
Hoy, creo que se ha producido uno de los mayores golpes morales recordados a Pedro Sánchez por aquello que tanto le gusta repetir de “el lado bueno de la Historia”. Hoy, la mujer que se enfrenta al narco estado opresor, autoritario y criminal de Venezuela, con el que el presidente español mantiene tan buenas e interesadas relaciones y con el que su mayor mentor y apoyo en el partido socialista, el ex presidente Rodríguez Zapatero, ha sido y es un arduo defensor -no de forma nada gratuita y utilizando el buen nombre de España en ello-, María Corina Machado, ha recibido el premio Nobel de la Paz. Y lo ha hecho, precisamente, por enfrentarse con coraje y determinación contra un régimen al que los presidentes socialistas españoles mencionados han rendido pleitesías, en ocasiones, como la de Barajas en Madrid, casi al límite de traspasar las propias leyes impuestas, europeas y españolas. Y que hubiese gente, aunque fuese desde el mimo PSOE, o incluso desde el mismísimo Consejo de Ministros, que alentaban un posible Nobel de la Paz para Pedro Sánchez sólo ha podido derivar en una sucesión de mofas ante el resultado anunciado en el día de hoy. No, Sánchez no está en el lado bueno de la Historia, sino todo lo contrario, y aún queda por saber con pruebas el por qué.
Este duro golpe a la izquierda bolivariana coincide, a nivel internacional, en que se está produciendo un proceso de inversión de cierto tipo de políticas denominadas progresistas y alentadas por gobiernos de izquierdas en todo el mundo occidental; políticas que no reflejaron finalmente sino el error en forma extrema de entender la sociedad y afrontar grandes e importantes problemas desde una perspectiva que nunca llevan a solucionar nada, sino a perpetuarlo o a agravarlo, como es el de las desigualdades sociales y económicas, más pendientes de los intereses electoralistas al conceder ayudas a través de subvenciones que de llevar a cabo proyectos de apoyo al conocimiento, al trabajo y al esfuerzo para salir de esas situaciones y progresar verdaderamente en el terreno económico y social.
Del mismo modo, cuestiones como la de cómo entender la sexualidad, y hasta el sexo, y la elaboración de todo un mundo de etiquetas y reconceptualizaciones dentro del colectivo LGTBI, la forma de entender los derechos de la mujer, con una supremacía jurídica del sexo femenino plasmada en leyes que muchos hombres entendieron como una puesta en riesgo de sus propios derechos, o un aperturismo a entender, admitir e incluso alentar procesos migratorios sin un control que garantice el éxito de integración, sólo transformados en útiles a través de enormes y costosas inversiones para dotar de techo, alimento y sustento a estas cientos de miles de personas que cada año se introducen en países como España por una vía no legal, pero con dinero público mientras se elevaron a máximos históricos los impuestos, han supuesto una suma de acumulados errores que han ido mermando la percepción que la sociedad ha tenido en el proyecto de izquierdas. Ojo que, una vez en nuestro país, las personas migrantes deben ser tratadas con todo el respeto y consideración. Lo cuestionable es el alto precio de aceptar a todas estas personas, admitir sin consecuencias entradas irregulares en nuestro país y el bajo y nefasto resultado en cuestiones como la integración real en nuestra sociedad de estas personas o la inseguridad que una buena parte de ellas generan.
Y es que el choque real de todas estas políticas en nuestra sociedad va más allá de lo ideológico. No se trata ya de asumir que la izquierda abanderara todas estas causas cuando, por ejemplo e históricamente, de hecho, fue un auténtico tormento y serio enemigo del colectivo LGTBI, al que persiguió, criminalizó, condenó, torturó y hasta quitó la vida por el simple hecho de serlo, sino del fracaso real de todas estas políticas que no consiguieron reducir las cifras del odio, por ejemplo, hacia a este colectivo, cada día más amenazado, o la violencia a las mujeres, que sigue siendo muy alta, o incluso la protección a las mujeres maltratadas, a muchas de las cuáles se las deja a su suerte, sin ningún tipo de apoyo económico, mientras se destinan partidas a acciones más ideológicas y de cuestionable fin, como las de pintar vulvas del Ayuntamiento de Soria o la de hacer broches con forma de vulva en Cantabria, todo ello con el fin de adquirir un empoderamiento femenino que nadie entendería en los hombres a base de pintar ni fabricar… Nada.
