Los principios y los finales

Hoy me encuentro ante la necesidad de volver a recordar esa frase atribuida al gran Groucho Marx que exclamaba aquello de “estos son mis principios pero, si no le gustan, tengo otros”. Por norma general, este argumento podría aplicarse a muchos políticos y partidos políticos que se aplican en ir a la corriente de las ideas o necesidades de la sociedad la máxima de sus promesa electorales o de sus acciones en las instituciones con el fin de mostrar una empatía que resuelva los conflictos en consonancia con el deseo de una mayoría de los ciudadanos y de manera justa. Por supuesto, en la mayoría de los casos, con un fin complacista que atraiga el voto más allá del compromiso político que pueda haber. De hecho, en no demasiadas ocasiones las promesas quedan en el tintero del ya lo haremos para convertirse en una promesa eternizada de un futuro impredecible.

El problema mayor viene cuando el político o el partido político de turno cambia el “si no le gustan” por el “si no me conviene”. De esta forma no cuenta tanto la opinión o la justicia social ni las razones ideológicas ni el humanismo ni la labor vocacional en política sino el deseo de perpetuarse en el poder y construir una única alternativa política justificada en argumentos ideológicos que en nada justifican, realmente, lo que se está aprobando o la línea de trabajo del poder ejecutivo o de los distintos ministerios. Y mucho me temo que en esas andamos para desgracia de nuestro futuro inmediato y de nuestros bolsillos.

Cuando alguien con esta visión política, que permite modificar hasta las últimas consecuencias desde programas electorales hasta el funcionamiento de los poderes del Estado para conseguir con ello su apoyo en todo lo que necesite, llega al poder, el objetivo deja de ser la coherencia con los fines planteados por el Estado durante décadas en materia internacional, deja de ser gobernar sin el apoyo de fuerzas políticas que han desafiado al Estado o que, además de hacerlo, se han convertido, por amor a esa democracia que tanto desprecian, en los herederos políticos de una banda terrorista a la que se niegan a condenar.

Lo de la necesidad, por números, de tener que gobernar con enemigos del propio sistema o de hacerlo con el apoyo de los ya mencionados no puede, nunca, ser gratis. Pero, menos aún podía serlo si antes de los pactos se hubiese negado no tres veces, como San Pedro, sino decenas de veces, por activa y por pasiva, que no se iba a llevar a cabo ninguno de esos acuerdos. Engañar a los votantes, engañar a toda la ciudadanía a tal nivel y que, una vez cometida la enorme falta ética, esto no haya tenido consecuencias de seguro ha debido ser un suceso alarmante para el resto de democracias europeas ante la pasividad de la sociedad española.

Y además, en política, como en la propia vida, nada resulta gratuito. Conservar un Gobierno en estas condiciones tiene un precio muy alto que no deja de traducirse en concesiones, una tras otra, haciendo propias con el objetivo de atraer al electorado de esas formaciones las propuestas más variopintas a la vez que más desastrosas y humillantes para el Estado, por no decir catastróficas para nuestra economía. La inflación disparada por encima del 10 por ciento y con unas expectativas, según todos los expertos, nada halagüeñas para el próximo otoño pueden ser parte de la respuesta.

Y que no nos vengan más a decir que si Ucrania, que si el problema de los carburantes, de la energía. Durante años hemos tenido que soportar cómo se dejaban morir centrales nucleares por cuestiones ecológicas; durante años hemos comprado, a un precio mucho más caro, esa energía a países como Francia, que la produce a través de esas centrales nucleares que hemos rechazado. Hace unos días la Unión Europea calificaba como verde la producción de energía en centrales nucleares. Y la excusa de la transición a una energía de renovables para acabar con las centrales de forma inmediata es tan burda como decir que no se debe sembrar más arroz hasta que no se consuma el que haya en las reservas para terminar comprándolo a otros cuando se haya acabado mientras se siembran y recogen nuevas cosechas.

Pero son muchos, muchísimos más, los ejemplos demostrables tanto desde una perspectiva económica como desde una perspectiva social. Tal es el caso de los movimientos de liberación de las opciones sexuales o del género. Yo siempre dije, y mis discusiones con amigas feministas en público que luego me dieron la razón en privado me costaron, que hacer políticas de igualdad a partir de la diferencia no sólo es contradictorio sino que agrava mucho más los problemas, los visibiliza desde una perspectiva diferencial y no desde una perspectiva de igualdad. Así, personalmente detesto que se hayan creado tantas y tantas etiquetas para definir desde gustos sexuales hasta formas de sentir o pertenecer a un género. Yo no creo en absoluto en un mundo de etiquetas sino en un mundo libre, en un mundo donde dos personas no tengan que ser reconocidas como comunes en torno a clichés, en torno a lo que los demás decidan que puedes o no ser.

