Sálvame Deluxe

Creo firmemente que, en el fútbol, una buena afición debe apoyar a su equipo pase lo que pase. Siempre que los jugadores se esfuercen, necesitan sentir que, aunque las cosas no salgan bien, sus seguidores están con ellos. Todo lo contrario de lo que se debería hacer en política.

Los votantes de un partido no pueden comportarse como fanáticos del fútbol; en todo momento, han de exigir el máximo y del mismo modo que se celebran sus aciertos, se deben señalar y juzgar sus errores. Es la eterna diferencia entre aficionados del Real Madrid y Atlético. Los primeros han pitado a jugadores como Cristiano o Beckham incluso cuando iban ganando partidos. Los segundos ya pueden haber perdido contra el colista, que la afición va a estar ahí para arroparles en el siguiente partido. Para mí, la política se debe vivir igual que un seguidor del Madrid y el fútbol como uno del Atleti. Esto es lo que la gente ha terminado confundiendo. Los políticos han conseguido tener legiones de ultras y groupies, diseminados por todo el territorio, que hasta matarían por ellos. Que tienen el carnet de afiliado, como el que tiene el abono de temporada y defiende con uñas y dientes a sus héroes políticos independientemente de si engañan, roban o traicionan.

No es mi intención detenerme en exceso, ya que lo que pasa en la casa del vecino no me suele importar lo más mínimo, pero lo de Casado y Ayuso se ha convertido en el nuevo culebrón de invierno de Antena3. El Partido Popular está dando un espectáculo digno de Sálvame Deluxe y si los nuevos Rociíto y Antonio David se quieren comportar como buitres delante de las cámaras en lugar de solucionar las rencillas de puertas para adentro, allá ellos. Lo importante y verdaderamente preocupante es que, los que se están frotando las manos con todo este despropósito, son Sánchez y sus compinches. Como siempre, los maricomplejines del Partido Popular han caído en la telaraña urdida por el espíritu siempre presente de Rubalcaba.

Desde que Pedro Sánchez se hizo con el poder mintiendo a su electorado, aupado en los hombros del terrorismo y el independentismo, las manifestaciones en Ferraz en su contra han brillado por su ausencia. El peor gobierno de la historia de España en el peor momento posible no ha visto cercada su sede ni un solo día. Las innumerables muestras de corrupción bajo su mando, su constante vulneración de las leyes o el atropello sistemático de las clases medias y trabajadoras no han sido suficiente como para que la gente, ya no de la oposición, sino de sus propios votantes, pidan su dimisión. En cualquier otro país, con una sociedad sana, Pedrito habría durado un telediario y, sin embargo, aquí va camino de la reelección. El Gran Dictador sigue la estrategia de Clinton con el vestido de Lewinsky, negará todo y mentirá hasta el final, aunque su camisa acabe empapada de corrupción.

Ninguno de aquellos que el domingo celebraba en Génova la desintegración del PP ha pasado un solo día manifestándose en Ferraz contra Sánchez por formar gobierno con los herederos de ETA. Tampoco estuvieron en la sede del PSOE cuando Ábalos o Illa engañaban y robaban a manos llenas, ni cuando Marlaska acercaba a los presos terroristas a País Vasco, menos aun cuando nos encerraron en casa de manera ilegal y tampoco se personaron cuando nuestro gobierno se bajó los pantalones con Marruecos durante la invasión de Ceuta y Melilla.

A los españoles parece no importarnos los innumerables casos de corrupción y tráfico de influencias, ni la subida de impuestos a las clases medias y trabajadoras con la consiguiente pérdida constante de poder adquisitivo. Asumimos tranquilamente que el precio de la luz está por las nubes, que la cesta de la compra se haya encarecido un treinta por ciento o la gasolina un sesenta; que tengamos el gobierno más caro de la historia con veintidós ministerios y mil doscientos asesores a dedo; aceptamos que hayan tratado a una parte de la sociedad como judíos en la Alemania nazi por no haberse vacunado; que rieguen con millones de euros sus chiringuitos ideológicos y que defiendan la entrada de inmigrantes ilegales cuando aquí tenemos un 40% de paro juvenil y la tasa de desempleo más alta de Europa. No nos parece motivo suficiente para manifestarnos que el fascismo se haya instalado camuflado de socialdemocracia, que el poder judicial esté controlado por el ejecutivo o que la policía se haya convertido en la guardia pretoriana del gobierno; tampoco que la educación se haya deteriorado de un plumazo con la ley Celaá, ni que los ciudadanos seamos tratados de forma distinta en función de nuestro sexo o que los que hablan castellano en algunas comunidades sean perseguidos y tratados como parias.

Nada de esto pasaría si nos levantásemos contra Sánchez “el Tirano” o si todos los esfuerzos por quitar de en medio a Casado o a Ayuso se destinaran para eliminar al PSOE del mapa. Tampoco ocurriría si los periodistas no fuesen mercenarios y dedicasen sus portadas a señalar a los corruptos y no a desviar la atención. No podemos esperar a que unos sindicatos a sueldo se manifiesten contra el gobierno. Somos nosotros los que tenemos que movilizarnos. No debemos olvidar que el enemigo del pueblo está sentado en su casa comiendo palomitas y se descojona viendo como los que tendrían que hacer de oposición, se apuñalan.

Si esto hubiese pasado hace cinco años estaría aterrada. El descalabro del PP traería consigo el Reich de los 100 años de Sánchez, pero gracias a Dios hay un partido capaz de plantarle cara, con personas honradas que no se venden por cuatro perras y que están dispuestos a luchar para que los españoles podamos por fin ser libres.

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