Desde la barra de un bar

Este primer artículo del nuevo año 2021 ha sido el artículo que, con total seguridad, más me ha costado escoger.

Podríamos hablar de las innumerables adversidades que nos está tocando afrontar cada día como pueden ser los problemas con las temperaturas, los colapsos sanitarios, el desempleo, el endeudamiento de nuestra economía… también de problemas ficticios de esos que la izquierda mueve de vez en cuando cual espantajo, para distraer la atención de los problemas de verdad, ya saben, la Ley de La Corona, Franco, la Guerra Civil española…

Sin embargo, escuchando el consejo de alguna persona sensata, he decidido empezar el año con mi artículo más personal, venciendo así a las reticencias iniciales que me hacían dudar. Soy uno de esos miles de españoles que regenta un negocio hostelero. 

Profesionalmente, he dedicado la mayor parte de mis años a trabajar en puestos de responsabilidad de empresas del sector textil, pero la deslocalización y la crisis en que lleva instalado este sector desde hace algo más de una década hicieron que un buen día decidiera dar un cambio radical a mi vida para apostar por un empleo que me llenara más a nivel personal.

El contacto cercano con la gente o la pasión por la cocina, me animaron a invertir los ahorros de mi juventud en mi primer negocio en el año 2019, un negocio de hostelería. Un bar de tapas en concreto. Existe cierto poso alimentado por la izquierda de que alguien que pasa a montar un negocio, de facto, se convierte en un nuevo rico al que hay que despojar de la más mínima asistencia o ayuda. ¡Que lejos de la realidad! 

Mi primer bar fue el negocio montado con los ahorros de ese chaval que entró con 20 años a una fábrica textil para limpiar barriles de tintes y que salió del sector 15 años después como director técnico. A todo esto, añadir la inestimable ayuda familiar con la que suelen empezar este tipo de negocios.

Un cambio profesional que lógicamente tuvo consecuencias en lo económico. El cambio no fue otro que, pasar de tener una estabilidad laboral y una nómina nada despreciable como director técnico a empezar una nueva andadura sin nómina alguna, con todos los ahorros invertidos y con la incertidumbre del qué pasará cuando levante la persiana. 

Las cosas se hicieron razonablemente bien en este primer negocio. Lo que empezó siendo un proyecto familiar, el primer día, pasó a dar trabajo a tres personas al cabo de una semana. Podrían o debieran haber sido más, pero era imposible por las altas cotizaciones sociales que soportamos los autónomos. Primer problema en el sector. 

En los 6 primeros meses, se pagaron las últimas deudas que generó tal inversión, lógicamente renunciando a todos los caprichos que antes como asalariado si se podía permitir uno. Primero tenían que cobrar los trabajadores, luego había que cumplir con los impuestos, los proveedores, los propietarios de los locales y si sobraba algo, entonces, eso se podía considerar mi sueldo. Se trabajó mucho y muy duro por lo que nos vimos en la obligación de ampliar nuestro negocio con otro bar nuevo que complementara la oferta del primero. Una oferta limitada por cuestiones de espacio fundamentalmente. 

En enero del año 2020 se inicia un nuevo proyecto cuando apenas se escuchaba hablar del virus chino. A los tres meses de iniciar unas obras de 6 cifras el COVID empieza a ser una realidad, y con el 50% de la inversión ya hecha, nos obligan a paralizar las obras debido al confinamiento y nos cierran la única fuente de ingresos que era el bar de tapas.

Con una inversión económica muy importante en marcha y sin ningún ingreso, nos comunican que vamos a poder pedir una ayuda de 600€, lo cual no cubre ni una mensualidad de uno de los alquileres. A todo esto, sigue pagando tu hipoteca, sigue sacando a una unidad familiar de 4 miembros adelante. Y sigue pagando los impuestos de unos negocios con los que no te dejan trabajar.

Primer dilema: renunciamos al proyecto y perdemos el 50% de la inversión hecha o seguimos adelante y ponemos una vela a cada uno De los Santos del santoral. Y seguimos adelante. Concluimos las obras una vez nos permitieron salir de casa y contratamos cuatro personas más. Lo que un día empezó siendo un proyecto de dos personas de una misma familia, en menos de un año había generado ya siete puestos de trabajo. 

Los dos negocios empezaron a ponerse en marcha a trancas y barrancas mirando de reojo al virus. El primer mes de apertura fue muy bien, a ese ritmo, se podía volver a pagar la inversión en tiempo récord renunciando dos años seguidos a cualquier tipo de comodidad personal. 

Pero llegó el verano y a pesar del optimismo que trataba de inyectar el Gobierno, la gente maltrecha en su economía por los efectos de un confinamiento organizado de la peor forma posible y sin recursos económicos significativos, evitaba excesos y la facturación empezaba a resentirse. Quienes salían a hacerse dos refrescos y dos tapas, pasaron a hacer un solo refresco y un plato de papas o aceitunas. 

Tras el verano y con una facturación irrisoria, hubo que afrontar los peores meses para la hostelería. Y en esos pésimos meses para la hostelería llegaron las restricciones. Primero de aforo, luego de horario, luego otra vez de aforo, luego otra vez de horario…. y así hasta ahora. Restricción tras restricción, imposiciones a los hosteleros para incorporar nuevos productos y mecanismos de desinfección…. imposiciones, impuestos, pero ninguna ayuda. Solos ante la pandemia. 

Hemos concluido un año con unas navidades atípicas en las que la facturación en la hostelería ha brillado por su ausencia con caídas de hasta un 95% de la recaudación. Pero las obligaciones fiscales inmisericordes siguen siendo las mismas. Sube el precio de la energía y los ingresos siguen cayendo. Uno pasa de preguntarse cuánto tengo para hacer la compra semanal a como hago para no tener que cerrar y poder seguir pagando a todo el mundo. 

Las preocupaciones empiezan a tener consecuencia a nivel físico en las personas. Noches sin dormir, ni una sola sonrisa en la cara en días. Algunos bajaron definitivamente la persiana asfixiadnos y sin fuerzas para poder seguir adelante. Lamentablemente otros compañeros de gremio no consiguieron superar los efectos físicos y psicológicos de tanta presión y decidieron optar por acabar con su vida. Ya son varios los casos en nuestro país. Algunos como el que les escribe, siguiendo, navegando sólo y ya sin empleados bajo la tormenta, aferrados al timón del barco y rezando todo lo que uno sabe para que el temporal amaine pronto. 

Los hosteleros estamos solos ante esta tempestad, pero nos toca hacer autocrítica. No hemos sabido organizarnos para hacer llegar el mensaje a los que mandan. Nos quejamos a los clientes, nos desahogamos con nuestros proveedores, nos consolamos unos a otros en grupos de Whatsapp mientras observamos atónitos y tras la barra, las intervenciones de nuestros gobernantes hablando unas veces de la ética de La Casa Real. 

Desde las barras de nuestros bares seguiremos trabajando para que este país siga siendo rico en oferta gastronómica, pero los hosteleros tenemos una mancha en nuestro haber, al no saber coger por las solapas a este Gobierno de despreocupados y holgazanes. 

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