El poder de los tontos

Vivimos en una estultocracia, palabra que no sé si existe ya o no para la RAE pero debería. Sí está oclocracia, cuyo significado es parecido pero no igual.

No hace mucho que un ciudadano escribía en Twitter que “la ortografía es un marcador de clase social que sólo sirve para demostrar que has estudiado y las miles de horas que perdemos con ella las podríamos dedicar a cosas útiles”, lo que fue respondido por D. Arturo Pérez-Reverte, con su acidez característica: “Se beia benir haze tienpo rezpetar la hortografia es un bomitivo acto facista.O sea, que la ortografía es facha, algo que algunos ya nos barruntábamos.

Y tiene razón. La ortografía es facha. Toda la Gramática lo es. Incluso la Lingüística completa. Y no digamos la Historia, incluso la reciente. No hay más que preguntar en cualquier universidad a los alumnos (no me atrevería a hacerlo a los profesores) quién fue Adolfo Suárez, Miguel Ángel Blanco¸ Santiago Ramón y Cajal o Lola Flores, por poner ejemplos diversos. Lo de Lola Flores no me lo invento. El otro día, en un programa de TV, un tipo de unos 25 años ignoraba por completo quienes fueron ni Lola ni nadie de su familia. Y se lo estaba diciendo a la nieta de la Faraona, que no debía de dar crédito a lo que oía.

Históricamente, la imagen que se nos ha transmitido de lo que comúnmente se llama “la derecha” es la de unos paletos atrabiliarios y violentos, con pocas luces. Y se pone siempre como ejemplo el de Millán Astray, así caricaturizado en la última película de Amenábar. Sin embargo, se ha contrapuesto siempre la intelectualidad de la izquierda, personalizada en la generación del 27, en la Institución Libre de Enseñanza y tantos y tantos excelentes parlamentarios liberales, republicanos, radicales, socialistas y comunistas que hubo en el último tercio de XIX y principios del XX.

La derecha siempre ha sido dibujada en blanco y negro y la izquierda en color. En color rojo, por supuesto. Eso ha sido un acierto propagandístico, hay que reconocerlo. Derecha palurda de sacristía y cuartel contra izquierda ilustrada y humanista.

Para qué vamos a recordar aquí a Regino Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Agustín de Foxá, César González Ruano, Manuel Machado, D’Ors, Marquina, Julio Camba, Josep Pla o Jaime Campany. Fachas… Fachas, pero una pléyade de escritores, periodistas  e intelectuales a años luz de los vulgarísimos Suso de Toro, Ana Pardo de Vera, Jesús Maraña, Almudena Grandes o Lucía Etxebarría, que firman manifiestos de “intelectuales” sin vergüenza alguna.

Al contrario que antes, cuando la ignorancia se procuraba disimular, disculpar y corregir, ahora se exhibe impúdicamente y, además, se justifica en que la cultura es de derechas. Se impone entre la juventud la “kultura alternativa”, y se llaman así a los “talleres” en los que se enseña desde hacer tatuajes, charlas sobre medio ambiente, sobre el racismo, la igualdad de género, batukadas y similares. Poco o nada de talleres de cultura clásica, literatura del XIX, cine negro, talleres de radio, novela, ciencia… mil cosas.

Antaño, el deseo de nuestros padres, los que no tuvieron acceso a una educación completa y que tenían las manos llenas de callos, era que sus hijos fueran más inteligentes que ellos, más capaces, aprendiesen no sólo a leer y escribir sino que se formaran bien para aspirar a ser mejor que ellos. Eso lo lograron con muchos de nosotros, pero nosotros, la generación “Baby Boom” de los 50/60, no lo hemos conseguido. Muchos de nuestros hijos son más incultos que nosotros, menos curiosos, más indolentes, más manejables, más vagos,  leen menos y son menos solidarios, por mucho que en las encuestas digan otra cosa.  Y coincide con que hay una generación, la de los 70/80, la “Generación X”, en la que ha aparecido gente inteligente pero malvada, que se aprovecha de esos “millenials” y “Generación Z”, o “centennials”, para llevarlos a su redil.

La cultura cuesta su esfuerzo. Y no vivimos precisamente en una sociedad acostumbrada a él. Por eso perseguimos metas instantáneas y miramos poco a largo plazo.

Cuando uno busca un médico, un mecánico, un abogado, por supuesto espera y desea que sea el mejor. Que sepa mucho más que él de lo que hay que hacer. Antes los ciudadanos procuraban elegir políticos brillantes y preparados.  Pero ahora, cuando uno elige a un político, no pedimos que sea un tipo con un amplio currículo, un historial de años de trabajo, unas titulaciones y una preparación que le permita desarrollar son solvencia su trabajo. Nada de eso.

Ahora buscamos para que nos gobierne a alguien como nosotros, alguien con quien nos sintamos identificados. No pedimos conocimientos, pedimos que sean colegas. Como si para operarnos del corazón buscáramos a un chaval de 2º de Medicina, de la edad de nuestro hijo pequeño, el que estudia peluquería…

Hoy, los políticos y las políticas “de género” se permiten enmendar la plana a la RAE o a la Real Academia de la Historia o al sursum corda. Ahora se va a perpetrar el  que los alumnos puedan pasar de curso con más suspensos porque la izquierda es igualdad. Igualdad por abajo, claro. La izquierda de ahora nunca ha premiado la excelencia, ha fomentado la estulticia, la vagancia y el desprecio por el trabajo bien hecho. Incluso por el trabajo simplemente.  Los empollones siempre hemos sido fachas, pero ya no habrá ese problema. Ya nadie necesitará ser empollón así que se acabó la discriminación. Todos, igual de burros. Todos vamos a ser Adriana Lastra y a disfrutarlo.

Hoy, los analfabetos funcionales nos gobiernan sin ningún complejo. Por eso los votantes están bien representados y tan contentos consigo mismos.

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