Un 42,6 por ciento de la ciudadanía con derecho a voto en las elecciones del pasado domingo en Cataluña decidieron no votar y ganaron las elecciones con una diferencia de nada menos que 14,54 puntos del segundo, el PSOE de Illa; incluso 1,49 puntos por encima de la suma de todos los partidos independentistas o pro referéndum, incluidos los comunes.
Sin duda, los electores de estas elecciones han dado un mensaje, un mandato que diría Puigdemont. Un mandato que no sería otro que “déjense ya de jugar con temas con la identidad, con temas como el nacionalismo, las izquierdas, la derecha, la historia y las leyendas, siempre en interés de los partidos que soportan estas premisas y no del pueblo catalán, y pónganse, definitivamente, a trabajar por el bien de la ciudadanía”. Ha ganado la mayoría de la pasividad, cada vez mayor, ante una política que rezuma cada vez más aspecto de combate de pressing catch que de representación de la voluntad popular.
Y es que, cada vez más, los procesos electorales se vuelven, y los políticos lo repiten con ningún tipo de decoro, en procesos de apoyo a lo que los partidos representan más que oportunidades democráticas en las que la ciudadanía ve reflejadas sus anhelos e ilusiones de mejorar la sociedad y las condiciones del país para desarrollarse mejor laboral, económica y socialmente en él. Los precios suben, los impuestos también, los sueldos suben por debajo de la inflación y del IPC y el poder adquisitivo se va reduciendo cada vez más mientras que las grandes fortunas terminan por aniquilar a los pequeños comercios, y lo hacen o suelen hacer a través del mecanismo del comercio electrónico. Hace poco alguien me comentaba lo difícil que le estaba suponiendo encontrar algo bastante básico en las tiendas de la ciudad y que, de encontrarlo tras perder tiempo y dinero en desplazamientos, suponía pagar un precio mucho más alto que si lo encontraba directamente en Internet.
Las nuevas tecnologías han llegado para quedarse pero, ojo, también lo hacen tanto para ayudar como para amenazar los estilos de vida tradicionales, saludables, como los que producen el ejercicio físico de salir a realizar alguna compra o la de utilizar esas salidas para socializar. Quizás, en este sentido, los únicos sectores que, por el momento, no sufre la amenaza de las ventas online son los del ocio y el transporte, así como algunos servicios como la limpieza. Hoy en día, hasta cualquier papeleo se puede hacer online. Y pronto llegará, no tardaremos en verlo, la posibilidad de consultas médicas online, con diagnósticos incluidos, y hasta analíticas domiciliarias con kits de auto uso y envío por mensajería que reducirán las esperas en consultas y en Atención Primaria pero que, como todo, reducirá también los empleos en el campo de la sanidad pública. Probablemente, la sanidad privada se convierta en un hibrido entre el modelo tradicional y el tecnológico dejando a los usuarios la posibilidad de elección. Ya se sabe, el que paga elige.
Pareciera que me he desviado, y mucho, de la temática inicial. Y sí, en algo lo he hecho, pero no sin darme cuenta. A veces hay que respirar después de soltar lo que realmente se piensa porque, si no, acaba uno con los pelos a lo Puigdemont. El caso es que mi salida temática no era del todo descaminada. Y es que, a lo dicho anteriormente se suma un cambio de tendencia en las mentalidades de la ciudadanía. Hoy en día la juventud está más pendiente de todo aquello que le facilite lo más mínimo y no se preocupan de mayores esfuerzos más allá de los que les produzcan los gimnasios, convertidos en fábricas de imagen en los que la gente tiende a ser el retrato de aquello que les gustaría que los demás vieran en redes sociales en esa dura rivalidad por conseguir ser el más musculoso, llamativo, esbelto o esbelta y el más chic.
Mientras tanto… en un planeta no muy lejano, que diría la gran saga del espacio, y como advertí la pasada semana, los políticos que representan a los partidos electos hacen ya ganchillo del complicado para ver cómo encajar el puzle en el que salgan ellos y los suyos con la sonrisa más brillante. A un paso estamos de negar el independentismo si fuese necesario, o de intentar convencer de que nunca hubo negociaciones y que la amnistía es un bien generado a través de la IA para sofocar un independentismo que fue más un espectáculo de calle en el que se pasaron un poco en la escenificación que un delito contra el Estado de los más graves en la consideración internacional.
Pues no, olvídense… la mayoría social catalana ha hablado y pasan de todos ustedes. Prefieren sumergirse en sus problemas, algunos o muchos fruto de su descontrol y desgobierno, e intentar salir adelante que perder el tiempo en apoyar a aquella gente en la que no cree para que sigan emperoando sus vidas mientras golpean su pecho con consignas ideológicas de pasillo de preescolar.
Ah, por cierto… otra vez no me equivoco… vamos a elecciones, o en Cataluña o en España. Y eso nadie lo ha votado.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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