No es país para niños

Nos extinguimos. Así, para empezar. Desde que estamos empeñados en luchar contra Darwin, en envejecer cada vez más en contra de lo que nos tiene marcado la Naturaleza, en ayudar a hacerlo a personas que en el XIX no sobrevivirían o ni llegarían a nacer, nuestro fin está marcado. Cuanto más nos empeñamos en envejecer, paradójicamente, más pronto desapareceremos. Sólo falta poner fecha y hora. 

La sociedad occidental está embarcada en un proceso acelerado de autodestrucción. Y no será por la contaminación, el agujero de ozono o el cambio climático. No. Nuestra extinción se dará porque hemos renunciado a procrear, a perpetuarnos nosotros y a nuestros valores. 

Tener hijos, que es el instinto principal de todo ser vivo, no es el fin primordial de esta sociedad, a la vez adolescente y envejecida. Eso lo dejamos para después. ¿Después de qué? Pues después de tener un trabajo mejor, un coche mejor, una posición mejor, de haber “disfrutado de la vida” o de haber viajado. Luego ya, si eso…

Todo ello, en caso de conseguirlo, se hace a una edad en la que ya los niños casi que estorban. No nos apetece apenas jugar con ellos, nos incordian sus cosas, no los entendemos, nos quitan el mando de la tele… O sea, que molestan. Así que, con uno o dos ya vamos bien servidos. Por no hablar de lo que gastan… 

Porque eso sí: para haber tenido tan pocos hijos, hemos construido una sociedad volcada por y para los adolescentes. Occidente es una extensión de Disneylandia. Tener un niño es tener una espita de dinero abierta día y noche porque hay miles de reclamos diarios que los tienen como diana y que convierte a un niño en un artículo de lujo.

Así que, por unas cosas o por otras, hemos decidido tener menos. En una envejecida Europa, España es la más anciana. Tenemos la tasa de natalidad (1,23 hijos por mujer) más baja del mundo occidental. Eso no cubre ni la “tasa de reposición”. Ha bajado un 30 % en 10 años y sigue en la misma línea. Pero esa es la media, porque, como todos sabéis, en España y el resto de Europa hay etnias y nacionalidades que superan con mucho esa tasa. Gente que no ve un problema el pensar quién mantendrá a sus hijos porque tienen muy claro quién lo hace. Lo tiene tan claro como ustedes y como yo. Tenemos un “alien” en nuestras entrañas presto para salir de nuestro estómago y devorarnos a todos mientras estamos viendo Netflix cómodamente y disfrutando de nuestro Matrix.

Está claro que hay más de una causa para no tener hijos. La de la comodidad me parece casi delincuencial pero no así otras. Entiendo perfectamente que haya gente que no se considere capacitada para tenerlos. Merecen mi aplauso y mi reconocimiento mucho más que los “alien” a los que me refería antes, cuyo instinto es expulsar hijos al mundo como las setas expulsan esporas.

Como muestra de lo que deberíamos hacer ya, en Alemania se otorga una ayuda por hijo de 200 €/mes hasta los 18 años. Y en Noruega se puede reducir la jornada laboral un 25 % hasta los 8. Eso, con ser mucho más que en España, sigue siendo insuficiente. 

Hace falta un plan de fomento de natalidad a trabajadores que incluya mayores permisos de maternidad y reducciones de jornada pagadas en parte por el Estado. Y tiene que incluir gastos de guarderías, libros de texto gratis, comedores escolares más subvencionados o planes obligatorios a partir de la edad escolar para inserción en el mercado laboral con trabajos comunitarios remunerados durante un tiempo si no decidieran seguir estudiando. Incluso viviendas sociales compartidas para jóvenes hasta que se puedan emancipar del todo. Y todo ello, en medio de una reforma integral de la Educación. Hay que fomentar como sea el nacimiento de hijos y subvencionar su crianza, educación e inserción laboral.

¿Cuál es la alternativa a no hacerlo? En España ya hay más perros censados que niños menores de 15 años. Porque la primera consecuencia de no tener hijos es la soledad. Y con ella vienen las “locas de los gatos” y demás subproductos.

Pero esto no es todo. Por si no hubiese ofendido ya a los suficientes colectivos, voy a hacerlo con otro: creo que el número de hijos habidos debe ser un factor a tener en cuenta en el cálculo de las pensiones. Ya sé que me diréis que una persona sin hijos paga más impuestos. Pero es que tenemos un sistema de pensiones de reparto, o sea, el dinero que cobramos de la pensión no es el pagamos en su día sino el que pagan ahora los que trabajan. Si no tenemos hijos, las pensiones nos las pagarán los hijos de los demás, de los que se sacrificaron para sacarlos adelante, renunciando en muchos casos a todo aquello a lo que no renuncian los que no los tienen.

Si no nos ponemos a ello ya mismo, creo que pronto conoceremos al Rómulo Augústulo de nuestra época.

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