La destructiva ceguera maniqueísta

Me contaba un amigo que trabaja en la noche en Marbella hace unas semanas sobre las escenas y situaciones que había tenido que presenciar escenas muy particulares de gente más o menos conocida relacionadas con asuntos turbios y con prostitución. Entre las situaciones vividas me mencionó una que tenía que ver, presuntamente, con los servicios prestados a un político de los más conocidos y con mayor poder en nuestro país y jovencitos de la noche. Nada me hizo llevar las manos a la cabeza. De hecho, dicen que los periodistas valemos más por lo que callamos que por lo que contamos y, en ese caso, y ahí lo dejo, es totalmente cierto.

Pero sí me viene bien el caso para analizar e insistir, una vez más, en aquello en lo que no he dejado de repetir obstinadamente, en los últimos años, aquello de que la política se ha convertido en ese teatro en el que vale mucho más la pena el aparentar que el ser. Porque el ser deja de ser importante cuando está lejos del escaparate en el que se enseña lo que se pretende aparentar, atrayendo, como la luz a los mosquitos, a los votantes a las urnas con su voto.

Y es que, no podemos negar a estas alturas que el sistema está podrido. Los partidos políticos ensalzan líderes que son producto de las malas entrañas de la falsa democracia interna de los mismos. No llega hasta arriba quién es más merecedor por méritos propios sino aquella persona que tiene una mayor capacidad para trepar o la que es más visceral apoyando y aplaudiendo como focas en el circo a su líder entregando su propia dignidad en la defensa, en demasiadas ocasiones, de propuestas de esas del aparentar que nunca llevan a nada en concreto y, si me apuran, en demasiadas de esas ocasiones, a nada bueno.

Y es que el éxito de las políticas debe medirse por los resultados y no por las intenciones. Y eso es algo de lo que parecen librarse los políticos y los gobiernos hoy en día. Dedicar cifras desorbitadas a la lucha contra la violencia de género, si no se consigue con ello unos resultados aceptables y una disminución o eliminación de esta violencia, es un fracaso y no merece insistir en la misma dirección aumentando los presupuestos o insistiendo en las mismas líneas de actuación. Los análisis realistas son el primer paso para encontrar el verdadero camino a la solución de los problemas y buscar culpables o condenar la condición de género de los que agreden es sintomático de la debilidad de estos análisis, como también lo es huir de introducir la responsabilidad de las mujeres en complicidades a lo largo de la historia que han permitido que todo haya sucedido como ocurrió. Como en las relaciones de pareja cuando no funcionan, hay que compartir responsabilidades porque, de una manera u otra, todos nos equivocamos en los procesos en los que estamos involucrados cuando salen mal. Sé que alguna que otra feminista, al leer esto, me saltaría con aquello de revictimizar, o visión patriarcal. No, no nos equivoquemos. Se trata de una realidad descrita, ni siquiera de una percepción. Y si queremos acertar en los análisis y en la toma de decisiones para solucionar los problemas nunca, jamás, podemos ignoraru obviar ninguna realidad.

No quiero hacer, en este sentido, leña del árbol caído, sino llamar la atención sobre enfoques que entiendo que no han sido sino manipulados al interés de parecer de quiénes los han controlado o siguen controlando desde las instituciones y desde la política. Por otro lado, están los que niegan la mayor y, ojo, apoyados por muchas mujeres. Y no, el problema no es el fascismo, el problema es que demasiada gente defiende los entornos ideológicos en los que se sienten más cómodos. Lo mismo que hay mujeres a las que les encantan que las inviten siempre los hombres, que les cedan el paso por ser mujeres o que, incluso, les den “su espacio de mujeres”, las hay que no se sienten nada cómodas con estas situaciones.

Y hablando de realidades, recuerdo en más de una ocasión, dentro de este tipo de cosas que, como dije en un principio, a veces es mejor callarse porque generan en la manipulación generalizada un rechazo inexplicable sobre la verdad, que alguien relacionado con el mundo del acogimiento de menores me comentaba cómo en muchas ocasiones iban a comprarles, con dinero público, por supuesto, ropa nueva porque les hiciera falta, y que al entregársela se la tiraran en la cara porque lo que ellos esperaban y desean es ropa de marca, porque han venido de sus tierras obnubilados con esas marcas, ese marketing de glamour de occidente y con el deseo de destacar y presumir de vivir aquí y piensan que si no les compran esas marcas es porque los tratan con desprecio. Estas cosas, queridos y queridas lectores y lectoras, ocurren hoy en día, y llevan ocurriendo desde hace muchísimos años. Y los políticos lo saben, porque se hacen informes y porque todo lo que ocurre llega hasta arriba.

Situaciones como estas quizás nos debería hacer reflexionar sobre que no toda la inmigración que llega a nuestro país está huyendo de la guerra o del hambre, sino que gran parte de esta llega para triunfar, para ser uno más de los de arriba, y no de los de abajo. El no conseguirlo puede llevarles, y lleva a muchos de ellos, a la frustración, a la impotencia, y esta a la violencia. Y hablamos de personas que han crecido y se han desarrollado en espacios donde la convivencia era muy diferente a la nuestra, con valores muy distintos y con estados que ni siquiera han reconocido los Derechos Humanos. Ya saben aquello de meter a un elefante en una cacharrería.

En otras de mis reflexiones, hace ya sus años, hablaba del maniqueísmo totalitario y, por desgracia, debo recuperar esa reflexión porque cada vez andamos más sumidos en esa dictadura de lo blanco o lo negro, lo bueno y lo malo. Ahí radica principalmente la clave de los aspectos más negativos de la política que estamos viviendo en nuestros días. Si no eres de izquierdas eres un facha, si no piensas como indican desde los ámbitos políticos dominantes o gobernantes o eres un facha o un perroflauta. El carácter crítico ha desaparecido para dar paso a esa estrategia de o conmigo o contra mí, en una pelea continua entre hermanos que no nos llevará a nada bueno. Hace poco, en relación con la recuperación, una vez más, de la memoria histórica del dictador Franco, se lanzaba la consigna de que quién olvida el pasado está condenado a repetirlo. Pues parece ser que se están olvidando del pasado que propició la guerra más sangrienta, injusta e inmoral de la historia de nuestro país, la que luchamos contra nosotros mismos. Ni la imposición es ningún camino ni justo ni democrático ni el olvido de la razón en pro de las ideas que garanticen la apariencia que justifica los votos de quiénes no analizan los desastres de los resultados nos llevan a progresar en nada ni a evolucionar en positivo.

Espero que el espíritu de la Navidad impregne a nuestro país de un poco, aunque sea sólo un poco, de sentido común, el menos común, en la actualidad, de los sentidos, y el que se debería trabajar en la línea de acabar con ese maniqueísmo totalitario y devolvernos a la senda del debate de ideas, no de ideologías, y a no ocultar, por interés, ni los fracasos en las iniciativas políticas, ni a ningún negacionismo absurdo, ni a obviar que las realidades, a pesar de ser más complejas de lo que deseáramos, no se acaban ni hacen justicia si no somos justos, en primer lugar con nosotros mismos, y en segundo lugar con los demás. Y ser justos con los demás incluye el hecho de valorar lo positivo y lo negativo, beneficie o no beneficie a los intereses de ese absurdo aparentar tan rentable para algunos.

Amen

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