No hay Paz sin Justicia

Ayer un simple humo blanco cambió por completo la perspectiva de millones de ciudadanos del mundo, movilizaron hasta gobiernos que reaccionaron a la identidad que se escondía bajo ese aire níveo. Nada nuevo, lo que siempre suele suceder tras la elección de un Papa por su impacto en el mundo como máximo representante de miles de millones de creyentes en la fe que representa. En los países democráticos, además, la confesión religiosa, por consejo de la Iglesia, puede condicionar muchos votos. Eh ahí el interés de ciertas facciones ideológicas en intentar arrastrar a su ciudadanía al ateísmo o al laicismo. No en vano, estos gobiernos tienden a crear un sistema impositivo de creencias incuestionables, manejadas a través de las leyes y de los medios de comunicación para cubrir esa necesidad humana de respuestas a las preguntas elementales que las religiones responden.

Aún a pesar de todos estos intentos, la Iglesia católica tiene un enorme poder en el mundo a través de la fe y de sus dogmas y preceptos. Es por ello que, tras la elección del nuevo pontífice, se analiza cada palabra o acción que haya producido en su vida para determinar el camino de su pontificado y conocer en qué puede, con su palabra, ayudar o perjudicar a los proyectos políticos de cada país. El Papa, que es muy consciente de ello, mide al milímetro cada una de esas primeras palabras que pronuncia en el balcón de la Plaza de San Pedro, porque sabe que de ello va a depender en mucho la visión que no sólo los católicos, sino también los dirigentes del mundo, van a tener de él y de la Iglesia a la que representa.

Y no es cualquier cosa. Si el Papa hubiese pronunciado alguna consigna contra algún país, o contra la migración u otra situación que pudiera afectar a algunos países, con ello hubiese podido poner en peligro la vida de muchos misioneros y misioneras en sus destinos de cualquier rincón del mundo. Y es sólo un ejemplo.

Destinar, como lo hizo ayer León XIV, sus primeras palabras a la paz, representa toda una declaración de intenciones por parte de un estudioso no sólo de la Teología, sino que es licenciado en Matemáticas y con mención en Filosofía. Espíritu y razón, una auténtica lucha interna que representa, quizás, en este pontífice, toda una declaración de intenciones que, si analizamos adecuadamente el discurso, podemos entender con mayor claridad. Una lucha que no es única y que representaría el equilibrio que lo caracteriza y que ha caracterizado, en general, su vida y sus decisiones.

Y es que este, amable y cercano, parte de la paz, de la necesaria paz que necesita el mundo y por la que trabaja la Iglesia. Un mensaje que tiene un trasfondo, sin lugar a dudas, no sólo con la situación que vivimos de tensión y de guerras en el mundo, sino que también en relación con la situación de tensión que también se ha vivido en los últimos tiempos en el seno de la propia Iglesia, dividida entre aquellos que desean un mensaje y un comportamiento más ejemplar y progresista, y quiénes se esconden bajo el velo de la ortodoxia más inamovible.

A los primeros les ha conformado con el mensaje continuista con la línea del Papa Francisco, al que menciona con cariño y admiración. Eso sí, lo recuerda en el capítulo del amor a la Iglesia y al mundo, al que mandaba desde ese balcón su bendición. Pero también, de forma muy especial cuando indica: “»La humanidad necesita a Cristo como puente para ser alcanzada por Dios y su amor. Ayúdennos y ayúdense unos a otros a construir puentes con el diálogo, con los encuentros, uniéndonos a todos para ser un solo pueblo siempre en paz. ¡Gracias al papa Francisco!». El nuevo Papa continuará, según estas palabras, aceptando y acogiendo en el seno dela Iglesia a todos los que la necesiten “para ser un pueblo en paz”, en lo que no deja de mencionar al primer Papa argentino.

A los segundos, los ortodoxos, les ha lanzado tres mensajes. En primer lugar, la vestimenta con la que salió al balcón para anunciar su nombramiento, que no continuaba el ejemplo del Papa Francisco, sino que se cubría de cierto protocolo púrpura y oro, colores del papado. En segundo lugar, el retorno a los aposentos papales, obviando la decisión de su antecesor de dormir en la casa de Santa Marta, más humilde. Por otro lado, algo que ha parecido pasar desapercibido para muchos, su mensaje de justicia, que podría resumirse en que no hay paz sin justicia, justo uno de los mensajes claves del Papa Juan Pablo II.

En este punto debemos recordar que en, su misión en Perú, el ahora Papa luchó contra las injusticias y crímenes del Gobierno de Fujimori y contra las atrocidades del grupo guerrillero de ultraizquierda Sendero Luminoso. Un hombre de Dios que no se amilanó en ningún momento, sin mirar el color político, sino las consecuencias desde un punto de vista humano.

Por lo tanto, y atendiendo a las circunstancias que le han llegado en estos momentos, debemos entender que León XIV será un Papa cercano, que atenderá con especial atención las injusticias sociales, trabajará por una paz justa, pero no traspasará ciertos límites acogiéndose, en ese sentido, quizás, más a la postura de Juan Pablo II. Estamos ante un hombre que, como señalé al principio, tiene una vida marcada por la persecución del continuo equilibrio. Probablemente, está garantizado, será pro emigración y por los derechos de los migrantes, algo que podría chocar con las políticas del actual Gobierno de Italia y con la tendencia en Europa a cuestionar estas políticas aperturistas.

Respecto a los derechos de mujeres u homosexuales, deberíamos apostar por una neutralidad poco reconfortante para aquellos que necesitan mayor grado de implicación de la Iglesia, aunque con el matiz de la integración, la aceptación y el cobijo en su seno de los segundos. Dudo mucho que sea capaz de ir más allá. Ojalá me equivoque.

León XIV sabe bien qué alfombras pisa y sabe que debe andar con cuidado porque podría resbalar en ellas y eso sería fatal para la Iglesia que representa y para el mundo profundamente dividido. Estoy convencido, eso sí, que su concepto de la justicia necesaria para la paz tiene matices mucho más sociales e incluso económicos o de derechos fundamentales que los que persiguió un Juan Pablo II muy generalista en estos términos pero profundamente ortodoxo en sus escritos y en sus dictámenes, incluso mucho más que los de Benedicto XVI, aunque la mayoría desconozca este punto.

Auguro un papado que podría ser declarado como de una transición larga, en el que apostará, en la sombra, por la sustitución paulatina de aquellos más ortodoxos por nuevos cardenales con una visión más abierta del mundo y de las diferencias que deben ser erradicadas en pro de la paz, pero también de la justicia. Sabe que, sin una estrategia a largo plazo, no podrá cumplir los objetivos que le dejó encomendados el Papa Francisco y que ahora se convierten en suyos. Pero, para ello, es imprecindible poder mantener la paz en el propio seno de la Iglesia.

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