Todo huele fatal

Existe un aroma que cada día me hace olvidar todo lo malo, que como el olor a cromos o a tienda de comics, me transporta a mi infancia y hace que vengan a mi imágenes y recuerdos de tiempos pasados. Todas las mañanas, mucho antes de que los rayos de sol bañen las calles, puedo disfrutar durante unos pocos segundos de la experiencia casi orgásmica que produce el pasar delante de una pastelería. Noto como las moléculas del croissant recién hecho entran por mi nariz, cierro los ojos y percibo cómo se separa cada capa de hojaldre, cómo estalla, cómo cruje y cómo vuela por el viento hasta llegar a mí.

Esos segundos forman el único instante del día en el que olvido esa peste en la que estamos todos sumergidos. Hablo de ese hedor nauseabundo que emana de las cloacas y que baña todo lo que toca. Ese que desprenden las ratas y Ábalos, Sánchez o Iglesias. Hablo del olor a bomba fétida, a azufre, a estiércol, a detritus, a cuerpo en descomposición. Ese que se queda detrás del paladar y apenas te deja respirar, como un pelo en la garganta. Esa fetidez que surca los mares, que aparece allá por donde vayas y que esparcen las glándulas sudoríparas de Biden, de Kamala, de Maduro, de Castro, de Macron o Von der Leyen y de la que los Bezos pueden enorgullecerse de haberla llevado al espacio.

Nos rodea, la dispersan nuestros televisores, nuestras radios y nuestros teléfonos móviles y se posa en todas las superficies. Se impregna en la ropa y por mucho que la lleves a la tintorería no consigues deshacerte de ella. Ni siquiera esa mascarilla que llevas cada día a juego con tus calcetines evitará que entre en tu cuerpo. Me refiero, como no, a la corrupción, al poder, a la globalización, a Pfizer, a BlackRock, a la Unión Europea, a China, a Rusia, a Soros, a los Rothchild, a dinero y a muchísimo más dinero. Está tan presente, que la sociedad lo ha aceptado y muchos no conocen otro olor. Está tan interiorizado, que lo extraño es oler bien. Llama tanto la atención y es tan difícil encontrar a un espécimen que no lo desprenda, que cuando aparece, es señalado y demonizado. Se le acusa de lo que ha hecho y de lo que no. Hasta que al final es apartado como un paria y cae en el olvido. Esta es la realidad del mundo en el que vivimos, un mundo de marionetas e hilos, de enemigos invisibles, de dinero intangible, de bitcoins, de TikTok y de Twitch, de escuchas telefónicas, de tráfico de datos personales, de guerras cibernéticas y de geopolítica.

Rusia quiere invadir Ucrania y llevan tanto tiempo pintando a los rusos y a los chinos como los buenos de la película, que uno ya no sabe qué pensar. Muchos creen que la caída del Muro de Berlín permitió la entrada del liberalismo económico al país soviético y puso el punto final al socialismo, pero nada más lejos de la realidad. Con la caída, Rusia consiguió el lavado de cara que necesitaba; pudo comprar, vender y crecer como nunca antes y extendió sus garras y sus influencias por todo el mundo con total impunidad. El comunismo, aparentemente, había sido derrocado, pero estaba más vivo que nunca. El miedo a una posible vuelta a un conflicto armado y gracias a las guerras digitales, donde se juntan hackers con gobiernos, han conseguido, durante los últimos 30 años, alejar las bombas de lo que conocemos como occidente para pasar a librarse en países que quedan tan lejos de nosotros culturalmente que apenas nos generan inquietud.

Y es ese olor el que está en plena efervescencia, esa sensación de que todo es un tira y afloja para ver quien la tiene más grande y por ahora va ganando Rusia, para variar. Porque delante tiene a unos blandengues, a unos políticos pusilánimes y a países infantilizados que se creyeron eso de que las guerras eran cosa del pasado y que poco a poco han ido invirtiendo menos dinero en defensa y en recursos militares. La gente pensaba que después de trescientos mil años dándonos garrotazos unos a otros, con la aparición de Google, todo iba a acabar. Y nos hace echar de menos a esos políticos valientes y conscientes de la realidad, que no es otra que, en un mundo sin armas, domina el que tiene más piedras y que tu vecino siempre va a anhelar lo que posees. Ahora añoramos a aquellos que, por oler bien, fueron repudiados durante años. Porque todos sabemos que, si estuviese Trump en la Casa Blanca, Putin se lo pensaría dos veces.

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*