Aunque la mona se vista de seda…

Con sudadera y mochila a la espalda, así ha reaparecido en plena calle Pablo Iglesias. Hemos perdido ya el recuerdo de cuando fue la última vez que el exvicepresidente compartió el frío asfalto con el resto de los mortales, a los que antaño él mismo denominaba “lúmpenes”. La vida del primer podemita ha cambiado mucho desde que aquel líder revolucionario dispuesto a “asaltar los cielos” abandonó el barrio al que siempre juró no dejar atrás. Su pisito de Vallecas se ha convertido en un chalet con piscina en una zona privilegiada de Madrid con unas impresionantes vistas, para su disfrute personal, de la Santa Basílica del Valle de los Caídos -desconocemos si esto obedece a algún plan para construirse un mausoleo al estilo Lenin, que es lo que a él le gusta-. Ha vuelto, tan solo físicamente, a sus orígenes. Pero vuelve con un patrimonio que lo convierte en ese 1% de españoles millonarios con los que se lanzó a guerrear hasta la extenuación. Más de un millón y medio de euros entre él y su consorte tienen la culpa. Porque ya deberían saber todos ustedes que cuando un comunista dice que acabará con la pobreza, se refiere única y exclusivamente a la suya.

Él asegura no haber abandonado a la lucha obrera, pero la clase obrera sí lo ha abandonado a él. Sabe lo que se juega el 4M además de la supervivencia de su partido en una de las pocas autonomías donde aún conserva algo más que cenizas y enemigos. No compite con el PSOE en el tradicional “cinturón rojo” de Madrid. Es plenamente consciente de que el sorpasso de Vox a Podemos en los municipios y barrios más humildes de la comunidad del oso y el madroño está prácticamente asegurado y que esto condenaría a muerte a un proyecto ya sentenciado por los innumerables fallos a causa de un personalismo inaguantable para sus bases. Para las huestes de Iglesias sería imperdonable ver como los “fachas que van a misa en Mercedes” reciban un mayor apoyo de los españoles que se levantan a las seis de la mañana para llevar pan a la mesa de sus familias. Pero ya deberían asumirlo. Podemos no es más que una ínfima sombra de lo que fue. Ya no atrae a los currantes de verdad, desengañados de un Gobierno que prometía rescatar a todas las familias pero que no decía nada del aumento exponencial de bandas criminales y delincuencia en sus calles.

La izquierda ha convertido Madrid en la jungla de cristal y los españoles no perdonan cuando se trata de la seguridad de los suyos. Podemos solo conserva ya una pequeña caterva de universitarios pijoprogres y niños mimados que confían más en el “papá Estado” que en la ley del esfuerzo. Y, solo con eso, no se sostiene un proyecto político. El comunismo tiene fecha de caducidad en las mentes de los jóvenes -dejaremos a un lado los eternos fanáticos de izquierda unida, porque carecen de solución-. La progresía intelectual muere súbitamente cuando nace la necesidad de salir al mundo real a ganarse el pan.

El Iglesias de 2021 se ha disfrazado del Iglesias de 2014, pero ahora es millonario y, lo peor de todo, los españoles lo saben. Él mismo se ha enterrado como otro error en la crónica negra política de este país. El 15 de abril de 2020, durante con confinamiento duro que encerró a los 47 millones de españoles y nos sumió en una miseria bolivariana sin precedentes que dura hasta nuestros días, Pablo, en el Congreso de los Diputados, dijo lo siguiente: “Tengo mucha suerte porque tengo jardín en mi casa para sacar a mis hijos y soy consciente de que millones de familias en este país están teniendo a los niños en pisos de 40, 50 o 60 metros”. Traducción: os hemos confinado, pero, descuidad, sigo en la trinchera cuidando de vosotros mientras me bebo un mojito en mi piscina con mi señora mientras nuestra asesora, a la que pagáis vosotros, nos cuida a los niños. Ese fue el preciso instante en el que Iglesias insultó y tomó por tontos a sus electores. Les meó en la cara y les aseguró que llovía. Lo que no se dio cuenta es que estaba escupiendo hacia arriba. Y la gravedad, al contrario que el comunismo, es infalible.

El 4M, obtenga representación o no, la izquierda radical quedará tocada y hundida. El batacazo del modelo de redistribución equitativa de la riqueza abofeteará directamente a las élites progres de salón. Los madrileños escogerán libertad. Los madrileños residentes en las zonas más deprimidas a causa, precisamente, de las políticas sociales fallidas y las continuas estafas electorales del PSOE y Podemos, escogerán convertir el cinturón rojo en verde y Santiago Abascal será quien eche la primera palada de tierra encima del denostado y ridiculizado cómplice del hambre y la ruina.

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