Doktor Frankenstein

Se ha celebrado el desfile del “orgullo” de Madrid. Hasta no hace tanto tiempo se decía “orgullo gay” pero ya no se habla así. La razón no es otra que haber extendido las reivindicaciones a lo que se ha dado en llamar “colectivo LGTBIQ+”. Como las propias siglas indican, se incluye a los homosexuales, pero también a transexuales y queer. Considero un error trabajar con un cajón de sastre, por la confusión que traslada a la opinión pública. Una cosa es la orientación sexual y otra muy distinta “la identidad sexual”. Las televisiones, muy especialmente las públicas, tratan “la cuestión lgtbi” como la esclavitud o el Holocausto. Monográficos y reportajes se convierten en un glosario de biografías desdichadas, que nos hablan de persecución, discriminación, ostracismo, proscripción.

¿Quién, así las cosas, se atrevería a ir contracorriente? ¿Quién sería capaz de meter una cuña? El lema de este año insiste en la lucha “contra los discursos de odio”. Dan por sentado que han cobrado cuerpo doctrinal, incluso señalando personas y expresiones políticas. En TVE se identificaba dignidad lgtbi con la Ley Trans de Irene Montero. Cualquiera que plantee enmiendas es un fóbico miserable, retrógrado, enemigo de los derechos humanos. Siguen recordando la paliza con resultado de muerte en La Coruña como una forma de homofobia en su versión extrema, a pesar de que la policía descartó un móvil de tal naturaleza. Parece que la causa necesita mártires, como cualquier otra religión o cruzada. Circula la especie de que las agresiones lgtbifóbicas van en aumento. Curiosamente los medios no recogieron el caso del asesino en serie de Bilbao: robó y mató a ocho homosexuales.  

El desfile pretende ser la cara, pero existe también la cruz. A las carrozas se sube mucha gente, ignorante de las sombras. Alguien llegó a relacionar la bandera arco iris con El mago de Oz, como si la película camuflara un mensaje encriptado ya a finales de los años treinta. Quizá la razón sea la orfandad de la protagonista. Su verdadera familia (los pobres tíos no pintan nada) sería una multitud festiva. Dorothy corretea feliz con el hombre de hojalata, con el espantapájaros o el león miedica, pero en realidad busca al hombre que pueda devolverla a casa. El mundo, desdichadamente, se está llenando de Dorothys. Un tornado se las lleva al universo “trans” o “no binario”. Soñaron con ir más allá del arco iris, pero se perdieron sin remedio. Y los magos que indican el camino son estafadores, charlatanes, desquiciados.

Las ideólogas de género son reconocibles e ilegibles. Leer a Judith Butler o Paul Preciado es ahogarse en una maraña conceptual. Desarrollaron “teorías” para dar acomodo a sus problemas personales de clara índole psicológica. Increíble hasta dónde han llegado sus tentáculos. En España tenemos a sus hermanas gemelas. Forman parte del equipo de Irene Montero. Beatriz Gimeno pinta la heterosexualidad como un potro de tortura en el que la torturada soporta las puñaladas del miembro viril. Anima a ciertas prácticas con dildos como forma de equilibrar una injusticia natural.

Es tal la epidemia, que ya hay estudios disponibles. En EEUU y Canadá la borrasca está haciendo estragos. Llegados a este punto, recomiendo la lectura de dos libros: “Nadie nace en un cuerpo equivocado” y “Un daño irreversible”. Sus respectivos autores (José Errasti y Marino Pérez del primero y Abigail Shrier del segundo) son los nuevos Salman Rushdie. No han puesto precio a sus cabezas, pero casi casi. Así y todo, se han vendido, y mucho. Parece que tratan una cuestión percibida como urgente y prioritaria. Ambas obras tienen dos puntos en común: por un lado, son respetuosas hasta el extremo. Por el otro, han sido señaladas y estigmatizadas por gente que no las ha leído, unos porque creen que lo saben todo y otros porque no quieren saber. No hablamos de homosexualidad ni de la disforia que se expresaba con una escasa incidencia del 0`01 por ciento. Aquí se trata de una “ideología de género” corrosiva, predicada en los libros de texto e inscrita en la ley. La identidad sexual se ha hecho líquida y fluctúa como un contínuum, manifestándose en peligrosos experimentos y extrañas formas híbridas.

Se podría, pues, jugar con ambas identidades, que son ambas y ninguna. Muchos jóvenes se lanzan a inyectarse hormonas o acaban operándose. Que un adolescente se declare “no binario” es cada vez más probable. La razón que aduce: no me identifico con ninguno de los dos géneros. Hay una frase que se repite por todas partes: no me siento cómodo con el género que me asignaron al nacer. Parecería que el comadrón tomó una decisión caprichosa y arbitraria al ver al recién nacido. Es la negación del sexo biológico y de la mujer misma, o del hombre. La pregunta es: ¿cómo alejarse de un género cuya realidad no se reconoce? Tienen, por desgracia, a todo el aparato de su parte. La única terapia aceptada es “la afirmativa”, consagrada por el autodiagnóstico. Y es válida aunque se trate de un niño de tres años.

