¿Derecho al olvido?

La Semana Santa ya ha comenzado. Vuelve el olor a incienso y los pasos por fin salen a las calles después de dos años de ascético recogimiento vírico. Aprovechemos las fechas para hacer un poco de reflexión.

Leo en la prensa de hoy que Boris Johnson se fue de fiesta durante la pandemia y que le van a multar. Supongo que se refieren a aquellos meses tan complicados en los que tener una mascota a la que poder pasear se convirtió en un artículo de lujo. Aquellos tiempos de las ocho de la tarde, las ocho en todos los relojes, en los que salíamos a aplaudir a nuestros ya olvidados héroes; y Boris no dimite, una multa y a seguir haciendo de gran estadista. Ya nadie considera que aquello fuera un tremendo agravio comparativo, los muertos frente a las latas de cerveza diseminadas por los escritorios de Downing Street. El tiempo lo cura todo y nos hace olvidarlo todo. Porque de esto va el artículo de hoy, de lo rápido que olvidamos y cómo por culpa de esos olvidos estamos dejando que pase la vida sin hacer nada con ella. Tan callando…

La toma de posesión de Mañueco nos ha hecho olvidar que en Francia el Partido Socialista y la derecha de toda la vida se han dado un tremendo batacazo. Las elecciones francesas nos hicieron olvidar lo de la subida o bajada del combustible y lo del combustible que un poco más abajo, al sur del sur de España, viven unas personas que hace apenas 50 años eran también españoles y a los que también hemos olvidado.

Este es el gran problema, que olvidamos nuestra indignación, olvidamos a los muertos, los del COVID, los de la ETA, olvidamos las lágrimas derramadas y entramos como toros bravos al capote que nos ponen unos políticos que sólo pretenden llegar vivos a mañana sabedores que mañana, las tropelías que hayan cometido hoy serán ya un lejano pasado. Compramos el elixir barato de la indignación instantánea de barra de bar y tuit de retrete y creemos que con eso hemos cumplido. Somos muy fáciles de contentar. Somos dóciles, mansos, tan llenos de derechos y de cartas magnas que se nos ha olvidado por completo defenderlos, hacerlos nuestros y lo peor de todo, exigirlos.

La democracia no existe porque haya elecciones, es un ejercicio diario de buenas prácticas. Por un lado, las de los políticos que han de cumplir lo prometido, que han de comportarse de manera ejemplar y por otro lado y no menos importantes, las nuestras que consisten en exigir que se conduzcan como deben reprendiendo, con los medios que tenemos a nuestro alcance, su mal proceder. Si nosotros no cumplimos con nuestro cometido ¿por qué van ellos a cumplir con el suyo?

Debemos recordar cuándo se faltó a la verdad, cuándo se robó y sobre todo cuándo nos quisieron engañar por nonagésima quinta vez en esta semana. Recordarlo y actuar en consecuencia. No, por supuesto que no, no tenemos derecho a olvidar.

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