Progresiendo

Lleva la misma camiseta para dormir, para pasear, para ir de boda. Es generalmente de color negro, con alguna reivindicación solemne estampada. Ahora le ha dado por las macrogranjas y por la España que llaman “vaciada”, como si la hubieran esterilizado, a la pobre, extirpándole la matriz.

Es el progre, que estira la juventud hasta más allá de los 60 o los 70. Sin embargo, acorta algunas palabras, y no por pereza. Prefiere decir “indepe” a decir independentista. Si es director de cine, va a empezar “la promo” en compañía del “prota”. El progre “lo flipa” y además en colores. Bebe la birra a morro, separando el dedo meñique. Así tomaban el té las señoronas en las reuniones de sociedad. Y es que el progre aspira a ser aristócrata. Se preocupa mucho por los de fuera, llamándolos “migrantes”. Hasta ahí llega su compromiso. Le gusta más aún hablar de “resiliencia” y “procrastinación”. Sus eufemismos son tan refinados, que se refiere a los asesinados como “aquellos que se fueron de una forma tan injusta”.

El progre come alfalfa en público, pero en privado prefiere el solomillo. Será porque no entiende el “solo tuyo”, hasta que le toca la china. Predica sobre “alternativa habitacional” y “fondos buitre” con mucha prosopopeya. No es lo mismo, dice, el allanamiento de morada que la okupación. El progre sufre por los demás, tanto que toma suplementos vitamínicos. Se desvive por los vulnerables, que antes estaban en riesgo de exclusión. A ese que pide limosna le da esquinazo, porque lo conoce de toda la vida: no es más que un “drogata” del lumpen, ¡uff!, ¡qué ascazo!

El progre tiene sus fetiches, como objeto de salvación. El principal y más importante es el libro. Después no lo compra, o no lo lee, o no lo termina. Es que está viendo la sexta temporada de tal o cual serie y no tiene tiempo. Subraya una frase, para colgar en las redes. Lo bueno, si breve, no cuesta esfuerzo. No es poesía, ni siquiera un tweet: son haikus que aportan lirismo a una taza de té verde con un ramito de violetas. Su pregunta favorita era, ¿has leído a Murakami? Ahora vete tú a saber… No pierde ocasión para decir que no quiere hacer “spoiler”. ¡Se identifica tanto con el personaje!

El progre no camina, practica senderismo. En vez de correr, se apunta al running. Lleva al niño detrás, en el cesto de la bicicleta. Opina que el alcalde es “un crack” porque mandó construir el carril. Le preocupa, y mucho, el calentamiento global. Si llueve, malo y, si no llueve, peor. Hasta la calentura de la niña la provoca el cambio del clima: nunca antes hubo fiebres en casa. El progre firma de mil amores la custodia compartida. Me refiero a la custodia del perro o del gato. Si tenían hámster, allá va la jaula, cada quince días. El progre es muy cumplidor.

El progre va de pobre, pero tiene el riñón cubierto: cuenta con fondo de inversión, póliza privada, plan de pensiones. Le gusta ganar dinero, sin preguntarse de dónde sale. Defiende los impuestos para financiar el malestar, excepto el IVA cultural al 21. Se confiesa macho opresor porque es lo que toca. Si es mujer, se declara oprimida y pobre menstrual. El mejor amigo del progre, (parafraseando a Carlos. R. Braun) es el chivo expiatorio. La libertad le gusta al pesto. Sus ídolos son, y por este orden: Greta Thungberg, Michael Moore y la abeja Maya. Después están los contraídolos, que también los hay. El primero y principal se llama Amancio Ortega. No le perdonan que haya currado tanto y que no sea hijo de marqués.

El progre se desayuna con un tal Franco, merienda con Franco, cena con Franco. La guerra, by the way, sólo es un pretexto de pegatina. Ha perdido el tren de la Historia, pero no se entera. Tratará de que tampoco te enteres tú. El progre dicta, el progre manda, el progre señala. Si gobierna, ¡qué difícil es el pueblo! Si el pueblo elige a otro, ¡muera el sufragio universal, aquí, ahora y para siempre! Todo tiene que ser civil: bautizos civiles, bodas civiles, entierro republicano. Descubre su yo más profundo cuando viaja a Thailandia. Cualquier mística es buena, excepto la propia. Al progre le bastan unas barritas de sándalo y dos chucherías de bazar. El botafumeiro para los obispos y otras carcundias. Las catedrales y todo eso están muy bien en Instagram. Puede que hasta un día se anime y haga el camino de Santiago. En Decathlon podrá equiparse.

Detesta a los turistas, pero visita siete capitales al año, porque lo suyo es “otra cosa”. El prurito de ver pirámides in situ es el bajo instinto de la chusmilla. Le gustan las catas, los gastrobares, las expos. Lo va probando todo y lo abandona todo. Es un hacha en el arte del camuflaje. En un segundo sabe qué está de moda y qué está “demodé”. Si se lleva el turismo rural, ¡a pisar mierda de burro! Si se lleva el turismo termal, ¡a remojo! Le da patadas al idioma y se cisca en el académico. No es más que un viejuno trajeado, gris y con pérdidas de orina. El progre no es racista, hasta que un gitano se le cuela en el portal.  Como separa el plástico del cartón, duerme como un bendito.

El progre es melómano, cinéfilo, bibliófilo. No tenéis perdón por llamarlo cultureta. En Arco disfruta del arte efímero resbalando la mirada. Practica el “quiérete a ti mismo” porque siente adoración por su persona. Yo lo conozco, lo reconozco, lo huelo. Me lo cruzo a diario, en la calle, en la vida. Sus pendejadas son el pan nuestro de cada día. No es responsable de nada. Aplica la ley del embudo y el doble rasero para hacer justicia en el mundo. Nació tocado por la gracia. Estamos progresando porque va progresiendo. El progre es… progre.

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