“Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Antonio Machado.
Así describía el poeta sevillano Antonio Machado el cruel dolor que le provocaba la división de su país, España, ante una cruenta Guerra Civil que terminó de dibujar de forma concluyente un maniqueísmo ideológico que, hoy en día, no supone sino la misma amenaza que desde siempre a nuestro progreso y a nuestra estabilidad política, económica y social.
Sin embargo, uno de los aspectos más curiosos del actual periodo histórico se centra en la evolución dogmática del concepto identidad. Y es que justo aquellos que propugnan con mayor vigor la cerrazón identitaria como excusa para reivindicarse en el plano político y territorial son los mismos que, criticando la globalización, no dejan de aferrarse a ella para usarla como instrumento de internacionalización y difusión masiva de sus reivindicaciones; aquellos que más relacionan su existencia ideológica y sus defensas en pro de conseguir unos objetivos territorialistas, a la vez, son los mismos que hablan de integraciones culturales y de apertura de fronteras. Y a muchos les parece lo más normal del mundo.
Y es que el fanatismo ideológico y la cultura de los extremos, junto con la incultura política o una de sus vertientes más peligrosas, el adoctrinamiento sectario, son las raíces de ese egocentrismo político del que hacen gala los partidos políticos más a los extremos y aquellos que piensan que acercándose a ellos obtienen la indulgencia plenaria política o el trofeo a héroe de la Historia con la única posición válida y exigible que triunfará para siempre por las buenas o, en ocasiones y si es necesario, a la fuerza.
La cuestión es que las sociedades democráticas que hemos construido no son en sí sociedades de extremos. No es cierto esa premisa justificadora de que el capital sea un monstruo que oprime y que los grandes capitales controlan el mundo ni que los pobres lo son porque lo han elegido o porque no quieren trabajar. Existe un punto intermedio, un lugar en medio de tanta filantropía por lo propio y desprecio por lo ajeno en el que la política y los ciudadanos pueden unir sus voces y convertirse en protagonistas de su destino sin que vengan a imponernos el imperativo ideológico.
Y, realmente, esa tercera España existe por encima de todas. Se trata de la España que hubiese firmado con su propia sangre no llegar a una Guerra Civil en el 36, pero que también hubiese firmado otro tipo de República que no hubiese permitido abusos, discriminaciones o asesinatos por causa del pensamiento político o religioso de sus víctimas; una España que formaría parte de ese plural imperativo que no sólo entiende las peculiaridades de cada territorio, sino que defiende conservarlas y disfrutarlas dentro de la verdadera diversidad.
La diversidad que tanto utiliza la izquierda no puede ser usada por esa misma izquierda como instrumento desmembrador, separador, sino todo lo contrario. La diversidad cultural, social y lingüística de España no es sino uno de sus elementos más enriquecedores y sólo a través de la sinergia de todos los pueblos de España podremos avanzar en esos principios de progreso que serán beneficiosos para todos los españoles sin distinción dentro de esa diversidad. Y es ese centro el que han usado las fuerzas del bipartidismo en España, turnándose en mediocridad en demasiadas ocasiones, para poder hacerse con el bulto de los votos errantes.
La irrupción de fuerzas políticas como Ciudadanos en el marco institucional forjando una imagen noble y no acomplejada de lo que quiere España, de lo que quieren la mayoría de los españoles, es una de las más acusadas amenazas al establishment político de los que ya estaban y de los que llegaron después.
Un partido que no abusa del aparentar ideológico, que entiende la Democracia como ese destino al que van la voluntad de votos de los ciudadanos y con los que hay que hablar sin despreciar a quiénes no desprecian o amenazan al propio Estado y a su integridad territorial y constitucional.
Hay que debatir, llegar a acuerdos y poner sobre la mesa todas aquellas cuestiones relevantes para la convivencia y para la vida de todos los españoles, para poder sumar y mejorar sus vidas con el máximo de aportación posible a las decisiones finales. En caso de no hacerlo, sería despreciar a los que votaron distinto y despreciar la voluntad de los que te votaron a ti para que hicieras lo posible por ellos y por todos. Lo contrario sería no ejercer la política sino ejercer la campaña del enfrentamiento y de las dos Españas en medio de las cuáles se encuentran la mayoría, la inmensa mayoría de ciudadanos de este país.
Hoy quería hacer estar reflexión porque entiendo que haya posicionamientos ideológicos tradicionales, de derechas e izquierdas, algo que cualquiera podría decir que resulta más cómodo para los ciudadanos. Sin embargo, esto no es sino lo más cómodo y rentable para esas formaciones políticas, que instrumentalizan la ideología para convertir a los ciudadanos en propios y enemigos. Y es así cómo marcan las distancias que denigran la representatividad de la voluntad de un pueblo en el ejercicio de Gobierno con aquellas para las que fueron elegidos, para conseguir lo mejor y más justo para el conjunto de su ciudadanía.
Un hombre o una mujer ideologizados no son sino instrumentos al servicio de tal o cuál partido, personas que terminan por perder su libertad de pensamiento en una doctrina de monstruos en forma de partidos que sólo se alimentarán de ellos para alcanzar y establecerse y, si pueden, perpetuarse en el poder.
Otro capítulo aparte sería hablar del ser adoctrinado y el acotamiento de sus libertades de pensamiento; lo que no les es permitido pensar y lo que no se permiten pensar. Lo cierto es que Ciudadanos se ha convertido en el partido que ofrece la alternativa a esos estériles enfrentamientos usados como dispositivo electoral ideológico entre esas dos Españas, que representan a la minoría social, mientras que PP y PSOE se debaten entre mantenerse más cerca a los extremos, dejando el ancho centro en manos de esta formación, o acercarse a ese centro, aunque sólo sea para aparentar en modo de escaparate electoralista y evitar el crecimiento de la formación naranja. Sólo Ciudadanos representa a esa tercera España.
Podemos ya se haya en caída libre y sin frenos tras un desgaste como socio en el Gobierno que ha expuesto más si cabe todas sus tremendas incoherencias discursivas mientras que VOX ha alcanzado la cima de su posibilidad de voto y sólo le queda esperar que le ocurra lo mismo. Mientras tanto Ciudadanos, desde las últimas elecciones generales, no ha dejado de crecer en intención de voto según todas las encuestas y está pasando a convertirse en ese enemigo al que hay que tumbar: bien intentando ocupar su espacio político o bien intentando frenarlo con decisiones tan cuestionables como “comprar” a algún político de sus filas “que tuviera precio” justo antes de unas elecciones, con “traición incluida” en sus nutridas alforjas al amor de aquellos a quienes ahora desprecia.
No es que Ciudadanos esté despertando, es que la ciudadanía, el pueblo español, lo está haciendo. Está dejando de creer en líderes de paja, en aquellos que prometen lo que no van a poder cumplir o en aquellos que no tienen otro fin que destruir el edificio de todos para construirse el propio.
Esa tercera España, esa España real, está despertando harta de que la utilicen, la engañen y la defrauden. Ciudadanos no es que represente esa tercera España, es que forma parte de ella. Y, como diría Lorca, dice a sus votantes “no quiero aplausos ni homenajes, lo que quiero son desafíos”; en este caso, el desafío de gobernar para todos los españoles sin distinción como ya lo hace en coalición, dando un singular ejemplo, en muchas instituciones a las que lleva al máximo de su capacidad e influencia, la coherencia de la tercera y honrada España.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
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