El 70 por ciento de las transiciones se hacen de mujer a hombre. Son miles las adolescentes que en los EEUU consiguen la testosterona en los departamentos de las universidades. Los seguros médicos ya incluyen estos “tratamientos”. El papel de los orientadores roza el secuestro. Abigail Shrier ha entrevistado a muchas exmujeres arrepentidas. Todas cuentan historias parecidas. Vivían un malestar juvenil, difuso y multiforme, y acabaron en foros de internet. Allí encontraron la nueva fe, al cobijo de una secta. Uno de los pasos es romper con la familia. El catecismo trans o queer considera “tóxicos” a los padres contritos y recomienda cortar con ellos todo contacto. Si llaman a la puerta del terapeuta, les dicen que aquella hija que tenían ha muerto. O aceptan al nuevo ser extrauterino o mejor se van a hacer gárgaras. Ya hay asociaciones de progenitores con depresión crónica. Viven un auténtico duelo, perdidos, sin que nadie los escuche. La legislación española que tanto celebran el Presidente y su ministra pretende arrastrarnos por ese lodo. El seguimiento atento de cada caso, sin precipitaciones, se considera delito y una aberración. Algunos especialistas disidentes lo recomendaban como la mejor de las opciones. Los grupos lgtb más militantes acabaron con su reputación, arrinconándolos. No quieren oír hablar de apoyo psicológico porque les parece denigratorio. Irónicamente llaman “terapia de conversión” a no iniciar ningún cambio.

Se nos está ocultando con celofán el daño ocasionado a toda una generación en desarrollo. Esta locura contagiosa dejará su huella fósil y la veremos en el futuro. Abigail Shrier describe los destrozos corporales con toda la crudeza que requiere el caso. Lo peor es la amenaza de suicidio (más que discutible) bajo la que viven los padres. Después de la transición, la mayoría no están mejor, ni siquiera bien. Cada vez hay más casos de jóvenes atrapados que no pueden revertir el proceso iniciado. El efecto de la testosterona es permanente, incluida la esterilidad. La cirugía genital es, a menudo, una chapuza con implicaciones dramáticas. Son varios los países que empiezan a dar marcha atrás en las legislaciones. En España sacamos pecho, en lugar de tomar buena nota. Por todas partes proliferan las denuncias de personas afectadas, que darían lo que no tienen porque alguien las hubiera frenado en una deriva a ciegas. Hasta una jerga laberíntica fue parte de la trampa en la que cayeron. Construyeron una verdadera neolengua con efluvios mareantes. Un sujeto se define demisexual, a la par que poliamoroso, gay y no binario. Una congresista afirma que las mujeres CIS pueden embarazarse, pero también un trans o un no binario, aunque les fastidie a las TERF.

Pensaba yo en el porqué de esa mayoría femenina abrazando una identidad masculina o, cuando menos, “modificada”. La única explicación que encuentro es el propio feminismo de tercera ola. La descripción que hace del “ser mujer” es tan negra, tan funesta, tan desgraciada, que dejar de serlo se convierte en la única salida. La publicidad ayuda poco o nada. Si un extraterrestre se sentara a ver la televisión, acabaría siendo misógino. La variante femenina de la especie humana parece un problema en sí, nacida enferma, imperfecta, amenazada. Necesita de mil productos y artilugios para salir adelante. Además una mujer es violada, maltratada, mutilada. Una mujer menstrúa, se embaraza sin desearlo, aborta. Nada como acabar con todo eso y poder ser “otra cosa”. Sobran doctores Frankenstein para darle forma.

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3 Comments

  1. Vaya por delante mi felicitación por la valentía de la escritora al atreverse a tratar este tema (y otros) de esa manera tan contraria a las opiniones «progres» o de izquierdas. No obstante, no comparto varias afirmaciones del artículo, como tampoco comparto afirmaciones de «los otros». Yo creo que ni tanto ni tan calvo. Entiendo la fiesta del «orgullo» u «orgullo gay» como una reivindicación y una celebración por quienes han sido perseguidos durante mucho tiempo y todavía lo siguen siendo en países que incluso los condenan a la pena de muerte. Es terrible. Pero no entiendo que vayan desnudos en la cabalgata o que dure tantas semanas, a modo de ejemplo. El cambio se sexo es un hecho real, que no se puede negar, y eso de que una mujer se siente hombre y lo contrario no es un capricho. Bien organizado no tendría por qué hacer daño a nadie. Otra cosa es que se decida demasiado pronto o se decida solo inscribiendo el nuevo sexo en el registro civil. En fin, no voy a hablar de cada uno de los muchos temas o ramificaciones sobre los que hace reflexionar el artículo, porque sería una pesada. Hay mucho que meditar, mucho sobre lo que enterarse y se necesita mucho sentido común, responsabilidad y humanidad.

  2. Leí el libro de Errasti, no el otro. El panorama está empezando a ser desolador. Soy de la generación de Bibiana Fernández, Tino Casal, Miguel Bose y otros. Creo que ahora estamos ante una monstruosidad muy diferente. Enhorabuena 👏 por un artículo lúcido, valiente y riguroso. Interesante la reflexión final. No va tan desencaminada la autora.

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