Mascarillas, partidismo y borreguismo

El día 22 salió la deidad política de Pedro Sánchez para comunicar el uso de mascarillas en los exteriores. En este intento a ciegas de frenar los contagios, los presidentes de las Comunidades Autónomas lo aplaudían de forma fehaciente, aunque algunos lo veían nike dunk nfl jordan retro 3 custom jerseys luvme human hair wigs air max 95 sale lingerie super sexy adidas boost 43 nike air jordan 1 custom paintball jerseys yara ellen wille human hair wigs motagua jersey nike air jordan 1 scarpe da scoglio kansas city chiefs crocscomo una medida “insuficiente” y entre ellos estaba Juanma Moreno, el califa andaluz. A estas alturas del cuento, dónde los datos están más que repasados y la presión hospitalaria no tiende al colapso sanitario, aunque haya contagios – como una gripe común- y vemos como la nueva variante presuntamente tiene una letalidad menor.

En 2019 murieron cerca de 1.500 personas por gripe según el INE y llevamos a cuestas una atención primaria deficiente cuando se trata de estaciones más propensas a las gripes y el frío. Lo que ocurre y esté año está floreciendo es un fenómeno que, en mi opinión, occidente se tendría que enfrentar tarde o temprano por el exceso de nihilismo y el debilitamiento de estructuras sociales básicas como son la familia o la estabilidad laboral. El reto de occidente y en este caso, España, es la irracionalidad.

Somos hijos de Platón y la escuela clásica, de Rómulo y Remo y un batiburrillo de diferentes culturas que se asentaron en la antaña iberia. Pertenecemos a un Imperio que fue precursor de los Derechos Humanos y creamos los Derechos civiles. Pusimos sobre la mesa teorías tan divergentes como la del Valor-Trabajo y el libre mercado, pero a día de hoy parece que no somos hijos del pensamiento, sino más bien de todo lo contrario. Somos hijos de la propaganda, del miedo, del paternalismo estatal, del fatalismo futurista, de la ansiedad climática, del aparentar, pero no ser, de aceptar la precariedad y machacar al prójimo, del señalamiento y de la sustitución del dogma religioso por la imperiosa ideología.

La irracionalidad que nos enfrentamos hoy día ha unido a personajes tan variopintos como son Elisa Beni, Juan Ramón Rallo, Maestre y el mismísimo Alvise Pérez en una consigna; la absurdez de la mascarilla en exteriores, y es que parece ser, que el sentido común ha podido contra la ideología. Aunque existe una variante que se nos escapa y está presente en la partitocracia española es el fin de la política en sí. La política y la aplicación de políticas públicas tienen como objetivo facilitar la vida de los ciudadanos y mejorar las prestaciones que el Estado, en el monopolio de la violencia adquiere. La cuestión es que la clase política no le cabe que por más legislación que quiera imponer no siempre es mejor, aquí gana el típico refrán libertario de “dejen hacer, dejen pasar”. Lo preocupante es la escala pugilística que hay entre las diferentes agrupaciones políticas por hacerse con el poder y colgarse medallas en el terreno internacional. No solo querer controlar factores como es un virus que está fuera de su alcance, si no también ganando simpatía entre sus votantes. El político no es un tecnócrata, él no piensa en mejorar la sanidad, reforzar la atención primaria o ampliar la investigación, sino que, a través de una legislación injusta, aumenta prohibiciones y de esa forma actúa como decía Lakoff como un “padre que castiga”.

El político ya sabemos cómo es y la partitocracia española lo ha desenmascarado. Para él no hace falta pasaporte covid para entrar en la cafetería del Congreso, él puede moverse dónde quiera aun habiendo restricciones a la movilidad para el común de los mortales y él crea una legislación para blindar su persona. El partido funciona como una máquina caciquista dónde el control del voto lo tiene una selecta minoría subyugando así una opinión uniforme al resto. Es sabido que esto ocurre en nuestra nación y es la generación boomer la que no quiere cambiarlo. La generación de la felicidad, prosperidad y miedo, la que te dice en el bar con dos copas que todos los políticos son iguales, pero luego la papeleta cae en la urna para mantener el sistema, aquellos que te comen la oreja con lo mal que lo hace el adversario político, pero cuando le toca al suyo sabe que ha hecho cosas positivas.

Esos mismos ciudadanos, aceptan sin cuestionarse lo que impone su líder político. Sin irnos más lejos, tuve una profesora que durante el Estado de Alarma se obcecaba que era legal encerrarnos en nuestras casas amparándose en la ley de Estados de Alarma, excepción y de sitio en la cual, decía que se podía limitar ¡no suspender!, Tras varios debates en las magníficas clases on-line, muchos le hicieron caso pero unos pocos siguieron dudando y es que, los tribunales nos han dado la razón y el por qué mi profesora defendía eso no fue por una convicción legislativa, si no por una fe ideológica ciega al Partido Socialista.

Para luchar contra esta lacra hace falta más pensamiento crítico. Hace falta cuestionar tu ideología y lo que ocurre a tu alrededor. El Estado es un aparato que muchas veces prefiere afianzar su hegemonía que el bien común y el totalitarismo del siglo. XXI no vendrá con tanques y aviones, si no con buenos propósitos y alardeando de hacer lo que hacen por el bien común.

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