Esta semana tuve la oportunidad de coincidir con tres grandes del periodismo de este país, Álvaro Nieto, director de The Objetive, Ketty Garrat, imprescindible de este medio, e Ignacio Camacho, articulista de ABC y exdirector de este medio, profesionales cuyo trabajo es fundamental para entender todo lo que está pasando en el orden político y judicial en nuestro país en los últimos años gracias a su riesgo y perseverancia, y cuyo compromiso con la verdad les ha llevado a extremos que pocos conocen, pero que en algo, aunque en grado mínimo, podría entenderse en el enclave del enfrentamiento de Corina Machado con el régimen de Maduro en Venezuela. Con la salvedad, por supuesto, de que en España aún tenemos un Estado de Derecho y que hay límites que nos protegen, de momento, de estas cosas. De momento…
Lo cierto es que el encuentro versó sobre la libertad de prensa y, precisamente, mi tesis doctoral va sobre la libertad de expresión y opinión, por lo que no sólo no me costó nada, en absoluto, empatizar son sus argumentos, sino que, además, creo que, bajo la perspectiva de los estudios sobre este tema, y como les expresé, desde hace bastantes años, y mis sospechas se ciernen sobre el gobierno, precisamente, de Zapatero, se llevaba gestando toda una instrumentalización de algunas instituciones públicas y privadas, universidades principalmente, para organizar un proceso de ingeniería social, posteriormente alentado por desarrollos tecnológicos como la IA, pero con un alto soporte teórico. En la base de esa estructura se encuentran términos que antes de ese periodo no se escuchaban pero que tienen su origen en los estudios de humanidades en universidades, como el empoderamiento o la resiliencia, curiosamente muy presentes en los estudios de paz.
No es casualidad, por ejemplo, el hecho de que en los correos del aún Fiscal General del Estado, en torno a los hechos por los que está siendo investigado por la justicia, hablara de “ganar el relato”. Como tampoco es de extrañar, como ha sucedido en diversas ocasiones en los últimos meses, escuchar a los ministros de Sánchez o al mismísimo presidente del Gobierno, hablar de estar “en el lado correcto de la Historia”. Ese juego con el maniqueísmo totalitario dentro de un sistema en el que han estado continuamente ganando el relato a base de la imposición del mismo es el que ha traído como consecuencia el retorno de las dos Españas, la que se dibuja a sí misma como fiel reflejo de la Democracia, sus fines, la igualdad, el feminismo o el ecologismo, frente a la otra que, con su relato en la mano, representan el fascismo, el retorno a la dictadura, la censura, la limitación de las libertades… Sin embargo, todo esto es fruto de la construcción, de esa ingeniería social que ha conseguido ganar en amplios sectores de la ciudadanía, imponiendo los argumentarios de una izquierda verdaderamente empoderada, hasta el punto de llegar a sentirse impune.
Solo así se entiende que ni Sánchez ni los suyos hayan, a estas alturas, dimitido de sus cargos y convocado elecciones, después no ya de los escándalos de corrupción de miembros del partido y familiares, sino de las pruebas expuestas ante toda la ciudadanía. Pero sólo así también se entiende que el conjunto de la sociedad no le haya dado las espaldas a esta cuestionable izquierda como tal, abducida por los planteamientos presentados anteriormente.
Ante lo descrito, además, se presenta no sólo la perseverancia en el apoyo de muchos electores, asustados, además, con el peligro de que gobierne la ultraderecha, representada fundamentalmente en un diabolizado VOX, sino en la posibilidad de que entre en el Gobierno de la mano del PP en unas hipotéticas futuras elecciones. Pero también hay otras consecuencias. Se trata de una censura social adscrita a la imposición de lo que es o no correcto, ayudada por leyes aprobadas que tienen un fino hilo en la separación de sus efectos entre lo que es la condena de delitos de odio y la limitación injustificada de la libertad de expresión. Eso sí, suponen un paso ineludible desde nuestra posición democrática para imponer una censura de Estado y redirigir, incansablemente, la voluntad y la moral social, una vez que se ataca directa e indirectamente a la Iglesia católica, soporte inicial y legítimo de la cultura judeocristiana y su influencia en nuestra civilización, y se ejerce un control muy determinante sobre la interpretación de los mismísimos Derechos Humanos, adaptándolos a la voluntad legisladora de esta izquierda que, a su vez, no da puntada sin hilo más en la dirección de controlar los votos que de cumplir con esos preceptos de los que presume de igualdad o justicia social. La prueba más evidente, la destrucción de la igualdad territorial con las concesiones a Cataluña por el mantenimiento del poder en Moncloa. O las cesiones a Bildu.
Quien quiera ver, que vea, pero o paramos esto o nos dirigimos, de hecho, si se consuma el control del poder judicial y se atan a los medios bajo el yugo de las subvenciones dirigidas o la presión a empresarios para que no inviertan en publicidad en medios poco afines al Gobierno, a la antesala de una dictadura permitida por todos nosotros y con un futuro como país y como sociedad muy preocupantes, donde precisamente las libertades que dicen defender terminarán, como ya lo están haciendo, brillando por su ausencia. Y es que nada es lo que parece, sino todo lo contrario.
Para terminar, sinceramente, lo que más mechirría es que la verdadera gente de izquierdas no se haya rebelado ya ante tanta ignominia llegada, además, desde la mismísima representación de un pueblo que votó en las urnas justo lo contrario a muchas de las cosas que se están haciendo por aquellos que ahora se desdicen, día tras día, de sus promesas. O aquello no era izquierda, que sí lo votaron los de izquierda en este país, u os están vendiendo gato por liebre y os estáis dando, con perdón a las personas de izquierdas y a los gatos, un festín de mierda cuya indigestión no dejaremos de sufrir todos.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
Be the first to comment