29 segundos bastan para humillar a España

La regla del «elevator pitch», que viene a ser un breve discurso orientado a convencer al destinatario sobre la aceptación de un producto, servicio, o proyecto, suele oscilar entre 45 y 120 segundos. Nuestro Presidente del Gobierno ha revolucionado este concepto, con total convencimiento a él mismo y a sus acólitos de que menos de 30 segundos pueden ser suficientes para considerar una conversación de pasillo en una cumbre bilateral entre dos naciones.

Más allá de la pertinente comparativa que puede sugerir en la mente del lector de un viandante que es abordado por un pedigüeño que le reclama algún cigarro, un poco de dinero o cualquier nimiedad, a menudo con afán de distraerle para obtener un botín mucho más suculento, lo relevante es que Pedro Sánchez nos ha demostrado que si bien en cuestión de un minuto se puede convencer con una argumentativa directa, breve y contundente, en menos de medio minuto se puede demostrar no sólo ser un inútil funcional con una capacidad inventiva que muchos adultos recordamos con afable nostalgia cada vez que vemos a nuestros hijos dar rienda suelta a su imaginación sobre un lienzo, sino que deja de manifiesto hasta qué extremo llega este Gobierno a tomar a los españoles por idiotas pretendiendo convencernos de que aquel esperpento fue, de alguna manera, una reunión formal de carácter bilateral donde hubo un intercambio de impresiones.

El ridículo de Pedro Sánchez fue el ridículo que hizo la nación entera. Fue el ridículo de España. Uno más; salimos de la sartén y caemos en las brasas. Preocupa enormemente el silencio cómplice de las mafias informativas con el ridículo que también hizo este Gobierno con la crisis de Marruecos. Ya no hay inmigrantes ilegales saltando la valla, arrojando ácido, cal viva, heces y sangre a nuestros Guardias Civiles. Ya no hay miedo en Ceuta y Melilla. Tal vez en España sigue existiendo mucha gente que ya, por acto de fe más que por hechos fehacientes, sigue creyendo que este Gobierno nos puede llevar a buen puerto. La realidad es que Estados Unidos, al igual que muchas naciones, cuentan con brillantes asesores que saben orientar correctamente a sus diplomáticos. En España, tenemos por el contrario asesores que están metidos a dedo, barrigas agradecidas cuyo desempeño no puede verse avalado por una trayectoria de gran relevancia en el sector privado (¡Y eso sí la tienen!) y que lejos de orientar a este Gobierno para dar soluciones a los verdaderos problemas de los españoles nos están llevando a debates estériles como qué colores oprimen a las mujeres, quién plancha a las 3 de la madrugada o a la acuñación de nueva terminología como las llamadas «violencias vicarias» en un aberrante ejercicio de instrumentalización política del caso del asesino Tomás Gimeno. España ha pasado de ser una de las mayores potencias mundiales a ser una apestada, una repudiada por las naciones poderosas, un país que en el contexto internacional lastra una reputación acorde y merecida a la clase política que arrastra.

Este Gobierno es pura basura, se retroalimenta de la ruina y la miseria de los españoles. Nos arruina y nos hace conformarnos con las migajas que nos reparte para subsistir, siempre agradecidos por su caridad y vitoreados por la mafia informativa a sueldo. Porque así lo recoge ese abyecto plan mal llamado Agenda 2050: todos seremos pobres, no tendremos absolutamente nada, el concepto de propiedad privada habrá desaparecido para todos menos para las clases elitistas de las que ellos formarán parte, pero nos habrán convencido de que hemos alcanzado la felicidad porque no seremos capaces de desarrollar ni el sentido crítico ni la valentía para asumir que estamos en manos de auténticos sociópatas para poder reclamar nuestra libertad perdida

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