Ni los buenos días

El otro día un punki que ya no lo es porque está calvo entró en el bar. Nos conocemos porque durante un tiempo frecuentamos los mismos sitios, sabe perfectamente quien soy y como me llamo, pero decidió no saludarme y mirarme con cierto desdén.

Normalmente estas cosas suelen darme igual ya que estoy acostumbrada a que la gente de fuera del local no te da ni los buenos días o que son muy simpáticos en caso de ir solos pero que bajan la mirada si van con su mujer.

Pero el caso que nos ocupa hoy, me hizo volver a una época en la que todo era muy diferente. Hace unos años, cuando no había geles hidroalcohólicos en las puertas de los establecimientos o Pandemia sonaba a grupo de rock, las pandillas de jóvenes nos pasábamos las tardes en los parques y cuando se hacía de noche, nos dedicábamos a ir a los bares rockeros que siempre estaban llenos de gente y de humo.

Los jueves  estaba todo  abarrotado, casi tanto como los sábados, porque salían los erasmus universitarios. Hace siglos que no veo ese ambiente. Te tomabas unos kalimotxos con tus amigos bebiendo del mismo vaso y luego directos a alguna chupitería, que estaban muy de moda, en la que había pizarras con nombres de chupitos escritos con tizas de colores tales como: «leche de pantera, machacado o cerebrito». A continuación, te comías una baguette, que estaban abiertas hasta las tantas para no llegar a casa mareado, para finalmente dormirte recordando las anécdotas y al día siguiente, despertar con dolor de barriga de lo que te habías reído.

Toda esa libertad que he sentido alrededor de barras de bares me la ha recordado el antisistema con alopecia que me niega el saludo. Pero también cuando me di cuenta de que pertenecer a un grupo y seguir sus verdades absolutas nunca ha ido conmigo. Como todos los ingenuos, pensaba que había una ideología buena y una mala, unos eran los pijos, otros los rebeldes, unos los puritanos, los otros los liberales.

La contracultura, las chapas del “Prohibido prohibir”, el sentarte en el suelo y llevar muchos pendientes. Hasta que fui viendo actitudes que eran igual de agresivas y cerradas que las que yo atribuía al bando enemigo. El punki sin cresta me sitúa en el bando enemigo porque llevo una mascarilla de la bandera de España.

A estas alturas de la fiesta y todavía andamos así. No ve la realidad de las cosas, la de una trabajadora pasando por un montón de apuros con controles de aforo, reducción de horarios y medidas higiénicas. Tampoco ve mis manos irritadas. Y eso sin contar que no ve que en realidad no soy tan diferente a la chavalilla que se ponía la chilaba de su hermano y parecía un fantasma.

Yo aunque le pese sigo defendiendo lo mismo, la libertad individual por encima de las imposiciones de ningún salvador. Me pregunto cómo esta gente se ha quedado estancada en un discurso caduco y no es capaz de ver que en la actualidad, es mucho más antisistema que un señor que se bebe un kalimotxo en la Asamblea de la ONU. Ponerte unas botas y un imperdible en la oreja no sirve de nada si compras todo el discurso que han escrito para ti, la rebeldía sin actos es simplemente moda.

Estos pensamientos tan malignos han debido costarme un mal de ojo porque desde ese día; pierdo mecheros, se me caen las cosas y hasta desparramé una tortilla que se me resbaló del mismo plato. Supongo que él continuará feliz pensando que a quién hay que combatir es al camarero que te sirve el café o al señor que vende los periódicos.

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