Solas, borrachas e infectadas

“Si en un gobierno de coalición entre PP y VOX, una vicepresidenta después de 2 años de una pandemia reconoce públicamente que haber evitado una supuesta manifestación de Colón sabía que hubiera podido salvar miles de vidas, tenemos a toda la izquierda incendiando y arrasando las calles” escribía la semana anterior en mi perfil de Twitter. Dejando la doble vara de medir de la izquierda de este país a un lado, no doy crédito a las palabras de la vicepresidenta Yolanda Díaz reconociendo abiertamente, en un ataque frontal al Gobierno del que ella forma parte asentando las bases de una futura candidatura progre independiente del PSOE, ser perfectamente conocedora del infectódromo que se cocería en las convocatorias de las manifestaciones del 8M. 

Lo sabían, eran perfectamente conocedores del riesgo que supondría celebrarlas y aun así lo hicieron y animaron a participar en ellas. Varios estudios confirman que de haberse confinado solo una semana antes se hubieran podido lograr salvar hasta 20.000 vidas de las 160.000 perdidas, donde más de la mitad oficialmente no tienen ni el derecho siquiera a ser reconocidas. Estamos ante uno de los mayores escándalos de nuestro país, jamás un Gobierno anteriormente había primado sus intereses partidistas e ideológicos a la vida de sus ciudadanos. 

Desde hace algunos años, el día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se celebra en las calles el aquelarre feminista al que ya nos tienen acostumbrados los partidos de izquierda desgraciadamente a ver. Lo que vimos en las calles, el apropiamiento del concepto mujer, los eslóganes que coreaban las manifestantes, las pancartas, el odio hacia el hombre y hacia las mujeres libres, contrastaban con la imagen de dirigentes socialistas guardando medidas sanitarias como el uso de guantes o el de la mascarilla en medio de aquel suicidio asistido. Esto es solo un reflejo del brutal influjo de la maquinaria de propaganda del Gobierno a través de sus tentáculos en decenas de organizaciones subvencionadas. 

Entre los argumentos esgrimidos por las activistas feministas que se vieron en la marcha del pasado año, aquel domingo que todavía bien recuerdo, fueron entre otros, que si el sistema y la justicia era patriarcal y oprimía a la mujer; que si el feminismo bueno era el socialista; que si la extrema derecha venía a eliminar derechos o que si las mujeres de derechas eran machistas por no votar opciones «progresistas», demostrado en aquel miserable cántico: «donde están, no se ven, las mujeres del PP», fiel reflejo de su indigencia mental y de la no aceptación de aquellas que se oponen a su colectivización como género. A esto se le sumaban eslóganes como “machete al machote”, “vamos a quemar la Conferencia Episcopal”, “fuera rosarios de nuestros ovarios”, o que incluso fíjense, el machismo mataba más que el coronavirus. ¿Respeto a los demás? Ninguno. Ni a ellas mismas. 

Todo esto, como se puede comprender, no es fruto de un día para otro. Las asociaciones y partidos de izquierda llevan años con este adoctrinamiento sistemático en colegios, universidades y medios de comunicación. Pero esto no fue lo único, yendo más lejos, días antes de la manifestación, Izquierda Unida excluyó hasta a las feministas tradicionales, porque estas defienden la idea, de sentido común, de que un hombre que se siente mujer no es una mujer más, sigue siendo un hombre. Lo que vemos hoy son los frutos de los últimos años durante los cuales no han tenido ninguna oposición.  

Días después de aquella barbarie, todas las personalidades y cargos públicos que asistieron a la concentración dieron positivo en la covid-19, esgrimieron el argumento de que el Gobierno no podía saber la magnitud del virus, la fiscal general del Estado y antes ministra de Justicia exigió archivar la causa y pasó a ser historia olvidada. Hasta ahora, tras 2 años. Urge exigir justicia investigando los hechos mediante la creación de una comisión parlamentaria y la posterior reapertura de las causas judiciales, por todos aquellos que, a consecuencia de la negligencia de unos dirigentes enfermos patológicos de ideología, entre nosotros dejaron de estar. 

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