Desde Génova con amor

Corría el año 1963 cuando el director de cine Terence Young filmaba la que sería una de las películas más celebradas de espionaje y de las más cotizadas de la saga de James Bond, Desde Rusia con amor. Basada en una novela escrita en 1955 por Ian Fleming la cinta relata toda una trama de espionaje y contraespionaje en el que el súper agente británico 007 es enviado a Rusia con el objeto de encontrar una máquina encriptadora que también busca el enemigo, la organización criminal Espectra, y que podría poner en jaque importantes investigaciones rusas.

Algo muy significativo y sin lo que la película no tendría igual sentido es el contexto histórico, el de la Guerra Fría. En la trama, para algunos la mejor de la larga serie de Bond a pesar de los años transcurridos, se suceden todo tipo de artimañas y sucesos, desde chantajes hasta fiestas salidas de tono y, como no, las más que reconocibles persecuciones, bombas, disparos, asesinatos y escenas de amor o, al menos, llenas de sensualidad erótica.

Una historia apasionante de la que hoy podemos disfrutar en España una magnífica secuela adaptada al ámbito político pero sin James Bond, sin Terence Young, sin disparos que sepamos, pero con espías, una trama sorprendente y, sobre todo, mucha guerra fría que pasó de los menos 100 grados a la ebullición y la explosión en cero coma. Aún no sabemos quién representa a Espectra pero, sin duda, la sociedad ya ha apuntado con el dedo de la vergüenza a quiénes presuntamente orquestaron todas estas secuencias de suspense.

En la versión española el protagonista no es el agente secreto. No es, ni siquiera, un hombre, sino una mujer incómoda, con el gatillo siempre apuntando en los labios tanto a la oposición política como a aquellos para los que, bien sabía, representaba una amenaza por su popularidad y por dar respuestas desde su discurso político; unas respuestas que arrebataban la dirección correcta que era de esperar desde su formación política y que nunca aparecían. Justo la falta de dirección que tanto poder le ha terminado dando a su verdadero rival en la captación de votantes, VOX, y no Ciudadanos.

En Desde Génova con amor sí hay un galán al que, intentando ejercer de James Bond, pareciendo mirarse de continuo en el espejo buscando su mejor perfil, se le encasquillan todas las herramientas propias de su cargo no consiguiendo destacar, ni encandilar ni ser líder. Fiel reflejo, no dibujado en su espejo, de una falta de confianza en su capacidad que se deposita, como en la mayoría de los líderes mediocres, en el control continuo de todo aquél o aquella que pudiera hacerle tal sombra que deslumbrara su cuidado aspecto ante el cristal plateado, se hace rodear de fieles lacayos más propios del escuadrón de una mafia siciliana que de la cúpula de un partido democrático. Y si no que se lo digan a Egea o a su nuevo amigo Hervías, que tras abandonar Ciudadanos, habiéndolo llenado de minas, ahora continúa haciendo lo propio en su nuevo partido, el PP; y es que esto es lo que mejor sabe hacer, destruir.

Lo cierto es que parte de lo sorprendente de esta trama es lo ridículo del asunto, puesto en cuestión en medio de un maremágnum de hechos acecidos en este país no sólo más cuestionables sino que plenamente más censurables, si es que el de Madrid pudiera serlo en algún aspecto, algo no demostrado por nadie hasta el momento, y sobre los que el propio líder y el propio partido nunca hicieron leña con la que combustionar su alternativa política ni su lucha contra la corrupción. Y es que en hemeroteca tenemos muchos ejemplos y relacionados precisamente con el tema que ha salpicado las portadas de los diarios e informativos, como fue la compra a través del que fue Ministro de Fomento de mascarillas por un valor de 555.100 y que no cumplían con las normas de Sanidad. Es decir, inservibles.

O cómo el mismo Ábalos gestionó que se otorgara a dedo una concesión millonaria a una Pyme de Zaragoza con la que mantenía, presuntamente, relaciones de amistad y que pasó de facturar 0 euros a facturar 53 millones de euros. Dicen algunos que el descubrimiento de esta operación fue lo que aceleró su salida del Gobierno. Como si con ello se hubiesen tenido que depurar todas las responsabilidades dentro del Gobierno.

Pero es que el propio Ministerio de Sanidad compró mascarillas, hisopos, batas y respiradores por un valor de 200 millones de euros a empresas con dirección desconocida según llegó a publicar el BOE. Y la lista sigue con ejemplos como en el que el Gobierno de Sánchez compró mascarillas por un valor de 20 millones de euros a una empresa investigada por Anticorrupción.

¿Y qué me dicen de la compra por parte de la Dirección General de la Policía, dependiente del Ministerio de Interior, de mascarillas por un valor de 235.950 euros a un abogado imputado y que ya había sido condenado anteriormente e indultado por Zapatero?

Imagino que ni el Gobierno de Sánchez o el propio Casado tienen nada que decir en relación a las subvenciones, más de 200.000 euros, que recibirán las empresas del hermano de Ximo Puig del gobierno valenciano, porque Ximo Puig no es un riesgo para Sánchez y no se apellida Ayuso ni es Presidente de la Comunidad de Madrid.

Oigan, que no he visto a Casado ni condenar ni investigar ni hacer ninguna rueda de prensa para condenar la presunta corrupción que hay vertida en el conocido como “Caso Mascarillas” en la Diputación de Almería y que afectaría a dirigentes del Partido Popular en esta provincia que se habrían lucrado con su compra. Nada de nada.

Y así podríamos seguir y seguir hasta aburrirnos tras habernos aburrido insistentemente cienes de veces. Pero claro, están las súper producciones y están las películas Serie B. Y hay actores que van de galanes que no se molestan si su interpretación no les lleva a pasear por la alfombra roja. El problema de ir de lo que no se es en el cine es que, normalmente, las producciones en las que participan pinchan cuando el papel que interpretan es tan poco creíble.

Así ocurre aquí, que el amor que se presumía desde Génova estaba envenenado y no pretendía sino la muerte política de la heroína, algo que no suele ocurrir en los finales felices. En las de James Bond siempre sale perdiendo Espectra, una siniestra organización. Ya veremos qué ocurre en ésta.

Y siento terminar siendo, una vez más, molesto para algunos, pero veo obligado recordar a la anterior víctima de Casado, Egea, Hervías, Ábalos y Sánchez, Ciudadanos. Todo ello con la complicidad necesaria de Ayuso, todo hay que decirlo. Pues eso. A veces hay que echar un poco de menos para poder valorar. Porque primero fue Ciudadanos y ahora es Ayuso. Para ellos todo vale. Eso sí, con mucho cinismo amoroso, al mejor estilo de las amantes de Bond.

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