¡Alerta anticomunista!

El 6 de enero, la izquierda española puso el grito en el cielo por el asalto al Capitolio de Estados Unidos. Pero no crean que lo hicieron por que manifiesten un profundo respeto a la Democracia. Se enfadaron y mucho, con motivo de que vieron por televisión como unos cuantos exaltados con excéntricos disfraces -todavía no sabemos dirigidos por quién ni con qué fin- cumplían el más ambicioso de sus sueños. Se asaltaba el símbolo de la soberanía del pueblo estadounidense completando en un único intento lo que el comunismo español lleva desde 2012 pretendiendo hacer en nuestra Patria.

El 25 de septiembre de 2012 se convocó la manifestación “Rodea el Congreso”. En ella, una caterva de violentos, hijos políticos del 15m y, por ende, de Pablo Iglesias y su banda de acólitos chupópteros del bolivarianismo de Hugo Chávez, intentaron romper el cordón de seguridad que el Ministerio del Interior había preparado para evitar, precisamente, lo ocurrido hace un par de semanas en Washington DC. Esperanza podemita frustrada por la infinita profesionalidad de la Unidad de Intervención Policial del Cuerpo Nacional de Policía. ¿El resultado? 34 detenidos y 64 heridos, 27 de ellos policías.

Pero solo fue el primero de los muchos capítulos que demostrarían la catadura moral de una izquierda española que, desde Zapatero intenta vender amor y solidaridad en su propaganda, pero que, desde el poder, solo reparte violencia, enfrentamiento y miseria porque blanquear la violencia frente a la libertad y la unidad nacional es de primero de comunismo.

La noche del 2 de diciembre de 2018, tras conocerse el escrutinio de las elecciones al Parlamento de Andalucía, un Iglesias ya convertido en acomodado millonario a costa del enfrentamiento entre españoles, llamó a la “alerta antifascista” en respuesta a los 12 escaños obtenidos por Vox y la consecuente -y estrepitosa- caída de un régimen socialista que había sometido al pueblo andaluz a la inutilidad institucional y al clientelismo patrocinador de tramas políticas corruptas repletas de cocaína y prostitución con el dinero de los parados.

Pablo Iglesias lo había vuelto a hacer. Y si alguien piensa que, por el hecho de morar felizmente en un chalé con piscina, rodeado de muros y decenas de guardias civiles, el bolchevique ha saciado su hambre de poder y ruina, se equivoca de forma muy peligrosa. Nos enfrentamos en España al mayor riesgo para la convivencia en más de 80 años.

Los grandes medios de comunicación y lobbies empresariales -principalmente gigantes tecnológicos- están al servicio de una izquierda globalista que tiene en nuestro país nada menos que un Gobierno rendido a sus pies. La censura en Twitter y Facebook a Donald Trump fue una victoria para el establishment celebrada como propia por parte de los mamporreros de Soros en España.

De los progres nacionales ya sabemos que tienen en la censura un arma para frenar todo aquello que pudiera derribar su acomodada posición para seguir enfrentando y haciendo renacer un rencor que entendíamos extinto. ¿O no se acuerdan de la persecución y acoso a los actos de campaña celebrados por Vox en Galicia y en Vascongadas en las respectivas autonómicas? ¿Y de la llamada a la violencia desde las instituciones catalanas sometidas al golpismo en los próximos comicios? Se busca, con ello, justificar la violencia contra un partido democrático y solo porque se sabe una amenaza para todo lo que la izquierda ha construido a costa de la estafa continuada a sus votantes.

La violencia política en democracia es algo que únicamente se ha ejercido desde posiciones izquierdistas. Son ellos los que justifican el acoso a los disidentes de su pensamiento único. Son ellos los que reparten el carnet de demócrata. Son ellos los que juzgan qué pueden votar los españoles y qué no. Se amparan en los medios de comunicación rescatados con decenas de millones de euros que deberían haber ido a pagar las nóminas de millones de españoles que, inmersos en un ERTE, no han tenido ingreso alguno durante la pandemia de la peste china. O a pagar equipos de protección individual a nuestros sanitarios o Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado o incluso a repartir mascarillas a muchas familias que tienen que elegir entre comer o protegerse del virus.

Al parecer, tanto Trump como Orban, Salvini, Duda, Kurz o el propio Santiago Abascal, son un “peligro” para la democracia y merecen ser denostados en prensa y redes sociales. Sin embargo, Twitter no se pronuncia sobre que el presidente de la República Islámica de Irán -donde hoy en día se ahorcan homosexuales y disidentes, – Hassan Rouhani o el propio Nicolás Maduro -que mata de hambre a su pueblo de forma sistemática- mantengan sus cuentas en la citada red social.

Vivimos tiempos oscuros para las libertades individuales. Principalmente, la de expresión y participación política. Estamos sometidos a la dictadura de lo políticamente correcto y, cada día que pasa, será más difícil de doblegar. Pero todavía tenemos medios libres como este desde el que me leen y, precisamente, hago uso de la libertad que se me ofrece para promulgar la “¡Alerta anticomunista”!

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