Perder la razón

En la innumerable lista de guerras que han jalonado la historia de la humanidad, hay algunas que se nos aparecen como guerras justas. Lo serían porque alguno de los pueblos involucrados tenía razones suficientes para defenderse o atacar o ambas cosas a la vez, que de todo ha habido.

Claro que esa cualidad de “justa” o “injusta”, predicada de una guerra, depende muy mucho de la perspectiva de la parte que la afirma. Para los cristianos del siglo XII, las cruzadas debían ser algo necesario y bueno, al igual que para los musulmanes del siglo VII e incluso del XX la guerra santa contra occidente. Para los pueblos oprimidos por los aztecas, la llegada de Cortés, en tanto les liberaba, les debió parecer justísima, al igual que muy justa parecía la invasión de Europa por la URSS que puso fin a la segunda guerra mundial. Pero lo cierto es que muy pocas guerras obtendrían esa calificación, entre otros motivos porque las verdaderas razones de una contienda se suelen esconder tras el velo de elevados ideales. Algunas, sin embargo, pueden basarse en razones culturales, históricas o estratégicas, o pretender hacerlo. Es el caso de la guerra de invasión rusa en Ucrania.

Ambos estados, Rusia y Ucrania, conforman una nación, núcleo de la cultura eslava, cuyos límites no concuerdan con los del mapa político actual. No es que Ucrania pertenezca a Rusia, sino más bien que comparte con Rusia un mismo deambular histórico que se vio interrumpido por la desintegración de la antigua Unión Soviética. La expansión posterior de occidente iba a llegar hasta la misma capital del Rus de Kiev y eso, sin duda, provocaba el rechazo ruso. Esa sería la causa de la guerra, la razón esgrimida por Moscú para justificarla. Del otro lado, el deseo de libertad del pueblo ucraniano frente al tradicional imperialismo autocrático ruso justifica la más aguerrida defensa.

Ambos contendientes tienen sus razones para actuar como lo están haciendo, pero por muy defendibles que fueren, se pierden cuando se producen hechos como la matanza de Bucha. Si un ejército, con abrumadora superioridad sobre el que se enfrenta ha de recurrir o recurre a acciones así, es que ha perdido la razón. Si razón podía tener para mantener Ucrania en su esfera, al perderla, será Ucrania la que gane con más fuerza la razón para salirse de ella, sea como sea. Cuando en una guerra se pierde la razón, queda el duradero residuo del odio que, a su vez, alimentará la justificación de otra futura.

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