Hasél: de niñato a recluso

“El Che Guevara fue uno de los ideólogos y comandantes de la revolución cubana que, convencido de la necesidad de extender la lucha armada por medio mundo… «, es muy probablemente uno de las muchos mantras y leyendas de los que Pablo Hasél, un tipo sin formación alguna cuyo nacimiento entre algodones empresariales le ha permitido, cuenta de crédito paternal mediante, vivir cojonudamente bien rebuznando soflamas comunistas y machistas en canciones cuyas letras no son letras, sino exabruptos y rebuznos dirigidos a una masa deforme y con la inteligencia imprescindible para tal cual el simio, saber coger con la mano un objeto y arrojarlo a los antidisturbios, se alimenta para aparentar un poso intelectual del que es huérfano.

Pero se olvida el ínclito Hasél de que incluso para ser libremente comunista, o lo que viene a ser lo mismo, libremente imbécil, tienes que poder vivir en un país como España en el que, aunque con cada vez mayor rapidez nos vamos deslizando hacia peligrosas simas trufadas de puntiagudas estalactitas y estalagmitas, seguimos no obstante disfrutando de unas constitucionales libertades y garantías judiciales que nos permiten ser unos completos iletrados sin que el bando contrario nos lleve por ello a un campo de concentración. Se olvida Hasél, ese niñato rico y malcriado, de que hasta para ser un completo idiota, tienes que vivir en un país medianamente democrático que te permita desarrollar tu estupidez en plena libertad.

Este indocumentado chavalote con ínfulas de jefe de las FARC clama en la plaza pública de la ignorancia, desde cuya atalaya de la idiocia se ha convertido en el líder espiritual de un inmenso rebaño cuya total inteligencia no suma medio cerebro, por una revolución que de llegar, como llegó en la Cuba del Che, no se abrigaría precisamente de mediocres como él. Un niñato que, de cuna paternal forrada en oro, lanza adoquines de odio sobre un sistema democrático que le permite mostrar su más profundo y primitivo perfil reptiliano merced a dos de los tres poderes, el bastión legislativo, encarnado en la cámara del Congreso de los Diputados, tramitando una legislación penal y penitenciaria escorada hacia posiciones angelicales y maternales para con el futuro reo, y el baluarte judicial, a cuyo tenor un juez independiente y predeterminado por la ley velará por sus derechos fundamentales desde que es detenido y puesto a disposición judicial hasta que, pasando por los mil laberintos penitenciarios, salga en libertad definitiva.

Nuestro sistema penal y penitenciario, en las antípodas de esos regímenes totalitarios que tanto enamoran a Hasél y acólitos, es un bálsamo legal muy dulce y laxo en el que indefectiblemente, gracias a unas garantías constitucionales y procesales otrora inexistentes, permite a sujetos como él, profesionales de la estupidez y de la delincuencia, disponer de todo un resorte de salvavidas jurídicos que desde el momento mismo de la primera detención y puesta a disposición judicial hasta desembocar en una sentencia, le dan una y otra vez la oportunidad de dejar de ser un  imbécil.  Y es que incluso nuestra legislación penal es tan monjil y maternal que, muy en su propia estulticia tienen que encorsetarse tipos como Hasél, para que su condena acabe siendo prisionizable. Y aun incluso en los supuestos en los que el ingreso en prisión sea inevitable, son múltiples las posibilidades jurídico-penitenciarias a las que un recluso puede acogerse para que, durante su infierno en prisión, no deba en exceso agacharse a por el jabón.

Así las cosas, de suerte que nuestro sistema penal, unos de los más candorosos del mundo, salvaguarda que la persona condenada pueda disfrutar de segundas y terceras oportunidades… brinda la posibilidad incluso de que habiéndose ya juzgado y condenado en firme a quienes se creen por encima de sus conciudadanos, no ingresen éstos sin embargo en prisión, bajo la rúbrica de un artículo ochenta del código penal que permite la suspensión de ciertas condenas para que el reo, canalizado tras el objetivo resocializador de la ley, no llegué a ingresar en prisión.

Y aún con todo, estos revolucionarios de parvulario,  de los que el mismísimo Che Guevara sentiría vergüenza ajena, se siguen reputando por encima del resto de sus compatriotas, por encima de la soberanía nacional, y con su analfabeta inercia delictual, siguen acumulando sentencia tras sentencia, toga tras toga, desembocando en un pantano judicial en el que ya no existe posible artículo ochenta del código penal tras el que parapetarse, ni juez por muy podemita que sea que pueda buscar la fisura jurídica que impida su ingreso en prisión .

Hete aquí que, este ridículo delincuente con ínfulas de salva-patrias, que quisiera parecerse a quien, si de verdad fue al menos un coherente e intelectual comunista revolucionario de su época, el Che Guevara, acumulando condena tras condena, finalmente se ha coronado como recluso tras alcanzar el último peldaño, empitonado por las astas de la más humilde de las sentencias, la que le condena a la menor pena. Una sentencia que, de no concurrir la reincidencia de la estupidez y profundo analfabetismo de su protagonista, podría haberle mantenido en la zona de confort del artículo ochenta del código penal, y no habría supuesto su prisionización.  

Al final de la contienda mediática, quiere hacernos ver este niñato con humos de mesías liberando con sus palabras a un pueblo oprimido, que es el Estado español el que, aplastando la libertad de las clases sociales más débiles, lo ha encarcelado por el sólo hecho de expresarse. Quisiera ser el Che Guevara, pero no es más que un niñato convertido ahora en recluso.

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