De bufón a Ministro

En el universo de la extraña y exótica fauna que habita en los océanos, se hallan unos peculiares peces, tales como el pez piloto y la rémora, que, adosados al cuerpo del tiburón, se alimentan de los restos de éste, y muy especialmente de sus parásitos. Muy lejos de suponer un ejercicio de parasitismo con un potencial peligro colateral de ser devorados por su anfitrión, les abriga en una importante protección, habida cuenta de que el escualo se siente confortado al saber que su huésped le está higienizando el trasero fagocitando todos los parásitos e inmundicias que aquél deja tras de sí.

De esta forma, tanto la bestia como el bufón se compensan mutuamente, ya que el uno disfruta de que le adecenten la retaguardia, y el otro se beneficia del parapeto, protección y eyecciones que aquél le proporciona. 

Es así como batracios del perfil de Miquel Iceta, clonados en toda la geografía patria y en todos los partidos políticos sin excepción, navegan empalagosos y en modo de ventosa insertos al lomo del macho alfa, tal cual el pez piloto y la rémora al tiburón, a la espera de cebarse tragando a bocanadas los restos que de aquél caen. Tal y como la rémora, los muchos Icetas que coexisten pastando del erario público, se incrustan en el trasero de su jefe de filas, garantizándose con ello un efectivo y próspero pasteleo que le proporcione importantes beneficios en su proyección política. 

Estos tipos, estas amebas parasitarias del partido, estos expertos en hacer todo lo posible para precisamente no hacer nada, dedican toda su inocua e inútil existencia a pasearse por mítines, comidas, cenas y juergas varias, en aras a que su presencia en tantas importantes efemérides, merced al testimonio de todas esas fotos en las que se auto encumbran en medio de la instantánea, acabe proyectando la ficción de lo muy relevantes que para el partido son.

De esta forma es como esta subespecie del homínido, que en cualquier empresa privada provocaría el descojono, desprecio y vergüenza ajena no ya del director de la entidad jurídica, sino del mismo responsable de recursos humanos, acaba sin embargo medrando en la inquisitorial estructura del partido, no por unos méritos y capacidades que le son absolutamente ajenos, sino porque es precisamente el mamoneo, el peloteo y el lameculismo, el necesario trampolín  para conseguir que a su vez otro mediocre jefe de filas, un anodino y nimio caudillo de barro, le acepte como rémora para fagocitar sus excrecencias. 

Ello, no obstante, se equivocará quien piense que estos payasos lameculos son idiotas y por ende les subestime, ya que, aunque desprovistos de cualquier hito intelectual y académico, no son abstemios sin embargo de un sobresaliente tacto social. Estos peces piloto, estas rémoras bípedas del partido, son lo suficientemente inteligentes (desde esta perspectiva inmensamente más inteligentes que sus homónimos de la derecha) como para, merced a su presencia en cada uno de los cónclaves de sus siglas, poder muñir el exacto y preciso contrapeso a un inexistente currículum vitae digno de encomio. Y así es como año tras año desde tiempos pretéritos en su infancia militante, huérfanos de cualquier aventura académica capaz de desembocar en una carrera superior o doctorado (uno de verdad, no de juguete) conclusos, pero con enormes dosis de inteligencia social, consiguen construir, contacto tras contacto, peldaño tras peldaño, mamoneo tras mamoneo felación tras felación, una escalera de inmerecidos cargos que les permita medrar hasta la cumbre. De bufón, a la cumbre. De bufón, a ministro.

He aquí el sistema de partidos, una suerte de mega estructura en cuya más alta atalaya se halla el Mesías, el todopoderoso jefe del partido político cuya voz prohibida de contrariar y en contra de la cual supone el exilio atreverse a pensar que, se ha convertido en la mayor fábrica de parásitos-bufones de la administración. Y esto, a lo que parece nos hemos acostumbrado (más bien por adocenamiento y cobardía hemos dejado que suceda), supone una gravísima perversión de los partidos políticos. Pero muy por encima de estos, supone la prostitución del sistema mismo, y de la concepción de la administración-estado como baluarte garantista del esfuerzo, mérito y capacidad que debe reinar en el periplo que media de ser un anónimo ciudadano a ser un hombre de estado. 

No es Iceta, un tipo sin formación, conocimiento, preparación y trayectoria encomiable, el problema. Es el síntoma. La necesaria consecuencia de un sistema de partidos que desprecia el esfuerzo, el mérito y la capacidad, y aplaude el peloteo, el mamoneo y el aplauso impostado de quienes pujan por convertirse en futuras rémoras. El mesianismo político.

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