Aceptar para cambiar

Creo que una de las cosas más complicadas en esta vida es hacer autocrítica. Criticar a los demás es extremadamente fácil, ya saben, eso de ver la paja en el ojo ajeno se nos da de fábula, pero lo de hacer una reflexión serena de qué somos, cuáles son nuestras debilidades, nuestras tendencias menos elegantes, eso ya es harina de otro costal. Ahí la cosa se complica bastante. Digo todo esto porque los últimos años no dejo de preguntarme qué es lo que nos ocurre para que seamos tan dóciles y tan “bien mandaos”, por qué aceptamos de tan buen grado según qué situaciones.

La respuesta inmediata es porque no estamos ni tan mal. Puede que para nuestros estándares de lo “aceptable” la situación no justifique salir a la calle a reivindicar nada. La segunda derivada no es tan sencilla, averiguar por qué nos sentimos bien cuando suben los precios de los combustibles, de los alimentos esenciales, cuando nos mienten una y otra vez a la cara, averiguar esto puede que aporte respuestas poco agradables.

Resolver esa segunda derivada igual nos muestra una parte de nosotros mismos que no queremos ver, que posiblemente nos avergonzara y como en el cuento del “Nuevo traje del emperador” aun completamente ciegos, prefiramos aparentar ver hasta el más sutil encaje. ¿Acaso alguna vez nos hemos parado frente al espejo y nos hemos preguntado si todo eso por lo que nos quejamos podría resolverse si cambiáramos apenas algo nuestro comportamiento?

En los últimos días, nos hemos hecho cruces porque en nuestra legislación hay algunos huecos que permiten que en determinadas situaciones algunas personas cobren comisiones millonarias. Es algo legal pero moralmente reprochable nos dicen. Al mismo tiempo, tanto el presidente del Gobierno como el jefe de la oposición utilizan argucias dialécticas para mandar mensajes equívocos que buscan dar por buenos hechos que distan bastante de la realidad, es decir, tratan de engañarnos. Pero eso no nos duele tanto.

Podemos aceptar que nos traten de idiotas, pero no llevamos bien que alguien se haga rico trabajando poco. Nos parece mucho más grave que un jugador de fútbol se embolse una buena mordida por llevar una competición a un país extranjero que el hecho de que en ese país no se respeten los derechos humanos que en él, nosotros que somos tan feministas, las mujeres no sólo tengan que romper un supuesto techo de cristal, sino las mismas puertas de los estadios para poder ver un simple partido de fútbol.

Igual debemos recapacitar y poner en duda nuestra escala de valores. Querernos un poco más, seguir indignándonos porque alguien robe, pero seguir indignados porque nos mientan o traten de colárnosla una y otra vez. Castigar a quien no cumpla lo prometido, entender que vale más la palabra dada que los millones que tengamos en determinado paraíso fiscal, que no es más inteligente y digno de admiración el que defrauda sino el que respeta la ley. Es complicado descubrir que no somos los más listos ni los mejores del patio, pero debemos hacer autocrítica, porque si no, seguiremos siendo igual de mediocres, dóciles y manipulables como lo somos ahora.

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