Guillotina Vs Garrote

Guillotina versus el garrote vil, es decir dos visiones diferentes para alcanzar un mismo fin, dos máquinas distintas de ajusticiar brutalmente al reo.

Francia y España, vecinos tan cercanos pero al tiempo tan alejados en demasiadas facetas de nuestras respectivas sociedades. Dos pueblos con una mochila compartida al hombro, macuto cargado de estereotipos y tópicos por doquier. Un sinfín de chascarrillos mutuos e hirientes para arrojarnos de un lado al otro de los Pirineosaunque sean tantos, los podemos resumir todos realizando un acto de reduccionismo brutal y así aupando a cada uno de nosotros en nuestros respectivos cadalsos.

En el tiempo existe un paralelismo de coexistencia entre la guillotina y el garrote vil. No obstante la guillotina antes de tomar el nombre del cirujano francés, doctor Guillotin, con anterioridad más rudimentaria, se había usado en otros países europeos aunque fue a finales del Siglo XVIII, al amparo de la Asamblea Nacional formada después de la revolución francesa, cuando se encargó una máquina para segar el cuello a los condenados y separar la cabeza del tronco de una forma más humanitaria, es decir, un corte expeditivo y rápido, que evitará las agonías propias, pero innecesarias del penado.

Así con esse fin y con la ayuda de un fabricante de clavicordios alemán, la guillotina con la cuchilla inclinada y bien afilada se democratizó la pena de muerte en Francia. Ahora toda la población podía despedirse de la vida de la misma forma, independientemente de su posición social. La técnica había conseguido acomodar el derecho a la igualdad, que junto con la libertad y fraternidad eran el lema de la revolución.

La moderna Guillotina, como decíamos compartió protagonismo con el Garrote vil desde 1820 a 1978 en nuestro caso (aunque el último ajusticiado fué Salvador Puig Antich en 1974, ya en los postreros estertores de la dictadura) y tan sólo tres años más tarde en Marsella, en el año 1977, la guillotina cayó por última vez en el país vecino sobre el cuello de un inmigrante tunecino.

Para los franceses, el uso de un elemento tan atroz como el garrote vil era un fácil resumen de una sociedad poco refinada. Una población con hombres bajitos, brutos, y enjutos que aún no se habían dado la vuelta en la cueva del antiguo régimen para ver la luz liberal en el exterior de la misma. La diferencia era abismal, para nada podía compararse el sonido seco y rápido de la cuchilla descendiendo y escupiendo tras de si la cabeza en un cesto ante la muchedumbre exaltada en el funesto espectáculo de cualquier plaza francesa. Qué diferencia con la tortura de una vuelta y otra, en comparación con la otra al tornillo, apretando hasta romperle el cuello al desgraciado español de turno.

Durante el espeluznante recorrido histórico de ambas máquinas, muchos de los que perdieron la cabeza en ellas, pasaron a ser protagonistas de la historia al formar parte de su crónica negra. Entre el primer guillotinado Nicolas-Jacques Pelletier y el último, el ya mencionado con anterioridad inmigrante tunecino, fueron a parar al cesto, las cabezas de entre otros: Charlotte Corday, asesina de Marat. Luis XVI, Maria Antonieta, o Robespierre.

Entretanto en España personas como Mariana Pineda, pasaron a ser personajes de la historia patria al ser ejecutada con el garrote vil por bordar una bandera revolucionaria y por no delatar a sus compañeros, tenía veintiséis años nada más. También pasaron por el aro, bandoleros como Luís Candelas o asesinos en serie del siglo XIX como José maría Jarabo. Podrán advertir la falta de “glamour” comparándonos con nuestros vecinos. 

La penúltima víctima que le aplicaron el garrote fue al vagabundo alemán Welzel. Él merece una mención aparte para demostrar hasta qué punto puede ser sórdido e inhumano. El bárbaro calvario que le hicieron pasar por la ineptitud del verdugo y el sistema al cual servía y que podríamos ilustrar con la obra de Goya, Duelo a garrotazos.

Corría el año 1974 cuando en el patio de la prisión de Tarragona, atado de pies y manos, e inflado a coñac sentaron a Welzel en una silla con una funda de almohada en la cabeza a falta de la capucha reglamentaria. El verdugo, José Moreno, llevaba años cobrando sin trabajar y entre la falta de experiencia y los nervios de las primeras faenas, se equivocó al colocar el garrote.

Nadie cayó en la cuenta de que había que sujetarlo a un poste, que en ese momento y lugar brillaba por su ausencia. Así que, dos funcionarios sujetaron la máquina por ambos lados mientras José Moreno apretaba el tornillo en forma de alcachofa que se iba clavando en la carne, pero no le rompía el cuello. Más de un cuarto de hora tardó el suplicio del pobre Welzel que no paraba de gritar y sangrar, quince largos minutos tardaron en improvisar una solución al error del verdugo.

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