
Recuerdo los años en los que quién viajaba a Cataluña desde otro punto de España comentaba cómo, si le hablaban en catalán sabiendo, por el acento y porque iniciaba la conversación en castellano, esto suponía una falta de respeto y consideración, un desprecio hacia quiénes sabían podían no comprenderlos. Imagínense que les hubiesen obligado a ponerse pinganillos al entrar en esta comunidad autónoma para evitar faltas de comprensión de quiénes, sabiendo y conociendo la lengua común del Estado español, no estaban dispuestos a usarla, y sí el inglés para comunicarse con un británico si, por ejemplo, entraba en su establecimiento, como también ocurría por aquellos años.
A veces los ejemplos más simples sirven para comprender los procesos convertidos en complejos de algo tan sencillo como es el desprecio. Lo fascinante de todo es que, rebelarse contra esa actitud en un espacio de consenso y diálogo lo han convertido hoy en la ofensa contraria. ¿Le hemos dado la vuelta a la tortilla o a base de insistir nos han convertido en borregos de lo que realmente, por nosotros mismos, no pensamos?
Claro está que esto es un capítulo más de las consecuencias de las cesiones y concesiones a los independentistas ultra nacionalistas; un concepto, por cierto, y por mucho que quieran hacérnoslo tragar como dulce, que tiene el sabor amargo del fascismo histórico en Europa. España parece ser el único país en el que el ultranacionalismo se ha disfrazado de izquierdas para convertirse, quizás, en algo así como más chic. Claro que, en los mismos términos, al PSOE de Sánchez tampoco le importó pactar y depender, y ceder, y negociar con uno de los partidos más a la derecha del espectro español, con el agravante de, sí en este caso, la identificación con el ultranacionalismo excluyente, Junts, y su líder Carles Puigdemont, mientras tilda de facha a cualquier otro que decida hacerle frente.
Ya nada es ni siquiera lo que parece, sino todo lo contrario y, cuando llegamos a pensar lo contrario se nos vuelve del revés porque, en realidad, todo tiene el color del interés con el que te lo cuenten. Hoy en día, los y las fontaneras han dejado de serlo y se hacen llamar periodistas, aunque, por desgracia, ya les gustaría a muchos periodistas que los defienden poder ganar como ellos y ellas. Igual aspiran a eso. Aunque, hablar de política y de aspirar mejor no hacerlo, no es buen negocio contar ciertas cosas que, como dicen en Galicia, haberlas haylas. Corramos un estúpido velo, al estilo de la mágica desaparición de Sánchez de las comparecencias ante los medios de las últimas semanas aceptando, además, preguntas. Las malas lenguas dicen que aprovecha el máximo tiempo posible para controlar la situación y el declive, organizando en la sombra, como ya hiciera durante los cinco días para pensar que se tomó hace meses para, presuntamente, armar la defensa de su amada esposa desde las cloacas de Ferraz, que habría hecho comunicar con La Moncloa.
Pero bueno, nada nuevo bajo el sol si no asumimos que, en este país, por mucho que les pese a los de un lado y a los del otro, y desde tiempo inmemorial, se ha trabajado en ese ámbito sucio y hasta perverso la lucha por la opinión pública tratando de hundir al contrario. Eso sí, jamás se había hecho con tal tamaño de indiscreción, con fontaneros sacados de las manos de Ibáñez, creador de cómics de la talla de Pepe Gotera y Otilio, ni se había dirigido de una forma tan descarada, al menos aparentemente, desde la cúpula de ningún partido en el Gobierno. Y lo digo porque X sigue siendo X, M.R. sigue siendo R.M., por mucho que insistamos en la posible evidencia, pero número uno y puto amo en este país, lo siento mucho, sólo existe uno y hasta los suyos no dudan en exponerlo públicamente. Y es que no hay amo sin vasallos y no hay vasallos sin trabajos encargados que responsan, sin rechistar, a la voz de su amo. Y, para ser vasallo, el primero de los requisitos es ser inútil en todo lo demás. Imaginaros si, encima, han terminado siendo inútiles también esto. Pues sí, se ve que sólo servían para trepar.
En fin. Yo creo que si alguien en este país tenía duda de lo que se trataba jugar al despiste, en poco tiempo se ha podido sacar, asistiendo a las clases mediáticas, en titulado en máster. Por cierto, que hoy me reí y mucho cuando, teniendo una conversación con compañeros, alguien dijo que parecía que la política en nuestro país se había convertido en un reallity televisivo, curiosamente algo que yo advertí, en estas mismas páginas digitales, hace meses. Y, queridos lectores, de ahí parte, hay que decirlo, una de las partes más macabras de esta historia, que la ciudadanía, llamémosla audiencia, se está terminando por acostumbrar a este circo que creo que les llega a parecer, a pesar de lo trágico, en algo cómico. El secreto de esta sensación no sólo radica en la sucesión de acontecimientos, sino en la sabia técnica del PSOE y el Gobierno, de meter continuamente a la oposición en el relato de la corrupción y, como siempre, de “la fachosfera”. Por supuesto, utilizando las más macabras técnicas de comunicación ideadas o descubiertas por el nazi Goebbles. Y, como dije la semana pasada, si estamos ante un sistema creado como condición de fe en el sentido de la “utilidad social” de la izquierda y en “el reinado de su líder indiscutible, Pedro Sánchez”, aún a muchos les sirve el relato de que todo es una orquestación de la derecha para intentar hacer caer al Gobierno.
De esta manera, los jueces y fiscales que el mismísimo Ábalos defendía con uñas y dientes en el estrado el día de la moción de censura contra Rajoy, rodeado y cercado por el escándalo de la Kichen, y aplaudido a rabiar por el mismo Sánchez y toda la bancada del PSOE y los grupos de izquierda, ahora estos forman parte de la confabulación de la derecha porque también forman parte de “la fachosfera” al atreverse a meter mano sobre los presuntos casos e corrupción del Gobierno y del partido mayoritario de esa minoría de izquierdas. Ni Junts ni PNV son partidos de izquierdas, por mucho que apoyaran la moción de censura o sigan apoyando al Gobierno de coalición sacando tajada en todo momento de este cambio de chaqueta, una chaqueta a medida, eso sí, pagada con dinero público de todos los españoles.
Muchos dirán que cómo he sido capaz de escribir tantos párrafos sin nombrar a Leire Díaz, al menos directamente, o a Aldama. La razón, os diré, es obvia. La primera responde al cinismo más absoluto de quién vive al modo de “ándeme yo caliente y ríase la gente”. El segundo, un ladrón de cuento medieval, usado por una estructura corrupta y traicionado por la misma que pretende convertirse en Robin Hood, pero que está jugando a entregar, por fascículos, la información que realmente sí podría cambiar por completo la situación política de España y, de paso, salvar a tiempo al PSOE de la quema de la Inquisición, merecida o no, eliminando a su Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas.
Para finalizar, recordar que Maquiavelo, a pesar de toda la maldad que arrastraba en su discurso político y sus intenciones, falleció por una simple peritonitis a los 58 años. Pedro Sánchez tiene 52 años y dudo mucho que ninguna peritonitis pueda acabar con él y él lo sabe. Aviso a navegantes: aún queda partido, cometan, eso sí, cada vez menos, en Ferraz.

Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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