
Ayer fuimos muchos los que acudimos a la enésima manifestación para exigir la dimisión del Gobierno actual. Si miramos hacia atrás, no han sido pocas las ocasiones en las que los españoles nos hemos organizado para salir a la calle y pedir responsabilidades a quien ejerce el poder. Sin embargo, la respuesta siempre ha sido la misma: disminuir la importancia de las manifestaciones, llamar ultraderecha a la población que expresa libremente su opinión, y máquina del fango a los valientes periodistas que señalan, una y otra vez, sus mentiras y los casos de corrupción que lo rodean. No obstante, si comparamos todas estas concentraciones con los escándalos que salpican al Gobierno, pocas me parecen.
Seguir la política actual se ha convertido en una forma de tortura para cualquier español medio, porque no hay día en que no surja una nueva noticia más irritante que la anterior. Por hacer un repaso, solo en esta semana tenemos la investigación del Fiscal General del Estado -que no imputación, puesto que ese término desapareció con la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal de 2015-. Ante esto, en lugar de dimitir, vemos cómo tanto el Presidente del Gobierno como todos sus Ministros se presentan frente a los medios para criticar la labor de los jueces y defender la posición del Fiscal, sin diferenciar el discurso de este del del resto del Gobierno, como si efectivamente fuera uno más en el Consejo de Ministros.
Únicamente, todas las triquiñuelas elaboradas por el Gobierno serían motivo más que suficiente para que se paralizara el país, incluso para que cayeran todos y cada uno de los integrantes de la Ejecutiva Sanchista. Del entorno más directo de Pedro Sánchez, se está investigando a su mujer, su hermano, su antigua mano derecha -José Luis Ábalos- y a varios miembros de su equipo de Gobierno, y aun así no hemos visto ni una sola dimisión.
Si nos retrotraemos una semana más, nos enfrentamos a otro escándalo, como fue el de introducir una enmienda que permitiera liberar antes de tiempo a los presos etarras. Mención aparte merece el hecho de que la oposición no detectara este error antes de votar a su favor, lo que demuestra que ninguno de los diputados se lee lo que vota, sino que obedecen fielmente lo que el partido que los ha colocado ahí les indica que deben votar. Esta es la consecuencia directa de tener un sistema tan corrupto como el de las listas cerradas y bloqueadas. Pero, como digo, este es un tema aparte que, como país, algún día tendremos que enfrentar, o al menos eso espero.
Volviendo al asunto de la enmienda, esto sí que sirvió de reflejo para una cuestión muy evidente, ya que, mientras los que nos posicionamos en la derecha recriminamos al Partido Popular y a Vox su error, avergonzándonos de quienes consideramos ‘de los nuestros’, los seguidores del Sanchismo y la izquierda se dedicaron a celebrar que ‘le habían metido un gol a la ultraderecha’. Y es que nos enfrentamos cada vez más a dos Españas: la de Sánchez y los de su ideología frente a todos los demás.
El problema principal es que su España, la del presidente del Gobierno, ha perdido todos los valores que deben entenderse como básicos en una sociedad sana. La unidad frente al terrorismo, la defensa de la vida frente al crimen, la lucha contra la corrupción y la separación de poderes han sido principios que siempre han defendido los dos partidos mayoritarios de este país o, al menos, así lo expresaban. Sin embargo, ahora, han tirado todos estos principios a la basura.
A pesar de todo esto, parece que hemos perdido la capacidad de asombro. Da igual el asunto del que se trate, ya que damos por hecho que Pedro Sánchez siempre se situará en el lado malo de la historia, utilizando las instituciones a su antojo para defender a su esposa, a su hermano, apoyando la ‘no dimisión’ del FGE… No hay límite moral ni ‘línea roja’ que el Presidente del Gobierno no haya cruzado hace tiempo. Sin embargo, ahí siguen los suyos, apoyándolo frente a todo y pese a todo. Sinceramente, no me puedo imaginar qué pasaría si una mínima parte de los asuntos que ahora salpican a Moncloa ocurriera con un Gobierno del Partido Popular. Lo más seguro es que los informativos abrirían todos los días con la noticia, dedicándole horas y horas, incluso con especiales, hasta que el último español del pueblo más perdido del país se enterara de las maniobras de la mujer del presidente. Lo que sucede es que, como el Gobierno es de izquierdas, esos que están acostumbrados a quejarse ahora están a otras cosas, como señalar que los malos no son los políticos corruptos, sino los jueces que los investigan.
Por tanto, a ‘La España de los demás’ no nos queda más remedio que seguir saliendo a las calles de nuestro país, aunque nos sintamos cansados y desanimados, para señalar punto por punto cada uno de los escándalos de este Gobierno, y cómo cada uno de los principios morales que nos han traído hasta aquí está siendo pisoteado, cada institución está siendo okupada. Porque, tomando parte del discurso de Javier Milei, que ayer se leyó en la manifestación por parte de Marcos De Quinto, somos moralmente superiores, y esto es algo que en la derecha parece que nos cuesta entender y defender.
Para concluir, como dice el sabio refranero patrio: ‘No es lo mismo valor que precio, si no tienes valores, entonces tendrás precio’. Está claro que estamos ante un ser sin ningún valor, cuyo precio pasa por permanecer unos minutos más en el Palacio de la Moncloa. Por lo tanto, la única opción posible es confiar en que podamos despertar a la otra España, la España de los valores, la que no se vende a ningún precio.






La mitad de España sigue votando PSOE. No sé qué más necesita