
Durante años, España gritaba a las cuatro de la tarde. Gritaba en platós sudorosos, entre exclusivas de alcoba y guerras de peluquería. Sálvame fue el espejo chillón de una época: histriónico, deslenguado, adicto al escándalo como quien no puede vivir sin azúcar. Pero esa España está dejando de existir.
Ayer, TVE estrenó La Familia de la Tele, y lo que debía ser una fiesta se pareció más a un velatorio con focos LED. 807.000 espectadores. Un 10,1% de share. Ni la reaparición de Belén Esteban, ni los chascarrillos reciclados, ni el plató con olor a plató lograron conectar. ¿Por qué? Porque España ya ha cambiado de canal… y de mentalidad.
Gritar ya no seduce. Lo que durante años fue nuestro pasatiempo -el morbo televisivo como rito tribal- hoy nos suena a otra era, una que empieza a darnos más vergüenza que nostalgia. La televisión no se ha enterado, pero su espectador sí. Los datos no mienten: el consumo de televisión tradicional está en mínimos históricos -170 minutos al día- mientras el público migra hacia otras plataformas. Pero el problema no es solo tecnológico, es cultural.
No huimos del televisor por capricho, huimos de una televisión que no ha evolucionado con su audiencia. Porque mientras TVE intenta resucitar al zombi del cotilleo, Javier Peña arrasa con Hope: estamos a tiempo, una serie documental que habla de soluciones reales al cambio climático. Cero gritos. Cero peleas. Cero exclusivas cutres. Solo contenido. Solo inteligencia. Solo respeto. Y funciona. Funciona porque una parte creciente del país ya no quiere evasión chillada. Quiere verdad. Quiere contenido que no le insulte la inteligencia.
La Familia de la Tele es el tipo de programa que llega tarde a todo. Como un invitado con ron a una reunión de ex alcohólicos. No es solo que el formato esté gastado: es que ya no nos representa. El cotilleo vociferante fue útil o -útil en su forma más tóxica- cuando necesitábamos evadirnos de la precariedad y reírnos del desastre ajeno. Hoy, que la nevera cuesta más de llenar y la salud mental está por los suelos, la humillación pública ha perdido gracia. Ya no queremos histeria, queremos historias. No buscamos humillación, sino emoción. Queremos reírnos, sí, pero no instalarnos en el absurdo.
El verdadero drama no es que La Familia de la Tele no funcione. El verdadero drama es pensar que podría funcionar. Es seguir sin entender que el país ha madurado. Que el espectador medio -el mismo que antes pedía sangre- ahora pide sentido. Y que los formatos que no lo comprendan están condenados a repetirse eternamente, como fantasmas que no saben que están muertos.
Lo que se emitió ayer no fue un programa. Fue un espejo retrovisor. Una mirada a un pasado que ya no nos da risa. Solo vergüenza ajena. Porque La Familia de la Tele no es solo un fallo de programación. Es un síntoma de desconexión profunda con el país real. Ese que ya no necesita una Belén Esteban diaria para sentir que pertenece a algo. Ese que empieza a decir: esto ya no va conmigo.
España está cambiando. No con discursos, ni a lo Hollywood. Cambia poco a poco, desde abajo, desde la fatiga, desde una lucidez que, por fin, se atreve a exigir algo más. Y por eso, si la televisión quiere volver a tener sentido, no debe mirar al pasado con nostalgia, sino al presente con humildad. Porque el país ya no quiere ruido: quiere verdad. Y lo mejor de todo es que está preparado para escucharla.

Autora de Siente y vive libre, Toda la verdad y Vive con propósito, Técnico de organización en Elecnor Servicios y Proyectos, S.A.U. Fundadora y Directora de BioNeuroSalud, Especialista en Bioneuroemoción en el Enric Corbera Institute, Hipnosis clínica Reparadora Método Scharowsky, Psicosomática-Clínica con el Dr. Salomón Sellam
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