Recientemente leía una entrevista a la gran Bibiana Fernández dónde esta expresaba que no se identificaba con la etiqueta de mujer trans porque ella nunca aspiró a ser una mujer trans sino una mujer. Y tiene toda la razón. Un transexual no tiene como objeto ser un transexual, que es una circunstancia que simplemente define la cuestión, sino una mujer o un hombre y ser reconocidos y reconocidas como tales socialmente. Otra cosa es la cuestión sexual y con quién decidan o no, en su vida privada, llegar hasta dónde consideren con quién consideren y siempre que la otra persona sienta y desee lo mismo. Hasta en ese punto pienso que se ha trastornado, perturbado y deslegitimado lo que entiendo que es y ha sido el verdadero objetivo del movimiento reivindicativo transexual. Y lo peor de todo es que hay muchos y muchas personas transexuales que parece que no son conscientes de ello ni de la utilización que llevan a cabo algunos políticos de sus circunstancias para crear un mundo a la medida de sus intereses.

El respeto a la diversidad debe comenzar por entender que, desde la individualidad, cada persona es diferente, tiene cosas diferentes que aportar, todas son respetables y todas deben convivir sin la necesidad de establecer qué puede ser o que es cada persona. Y esa es el verdadero espíritu de la Carta de Derechos Humanos y del artículo primero de la Constitución, que nos dice claramente que la Ley no debe diferenciar por raza, religión, sexo, género u opción sexual. La libertad individual parte de la premisa de que ni la sociedad ni el Estado deben poner ni límites ni condenas a esa diversidad real que constituye el colectivo de más de 50 millones de personas diferentes. Las leyes deben estar para condenar los actos que vayan en contra de la libertad de otras personas, no la propia. Y cada uno es y debe ser libre de elegir en su vida cuál es el camino de la felicidad y de su propia existencia. Personalmente me resulta lamentable que nadie pueda cuestionar esa libertad o las opciones que cada persona elija, pero también me resulta lamentable que se trate de etiquetar y utilizar políticamente a colectivos diferentes al que ha sido normativo e impositivo durante miles de años.

En España tenemos cierta miopía alimentada por unos y por otros sobre nuestra historia reciente, sobre el periodo de dictadura; una dictadura en la que se cometieron auténticos crímenes, fusilamientos, detenciones ideológicas, persecuciones por razones políticas, linchamientos y encarcelamiento de homosexuales… Vamos, exactamente lo mismo que ocurrió en su momento, y en parte sigue ocurriendo, en la dictadura castrista de Cuba tan laureada por muchos sectores de la izquierda de este país. El problema que tenemos con esto no es tanto de memoria histórica, que cada cuál quiere llevar a su terreno para ganar la batalla de la Historia sino la incapacidad como sociedad de saber entender que los hechos suceden en momentos históricos concretos y por circunstancias particulares en muchos casos fruto de los movimientos geopolíticos de ese momento de la Historia. Así, habría que hablar de la relación del último Gobierno de la II República con la Rusia Comunista de Stalin o el poder de los representantes del dictador soviético en España o las declaraciones del líder socialista de ese momento, Largo Caballero, en una entrevista en el diario La Prensa de México, cuyo titular, sin más, no era otro que “Habrá soviet en España en cuanto caiga Azaña”. Sinceramente, con la visión actual ninguno de los dos bandos estuvo exento de culpa y, ni la II República fue idílica ni la dictadura liberó a España de parte de lo que suponía en esos momentos una amenaza para el país, la represión y la falta de libertades. También habría que haber mirado al resto de Europa y del mundo. Una de las peores consecuencias para España de la dictadura fue, sin duda, que se prolongara tanto en el tiempo. Pero bueno, en esto… que se lo digan a Cuba y a los cubanos.

El caso es que hasta la Historia, para aquellos que son capaces de utilizar cualquier cosa con tal de reivindicarse, de usar cualquier recurso en beneficio propio, supone un recurso sobre el que usar a víctimas, criminalizar a otras u obviar parte de la realidad por conveniencia. Lamentable. Aunque casi no tan lamentable y alarmante como ese interés por controlar los poderes del Estado y hacer uso ideológico de las instituciones para poder perpetuarse a costa de vender humo. Decían desde hace décadas que lo importante para los países más pobres de África no era darles comida sino facilitarles los instrumentos y las enseñanzas necesarias para que ellos fuesen capaces de poder conseguirlo con sus propios recursos. La respuesta a por qué esto no sucedía estaba clara… no interesaba. Ahora, que más o menos disponen de esos recursos, son abogados a continuas guerras y enfrentamientos como método de control de la pobreza.

Aquí, la forma más interesada de satisfacer al pobre parece no ser crear e instrumentalizar las condiciones necesarias para que se genere trabajo de calidad y se creen empresas y sean competitivas, sino subvencionar la pobreza porque también tiene voto. Nadie en su sano juicio, desde un mínimo conocimiento del sistema económico entendería que en las condiciones por las que atraviesa Europa y España nuestro Gobierno base su gestión en una continua subida de impuestos, en asfixiar a las empresas y en ahuyentar la inversión. Se avecina un otoño caliente y lo que más me sorprendería sería que nuestra sociedad no fuese capaz de plantarle cara a este Gobierno antes de que acabe el año. Razones mucho me temo que vamos a tener. Como nunca. Agárrense que vienen curvas.

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