Partidos y partidas

Los partidos políticos estuvieron prohibidos durante mucho tiempo, no sólo en la democracia de Atenas, sino también en los ordenamientos políticos que surgieron de las Cortes de Cádiz y, unos años antes, de la Revolución Francesa. Se entendía, con razón, que son contrarios a la democracia por serlo al interés de la nación, pues son una parte, no el todo, de la nación. Se pensaba que son sólo facciones y que sus miembros sólo podían ser facciosos. Hubo de pasar mucho tiempo hasta que se aceptó que podían representarla desde su particular ideología partidista.

Una partida es algo distinto, pues no se propone representar a nadie y actúa únicamente por interés propio. Una partida de bandoleros, por ejemplo, infringe la ley y comete crímenes con tal fin.

Los partidos políticos actuales, una vez que se admitió que no son contrarios a la democracia, tienen éxito cuando colocan a unos cuantos miembros o seguidores suyos en el Parlamento de la Nación, constituyéndolos en grupo parlamentario. Pero entonces, para no merecer la antigua y más que fundada acusación, no deben convertirse en facciones, sino que están obligados a laborar por el bien general de la nación siguiendo sus convicciones políticas, pero estando dispuestos a no seguirlas si ese bien lo requiere. Así, un partido que se defina como pacifista, tendrá que inclinarse por la guerra en caso necesario. Si no actúan de ese modo, serán partidas, no partidos.

Un partido político es, en fin, una agrupación de individuos que se unen para aunar sus esfuerzos en pro del interés general de la nación siguiendo los planes que emanan de sus convicciones políticas, enderezadas a la pólis. Otras convicciones, como el feminismo, el homosexualismo, etc., por muy importantes que sean desde otra perspectiva, no se encaminan a la conservación y fortalecimiento de la nación política, y no tienen importancia con respecto a ese fin. Un individuo dedicado a la política, que debería aspirar a ser hombre de Estado, debe tener clara conciencia de lo que es la mejor actuación posible y debe unirse a otras personas que compartan esa misma conciencia, dejando de lado todo interés privado y evitando toda alianza con otros individuos o grupos que puedan quebrantarla. De aquí deriva que el mandato imperativo es contrario al interés general y, por tanto, no es democrático.

Aplicadas estas condiciones a los partidos políticos actuales de España, se obtiene una fácil clasificación. No merecen el nombre de tales y no deberían estar en el Parlamento Español aquellos que sólo tienen en cuenta el interés de una provincia, como Teruel existe, o de una región. Entre estos últimos, algunos se proponen con descaro la destrucción de la Nación Española. Luego son ilegítimos por facciosos. Son partidas, no partidos: Bildu, PNV, ERC y otros.

Respecto a los dos grandes partidos, PP y PSOE, que, si bien abrazan convicciones políticas encaminadas al interés general, han caído con excesiva frecuencia en manos de los que abogan por intereses particulares e incluso sediciosos, deberían enderezar su rumbo y volver a lo que interesa a todo ciudadano en cuanto español, no en cuento gallego, castellano o vasco. Lo cual muestra con claridad que sólo hay tres agrupaciones políticas, como UPyD, Ciudadanos y VOX, que merecen con todo rigor el apelativo de partidos demócratas, porque defienden el interés general y se alejan de la sedición que anima a otras agrupaciones. Puesto que las dos primeras parecen estar en vías de extinción, sólo queda VOX.

Que nadie se extrañe si los demás acaban destruyéndolo, sea desde fuera o desde dentro.

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