
Vivimos completamente anestesiados. No por falta de dolor, sino por exceso de distracción. Nos han enseñado a silenciar el malestar, a disfrazarlo con entretenimiento, con consumo, con discursos vacíos que nos aseguran que todo está bien, aunque realmente no lo esté. Y, si bien es posible que no seamos conscientes de ello, nuestro cuerpo lo sabe.
Como fisioterapeuta, veo cada día lo que la sociedad no quiere ver: que el dolor físico no siempre nace de una lesión, sino de vivir la vida en tensión, con miedo, con represión emocional. Espaldas que cargan más de lo que deberían, mandíbulas que aprietan para callar lo que no se puede decir, cervicales que sostienen pensamientos que no se pueden contar. El cuerpo habla cuando la mente calla.
Y, sin embargo, el sistema decide empujarnos a ignorar esa voz, asegurándonos que el dolor es una debilidad, que hay que seguir produciendo, funcionando, aparentando. Nos vende soluciones rápidas, pastillas, cremas milagrosas, terapias exprés. Todo menos parar. Todo menos escuchar. Porque, si paramos, si sentimos, si cuestionamos… entonces los cimientos del sistema tiemblan.
Y así, muchas personas llegan a consulta buscando alivio sin saber que lo que les duele no es solo el músculo, sino el modelo de vida que han asumido como normal. Un modelo que exige perfección, obediencia ciega y silencio, que premia la hiperproductividad y castiga la pausa, que acaba convirtiendo el cuerpo en una máquina y la salud en un negocio.
La fisioterapia, cuando se ejerce con conciencia, es mucho más que una técnica. Es escucha, es presencia. Es devolver al paciente el permiso de sentir, de parar, de reconectar con su cuerpo como territorio propio. Es un acto político en una sociedad que quiere cuerpos dóciles y mentes dormidas.
Porque el dolor no es enemigo. Es señal. Es resistencia. Es el grito del cuerpo cuando la mente ha sido domesticada. Y, si lo ignoramos, si lo tapamos con placebos emocionales y analgésicos sociales, nos convertiremos en cómplices de nuestra propia desconexión. Sanar no es solo dejar de doler. Sanar es despertar. Y, en estos tiempos, despertar es el mayor acto de rebeldía.
Polifacética ante todo, curiosa, autodidacta, fisioterapeuta autónomo de profesión…todo es susceptible de aprendizaje y solo fracasas si no lo intentas.
«Es más importante la dirección que la velocidad»
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