Black Fraude: el día internacional de tomarnos por idiotas

Llega el Black Friday -perdón, Black Fraude-, esa festividad moderna en la que las tiendas unen fuerzas para recordarnos que, si no compramos, somos unos fracasados sin propósito vital. Un día mágico donde los precios bajan… después de haberlos subido durante dos meses. El milagro económico de la estafa legalizada.

Porque, seamos serios: el Black Friday no es una rebaja, es una performance artística en la que los comercios fingen ser generosos mientras te clavan un sable láser por la cartera. “Antes 1999 €, ahora 1995 €”. Qué detalle, casi me emociono. Sí, casi como cuando encuentras un calcetín sin pareja en la lavadora.

Las etiquetas rojas ya ni engañan: parecen alarmas de incendio que gritan “Huye, pringado”, pero allí va medio país a darse tortas por un smartwatch que acabará abandonado en un cajón junto a los cargadores de Nokia. Y todos, contentos, aplaudiendo como si acabaran de ganar la lotería.

El Black Fraude es ese día precioso donde te venden un producto mediocre, al mismo precio de siempre, pero con un cartel que pone “–60 %” en tamaño XXL. Y claro, la gente entra en trance: pupilas dilatadas, tarjeta temblando, cerebro desconectado… España entera convertida en un episodio de The Walking Dead. Y, por supuesto, las “ofertas sorpresa”: te meten en la web, te hacen comerte 200 pop-ups, te regalan un cupón que no funciona y, cuando por fin llegas al carrito… ¡chan, chan, chaaaan! Gastos de envío que cuestan lo mismo que un vuelo a París. ¡Productazo!

Pero lo mejor de todo es la psicología: ellos crean la “Necesidad”. Tú la compras. Ni siquiera sabías que querías un cortador de piña eléctrico con autolimpieza, pero ahí estás, como si fueras el James Bond del ahorro mientras tu cuenta bancaria llora en silencio. Y no olvidemos los algoritmos asesinos: esos genios digitales que saben qué productos mostrarte incluso antes de que los hayas soñado. Te ves a ti mismo pensando: “¡Qué casualidad! Justo lo que estaba buscando”. No, campeón, es marketing predatorio con título universitario en manipulación emocional.

El Black Fraude está lleno de “últimas unidades” y “solo hoy”, que se traducen directamente a: últimas unidades, quedan 3000, pero hagamos que pienses que solo hay 2. Solo hoy… hoy, mañana, pasado y la semana que viene también, pero no vaya a ser que te lo pierdas. Cada vez que tu cerebro escucha la palabra “escasez”, se activa el modo mono primitivo: comprar todo lo que veas antes de que otro lo haga. Fascinante, ¿verdad? La ciencia demuestra que tu lado racional sale corriendo, gritando, mientras tu tarjeta de crédito sufre un ataque de ansiedad. Todo se tiñe de negro, con luces parpadeantes y carteles gigantes.

Porque nada dice “oportunidad única” como ambientarlo como si fuera un funeral de tu sueldo. Entras al pasillo y parece que estás en un velatorio, pero en lugar de flores hay ofertas que no necesitas y, en lugar de llanto, hay consumidores corriendo como si fueran protagonistas de una película de acción barata. “Lo he comprado porque estaba barato”. Claro, campeón. Igual que te compras una galleta gigante de chocolate a precio de lingote de oro porque “ahorras comparado con el kilo de ayer”.

El Black Fraude no premia la inteligencia financiera, premia la capacidad de creerse que te has salvado de ser estafado mientras te están sacando las tripas al ritmo de un anuncio de tres segundos. Al final del día, Amazon, MediaMarkt, Zara y demás cadenas celebran su triunfo mientras tú presumes de haber encontrado “la oferta del año”. Spoiler: eres parte del show. Ellos se ríen, cuentan sus beneficios y tú te quedas con tu robot aspirador que ni sabes cómo encender, pero que, oye, era un chollo irrepetible.

En resumen, el Black Fraude no es un día de ahorro. Es un ritual comercial donde el marketing te deja en evidencia, donde tus decisiones son manipuladas y tu cuenta bancaria se convierte en el sujeto pasivo de un thriller psicológico. Pero no pasa nada: al menos te puedes reír de ti mismo mientras lo cuentas. Porque, si no puedes derrotarlos, disfruta del espectáculo… desde la distancia, con tu cartera intacta y un sarcasmo bien afilado.

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