Agitprop: les conviene tensión y drama

Ya lo confesó el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero a Iñaki Gabilondo, gracias a un traicionero micrófono abierto: “Nos conviene que haya tensión”, “yo voy a empezar a dramatizar un poco a partir de este fin de semana”, “nos conviene mucho”. Todo esto ocurrió en el contexto previo a unas elecciones generales que, finalmente, otorgaron al PSOE su segunda legislatura.

Los estrategas políticos y mediáticos saben perfectamente que la polarización y la hipérbole son recursos metalingüísticos, a menudo incluso más efectivos y socialmente más tolerados que las armas. En comunicación política, esto se denomina agitación y propaganda en adelante, agitprop. Este método alcanzó, tristemente, su máximo esplendor en el siglo XX, tanto por el nazismo como el comunismo. Aunque, desde un punto de vista histórico y artístico, conserva un notable valor, son herramientas que, en el mejor de los casos, han separado a familias o amistades y, en los peores, ya se pueden imaginar las consecuencias.

La agitprop suele presentarse con un envoltorio dulce y apetecible, mientras oculta las intenciones más oscuras del ser humano. Normalmente, se basa en medias verdades que señalan como supuestos responsables a quienes comúnmente se conocen como cabezas de turco o chivos expiatorios. Esto se ha visto claramente en el linchamiento que están sufriendo algunos periodistas por el hecho de incomodar a políticos y propagandistas en la sede de la soberanía nacional española.

Estos globos sonda se difunden a través de diversos medios y tienen múltiples funciones respecto a la sociedad: poner a prueba su paciencia, agitarla y desesperarla, distraerla de lo verdaderamente importante con mensajes demagógicos, silenciarla, etc. Todo ello con un único fin: controlar a la sociedad civil en medio del ruido e imponer el relato que más conviene en cada momento. A muchos se les llena la boca de “democracia” y “libertad”, pero sus actos acaban pareciéndose a los de una sociedad orwelliana.

Hoy en día, los medios convencionales han cedido terreno ante unas redes sociales saturadas de memes simplistas, tanto por parte de políticos como de numerosos usuarios anónimos, que no dudan en difundir mensajes carentes de análisis, rigor y contexto. Me atrevería a decir que el meme o sticker político que cualquiera puede editar con su móvil es una versión cutre de la elaborada cartelería soviética y nazi, con la diferencia, eso sí -y siendo ecuánimes- de que estas últimas se cobraron muchas más vidas inocentes. La agitprop también tiene un componente intimidatorio, ya que puede incluir prácticas como el doxing; es decir, el ciberacoso dirigido a perfiles cuyo único “pecado” es pensar políticamente diferente o, simplemente, caerle mal al acosador.

El problema se agrava cuando muchos medios de comunicación con protocolos éticos venden campañas contra las violencias -escolar, laboral y familiar-, pero a la vez contribuyen a caldear el ambiente contra rivales, se rasgan las vestiduras contra regímenes autoritarios y luego participan en guerras sucias contra compañeros. ¿Dónde está la responsabilidad social corporativa de los medios españoles y su obligación constitucional de informar verazmente? Si me permiten una advertencia, les animaría a estar atentos a épocas como la que estamos viviendo, que no son electorales, pero que son claves para que, cuando llegue la hora de votar, todos estemos desesperados y acabemos cayendo -al menos, según la teoría- en las garras de cualquier rapaz.

A grosso modo, me quito el sombrero ante los políticos y comunicadores que argumentan cabalmente y saben debatir con sus oponentes de forma adulta. Para todos ellos no tengo queja alguna, siendo la escucha al rival la virtud que más se debería explotar. Estoy convencido de que el periodista o creador de contenido debe contrapesar los excesos del político de turno, actuando como un digno altavoz de la sociedad civil. También me quito el sombrero ante el comunicador que pregunta libremente e irrita educadamente al poderoso. Y, finalmente, descubro mi rostro -en señal de respeto- ante el comunicador que se financia exclusivamente con sus espectadores.

Sin embargo, denuncio desde estas líneas a la persona que profesionalmente mete cizaña para crear caos y desorden público -ya sea en la calle o en redes sociales- y, posteriormente, recibe su cheque, ya sea en forma de dinero o ego. Denuncio desde este artículo de opinión a todos aquellos que se aprovechan de los ideales e ideas de los ciudadanos para lucrarse.

Cuando se dice que la mayoría de nuestros políticos y comunicadores viven en una realidad paralela, es una verdad como un templo: son incapaces de ver cómo las campañas de acoso y difamación repercuten en la vida de ciudadanos de a pie. Aunque yo diría que viven en una realidad para lelos, porque solamente un lelo puede creer que el 100 % -o casi- de la población tolera sus fechorías y sus apaños bajo la mesa.

Para concluir, quisiera plantearles unas preguntas: ¿Cómo es posible que gobernantes que lideran un Estado “social, democrático y de Derecho, que propugna como valores superiores la libertad, la igualdad y el pluralismo político” normalicen la crispación y el acoso al diferente? ¿Qué ganan enfrentando a los españoles?

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