
Promete acabar con el baile de relojes, pero sigue atrapado en su propio desfase político: siempre fuera de hora, siempre tarde. Ah, ¡qué momento tan propicio para sacar el almanaque y hacernos los sorprendidos! Porque, según don Pedro Sánchez -sí, el mismo, el que convierte cada declaración en un ejercicio de autoelogio con banda sonora épica-, ha resuelto que el cambio de hora dos veces al año “ya no tiene sentido”. Oh, bendito acto de lucidez: tardío, incómodo y con el gran estilo de quien llega al rescate justo cuando la alarma ya sonó dos veces.
Después de siete años de gobierno, el presidente se ilumina con el resplandor del sentido común… y lo presenta como si acabara de descubrir el fuego. Como si nadie hubiera hablado antes del sinsentido de adelantar y atrasar los relojes dos veces al año. Pero claro, en el universo Sanchista, todo lo que pasa por Moncloa se convierte en una “gran medida del Ejecutivo”, aunque la humanidad lleve discutiéndola desde que existía el reloj de cuerda.
Porque, si algo domina el Sanchismo, es el arte de llegar siempre con retraso. A los problemas, a las soluciones, a las realidades. España cambia la hora dos veces al año, pero Sánchez vive permanentemente en su propio huso: el del relato. Mientras nosotros ajustamos relojes, él ajusta titulares. Y, en ese vaivén, el país se desvela mientras el presidente sueña con su reflejo.
El anuncio, por supuesto, llegó envuelto en su habitual liturgia de modernidad: una comparecencia para decir que el cambio de hora es cosa del pasado, pero sin aclarar cuál será el horario del futuro. Ni si España se quedará con el de invierno, el de verano o con el horario de Pedro Sánchez, que es ese donde siempre brilla el sol… aunque esté lloviendo. Una genialidad digna de manual: anunciar el cambio sin saber en qué consiste. Lo importante no es el tiempo, sino el titular. Lo demás ya se improvisará, como siempre.
Y así, mientras la gente madruga de noche y cena con las estrellas, el Gobierno sigue analizando qué hacer con algo que lleva décadas en debate. Porque, en Moncloa, el tiempo no se mide en minutos ni en horas, sino en encuestas. Si el CIS dijera mañana que el jet lag es sostenible y social, ya tendríamos un eslogan nuevo: “El sueño solidario que redistribuye las horas”.
Por supuesto, no podían faltar las referencias científicas. “La ciencia demuestra que el cambio de hora altera nuestros ritmos biológicos”, proclamó el presidente. Lo que olvidó añadir es que los propios científicos reconocen que los estudios son inconclusos. Vamos, que el rigor brilla por su ausencia. Pero da igual: suena bien y queda bonito en el titular. Sánchez usa la ciencia como usa la palabra “diálogo”: cuando conviene y sin leer la letra pequeña.
Y, mientras tanto, España sigue siendo el país donde amanecemos cuando media Europa ya lleva dos cafés encima. Cenamos a medianoche, trabajamos con biorritmos de murciélago y pretendemos ser productivos con la siesta como religión nacional. Pero claro, el problema era el cambio de hora. No el caos horario, ni la falta de conciliación ni la productividad. No: la culpa era del reloj.
El presidente del Gobierno ha prometido que en 2026 se acabará el baile de manecillas. Qué gran noticia… dentro de un año y medio. Porque anunciar medidas para dentro de un futuro nebuloso es la especialidad de la casa: da titulares hoy y responsabilidades mañana. Y, si llega el día y nadie recuerda la promesa, mejor aún. Otra victoria del tiempo político: el arte de retrasarlo todo para que parezca que avanza.
Lo cierto es que España ya vive desincronizada desde hace décadas. Mantenemos el huso horario de Berlín, mientras geográficamente pertenecemos al de Londres. Pero nadie se atreve a tocar eso porque exigiría tomar una decisión de verdad, y el sanchismo prefiere anunciar debates eternos en lugar de resolverlos. Es más rentable una comisión que una solución.
El resultado es un país que no sabe si es de día o de noche, si trabaja o descansa, si cambia la hora o cambia de canal. Y, mientras tanto, el Gobierno nos regala discursos sobre el tiempo como si fuera Einstein con chaqueta azul. Un gobierno que presume de progresar mientras anda permanentemente atrasado.
La ironía final es que este anuncio llega justo cuando la gente está harta de los cambios absurdos y las declaraciones huecas. Sánchez promete acabar con el cambio de hora, pero vive atrapado en un bucle horario personal, donde todo se repite: los anuncios, los retrasos y las promesas que caducan antes de cumplirse.
Así que, cuando llegue el próximo cambio de hora, no te molestes en mirar el reloj. España seguirá desincronizada, el Gobierno seguirá vendiendo humo, y Pedro Sánchez seguirá posando bajo el foco creyendo que acaba de inventar el tiempo. Porque sí, el cambio de hora pilló a Sánchez… retrasado. Y, por lo que se ve, va a seguir así un buen rato.




Mientras siga convenciendo le seguirán votando y no saldremos del bucle