
Quiero aclarar lo siguiente: no voy a prometer nada. De hecho, mis promesas, son hacia mí mismo. Como para prometerle al de enfrente algo que yo no voy a poder cumplir. Sin embargo, la frase de “Puedo prometer y prometo…” la he escuchado en múltiples ocasiones. Para ser exacto y sin andarme por las ramas, es lo que solía decir una persona que, D.E.P., por cierto, fue el primer presidente de la historia de la democracia de España. O debería decir: el primer presidente del Régimen del 78, Adolfo Suárez.
Adolfo Suárez no solo prometió, sino que, además, como ocurriría a lo largo del paso del tiempo, tampoco cumplió. Terminó dimitiendo tras la investidura de Calvo Sotelo, previo al 23-F, y desde entonces, tanto él como sus sucesores acabarían sentando precedente: el de gobernar sin escuchar al pueblo; el de establecerse en el poder a costa de sus votantes; el de robar, el de venderse y el de acabar con la democracia.
De ahí, el suculento nombre que me he sacado de la chistera: Puedo prometer… ¿y qué prometo? Y lo cierto es que no hay respuesta a esa pregunta. O, al menos, no parece hallarse una única y elocuente respuesta. ¿Qué le puedes prometer a un pueblo que, durante más de 40 años, ha vivido subyugado bajo el manto de lo que ellos consideran “democracia”, pero que se ha convertido en una fiesta política para repartirse el poder, el sueldo, las prostitutas, las sustancias y la estafa piramidal llamada Estado?
Y, además, ¿qué le puedes prometer a un pueblo que se encuentra completamente anestesiado, que vive de las ayudas por parte del Estado y no del trabajo que no hay o de la productividad de las PYMES, que agonizan cada mes para pagar una cuota por trabajar? ¿Qué le puedes prometer a un pueblo que sobrevive mientras le obligan a pagar impuestos, mientras no pueden buscar una vivienda, ni tener un empleo productivo, ni formar una familia, ni darles oportunidades a los jóvenes? ¿Qué le puedes prometer a un pueblo que lo pierde todo, mientras tú no le concedes nada?
España vive completamente anestesiada mientras sus gobernantes se dedican a hacer lo que les da la gana con total impunidad. Querido lector, si estás leyendo esto y estás de acuerdo con lo que digo, ya sea total o parcialmente, hazte la siguiente pregunta: ¿realmente vivimos en una democracia? ¿Hemos votado un conjunto de leyes y de normas que consistan en la impunidad, en la corrupción, en definitiva, en una Constitución que permita al político de turno hacer lo que quiera y no lo que el pueblo le pide? Porque, realmente, sí que da la sensación de que no vivimos en una democracia. No, al menos, en una democracia de verdad.
Porque, en una democracia de verdad, jamás hubiésemos permitido que los políticos se salgan con la suya. De hecho, tengo muy claro que, si España realmente fuera una democracia real, todos y cada uno de los políticos del Congreso de los Diputados, y más de uno de las autonomías, estarían entre rejas desde hace mucho tiempo.
En una democracia de verdad, la banda terrorista ETA habría sido disuelta en una cárcel de máxima seguridad y jamás se hubiera permitido que se reciclen en formaciones como EH Bildu. En una democracia como es debido, los independentistas catalanes hubieran hecho uso de la democracia para consultar al pueblo si realmente quieren la independencia y, en caso negativo, no volver a la política para mamar de Papá Estado. O, en el peor de los casos, habrían sido encerrados en la cárcel por alta traición a España.
Además, en una democracia de verdad, en este momento, España sería potencia mundial a nivel económico, estratégico y empresarial. Viviríamos sin la preocupación de saber qué ocurrirá con tu futura pensión, podrías formar una familia sin deudas y tendríamos pleno empleo. Incluso, en una democracia de verdad, España sería implacable con la inseguridad, no permitiendo que haya invasión de ilegales, poniendo en peligro a la mujer, al infante y al anciano. Además de ser un país seguro, que condena el crimen desde el primer minuto. Y, sin embargo, esto es España: aquí no pasa nada de eso. Y eso, que lo prometen. Pero claro… Puedo prometer…, ¿y qué prometo?






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