene con GPS, SIM, nube y sonrisa institucional. Antes los objetos servían para algo. Ahora sirven para algo y, de propina, te vigilan un poquito, pero suave, sin que duela. Y siempre, siempre, siempre “por tu bien”. Y ya no queda ni rastro de la opción silenciosa, la opción muda, la opción que no convierte un pinchazo en un informe digital. Se acabó la privacidad incluso en la desgracia. Hasta el tornillo rebelde que se cae en mitad de la autopista queda registrado en algún servidor que tú no verás en tu vida. Y hombre… si van a mirar tanto, al menos que miren también las listas de espera, ¿no?

Pero no: eso no se mira. Lo que se mira es dónde estás tú. A qué hora te has parado. Cuánto tardas. Cuánto respiras. Cuánto ocupas. Y lo aceptamos con esa somnolencia colectiva tan moderna que ya ni nos extraña nada. Porque, claro, la V16 no es el problema. El problema es lo que normaliza. El problema es lo fácil que nos dejamos domesticar mientras nos dicen que estamos siendo protegidos. La gente cree que vive en un capítulo amable de Black Mirror, y no: estamos en la temporada en la que los ciudadanos colaboran encantados con su propio rastreo porque viene envuelto en un plástico naranja fluorescente.

Y encima, barato no es. Obligatorio, sí. Qué combinación tan deliciosa para cualquier gobierno que debería venir con lacito: “Toma, cómprate esto caro. Si no, multa. Pero oye, que es para cuidarte”. Igualito que las mascarillas a precio de caviar. Igualito que la app que no usó ni el programador. Igualito que los drones vigilando playas vacías en agosto. Siempre protección. Siempre salvación. Siempre negocio.

Y llega el momento clave: te quedas tirado, bajas del coche, maldices, sacas la V16, la enciendes… y ahí estás tú, iluminado por una luz naranja y por la sensación maravillosa de saber que tu privacidad acaba de morir un poquito más. Pero tranquilo, estás seguro. Segurísimo. Conectadísimo. Rastreabilísimo. Eres prácticamente una baliza humana con coche integrado.

Cuando juntas “obligatorio”, “caro” y “rastreable”, no estás protegiendo ciudadanos. Estás creando una base de datos con ruedas. Y la gente, tan moderna, tan ocupada, tan confiada, sonríe mientras aprieta el botón naranja, como quien aprieta una tecla del consentimiento perpetuo. Si de verdad les importara tu seguridad, tendrías médicos suficientes, ambulancias que llegan, urgencias que no colapsan y centros de salud que funcionan.

Pero sigamos, total, ya estamos en ello. Hoy es la baliza. Mañana será el coche. Pasado, la puerta de tu casa. Después, tú. Y cuando lo hagan, te dirán lo mismo: “Es por tu seguridad”. Esa frase que ya debería venir con advertencia sanitaria: puede provocar pérdida de libertad, aumento del control y daños permanentes en la autonomía personal.

Termino y terminaré como se merece este asunto: con claridad quirúrgica. El problema no es la baliza. El problema es el patrón. El problema es que cada vez que te venden seguridad, te quitan soberanía. El problema es que mientras te obligan a comprar lucecitas mágicas, ellos recortan en lo que realmente salva vidas: médicos, ambulancias, y un sistema sanitario que agoniza. Así que sí, compra tu baliza si quieres. Pero que no te vendan el cuento. No nos están iluminando la carretera. Nos están iluminando la jaula. Y lo peor no es que la jaula tenga luz: lo peor es que quieren que la aplaudamos.

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