La realidad es un pulpo

 ¿Qué tienen que ver los nuevos modelos del discurso de la izquierda con un pulpo? Fácil, la forma de hacer territorio. La morfología del cefalópodo es una estructura de algún modo radial, desde un eje central coordinador, el cerebro, hacia numerosas ramificaciones ejecutivas, los tentáculos, con las que explora el medio, sin olvidar que lo hace para dominarlo, pues el pulpo es un depredador que se caracteriza por su inteligencia, de modo que su voluntad es mediada con planificación. 

Entendamos la realidad como una resolución del misterio originario en el que seguimos naufragados por más que simulemos saberlo todo. Todo sistema se erige para tratar de configurar un ordenamiento de realidad según coordinadas de sentido que asumimos vivencialmente haciéndolas parte de nosotros.

El caso es que, durante mucho tiempo, la izquierda reaccionó contra la tendencia totalizante del sistema capitalista. Aunque éste es dado a establecer oligarquías corporativas en un esquema de dominio vertical, lo cierto es que el individuo siempre tuvo ante sí la alternativa: la posibilidad de ampliar conocimientos, de emprender diferentes formas de vida, de elegir su proyecto de existencia, de crear e incluso de abandonar el sistema. 

Digamos que, en el sistema capitalista, se concentra cierto poder económico, pero éste fluctúa y por ende, cambia de manos, mientras que el sentido existencial sigue dependiendo estrictamente de los individuos, pues no olvidemos que el capitalismo se nutre teóricamente del personalismo cristiano. La izquierda, sin embargo, suele obviar que en los estados socialistas clásicos se concentró todo el poder político en la estructura estatal y burocrática de un modo incuestionable y brutal, pues al no depender de algo que fluctuase, el poder era ejercido unidireccionalmente. Muchos marxistas, conscientes de esta brutalidad se alejaron del discurso clásico hacia la socialdemocracia y el nuevo discurso del progreso. 

No obstante, este discurso ha tomado, desde la performatividad y el psicologismo convertidos en nueva normatividad, un cariz más pretencioso y totalizante. Ya no se trata del poder del capital o del mando político, sino del poder de la palabra, esto es, del discurso mismo, que es más elemental, pues estipula la forma misma de la realidad desde la raíz. Este poder incide en todo aspecto, en todo ente y establece de antemano: qué es realidad, verdad, bien, humano, mundo…en definitiva, itodo. La palabra marca parámetro de ser y existencia. 

Su forma es efectivamente la de un pulpo, pues los dominios de esta inteligencia empoderada lo abarcan todo: desde el más remoto gen de nuestro cuerpo hasta la estrella que parpadea en los confines de la materia negra. No es metáfora sino literal. Este discurso es capaz de implementar cambios tan drásticos como modificarnos fisiológicamente fundiéndonos con tecnología con tal de seguir delirando la demencia del progreso ilimitado. 

Nuestra existencia ha quedado reducida a un puñado de células y ecuaciones entre neurotransmisores, sin posibilidad de realizarnos con plenitud vocacional, pues a nuestra experiencia personal se le ha sustraído la vivencia, y este sacrificio se ha hecho, dicen, en aras del bien común. Es el aparato de captura más sofisticado y eficiente de todos los tiempos, capaz de llegar a otros planetas, de alterar nuestra bioquímica si se desea, dirigir el sistema productivo a escala planetaria, imoldear en este sentido a nuestros hijos desde la infancia o de alentar a las masas hacia modelos de vida reproductivos y caracterizados por la inercia. 

También, como los pulpos, este sistema tiene su veneno, capaz de paralizar a sus presas, ahora sujetas. El nuevo sujeto se halla conformado entre los tentáculos del progreso: conformado porque éstos le dotan de identidad; conformado porque está conforme así moldeado a gusto del sistema. 

El individuo queda diluido en las colectividades identitarias que con-forman el territorio del pulpo. Este incapacita todo trato personal, toda circunstancia única e irrepetible. Su voluntad es homogeneizarlo todo, democratizarlo todo, hacer del misterio algo resuelto, aunque sea a costa de hacer de la realidad un producto fácil de consumir y experimentar en el que estar conforme y conformado. Es el fin de la revolución y también el del hombre y el del tiempo. Se ha instaurado la verdad desde múltiples ramificaciones que operan en todas partes a nuestro alrededor. Quizás en un último esfuerzo por la supervivencia, uno trate de mimetizarse con el medio y pasar así desapercibido… grave eror: el territorio es parte del pulpo también y tú…tú eres la presa.

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