Ejes identitarios a la carta

Aprovechando que recientemente se conmemoró la batalla de Almansa, acaecida en 1707, y que una vez más sirvió para ondear proclamas a favor de los nacionalismos periféricos e independentismos varios, mi aportación esta semana será la de señalar la hipocresía de estos movimientos identitarios que sufre nuestro país, y que no hacen sino resaltar o restar importancia a numerosos datos históricos de nuestra patria, con el fin de usar y amortizar electoralmente aquellos que les convienen mientras obvian otros. En definitiva, instrumentalizando así el conjunto del capital cultural al capricho de los caciques de turno que siguen capitaneando estos territorios hacia el tribalismo perpetuo. 

El Reino de Valencia fue una entidad administrativa dependiente de la Corona de Aragón desde 1238 hasta el fin de la guerra de sucesión, en 1707, cuando, precisamente tras la batalla de Almansa y la consecuente victoria de los Borbones, la región quedó supeditada a los Decretos de nueva planta, un nuevo modelo territorial que suspendía Les Furs (fueros cuya vigencia se remonta a 1261). Hasta aquí la descripción objetiva de hechos. Ahora bien, ¿de qué manera se usan estos acontecimientos históricos en la defensa de imaginarias naciones que han sido supuestamente invadidas y sirve esto para justificar delirios independentistas y nacionalistas? 

En primer lugar, hay mucha mala fe a la hora de narrar la propia guerra de sucesión. Los partidos nacionalistas suelen referirse a ella como una guerra de secesión, como si en ella se hubieran enfrentado los pueblos con nacionalidades propias contra un centralismo que encarnaban los Borbones, y que buscaba ocupar y expoliar los recursos y cultura de los primeros. Este conflicto duró desde 1701 hasta 1707, tras morir Carlos II sin descendencia, e implicó a todos los estados europeos en la contienda, pues dos candidatos se disputaban el trono. 

Por un lado, Felipe de Anjou, de la Casa de los Borbones y ascendencia francesa; por otro lado, Carlos Francisco de Habsburgo, archiduque de Austria. Lo cierto es que ambos encarnaban modelos de estado bastante diferentes. Mientras que el primero representaba el espíritu del liberalismo ilustrado propio de la época en Francia, y promulgaba un despotismo ilustrado, que hoy nos puede parecer muy totalitario, pero que para la época era un avance hacia el progreso, el candidato austríaco seguía encarnando la figura del monarca absolutista con todos los poderes concentrados en su persona y afín al Antiguo Régimen. Siempre que en España se han confrontado ambos modelos, las regiones de tradición nacionalista han apostado por los sistemas absolutistas, como volvieron a dejar claro durante las guerras carlistas oponiéndose a las reformas de talante liberal que impulsaban la reina Isabel II y sus consejeros. 

Pero es que, además, la guerra de sucesión no puede leerse en clave secesionista, porque si bien suele simplificarse el asunto diciendo que las zonas de tradición nacionalista apoyaron mayoritariamente al aspirante austriaco, lo cierto es que muchas guarniciones de soldados defendieron al aspirante francés del mismo modo que en zonas supuestamente partidarias de los Borbones, como Madrid, hubo grandes grupos defendiendo al archiduque Carlos. En definitiva, los bandos no estuvieron tajante y nítidamente diferenciados, sino que el conflicto respondía a la pugna de intereses confrontados en un momento en el que Europa se debatía por abrir paso al liberalismo político, y, por tanto, se trata de una guerra civil y no de guerrillas tribales por independencias de naciones oprimidas.

Lo de apelar a la opresión de pueblos que han sido ocupados es, de todos modos, un mantra que los grupos de la izquierda española usa a conveniencia. Por ejemplo, en las vindicaciones nacionalistas por el Reino de Valencia se apela a la batalla de Almansa como momento clave de una supuesta ocupación, retrotrayéndose a la época de Jaime el Conquistador como periodo de autonomía y liberación de la zona. Ahora bien, entre ambos sucesos se están obviando siglos en los que pasan muchas cosas, las cuales no les interesa recordar porque les desmontan su lectura de la historia. Especialmente relevante es la unificación de las Coronas de Castilla y Aragón en la segunda mitad del siglo XV, hecho carente de medios coercitivos sino llevado a cabo de la forma como tradicionalmente se sellaban unificaciones territoriales en esta época, mediante matrimonios y uniones dinásticas. Por mucho que ciertas zonas continuasen con sus fueros, es evidente que este acontecimiento impide una lectura en clave nacionalista o independentista de la región valenciana. 

La apelación constante a Jaime el Conquistador tampoco resuelve estas contradicciones. Esta figura casi legendaria arrebató las tierras valencianas a los ocupantes musulmanes que se habían establecido por casi toda la península ibérica. Hablar de Reconquista en este caso, y los propios nacionalistas valencianos así lo hacen y además otorgan a esta hazaña un gran valor cultural e histórico para enraizar sus señas identitarias, es reconocer que los árabes no encarnaban dichas señas, y que hay que remontarse a los siglos anteriores a la llegada de los musulmanes para encontrar el sustrato identitario de este territorio. 

Resulta que los tiempos a los que hay que remontarse es el reino visigodo. Esta etapa en nuestra historia es bastante olvidada e ignorada en el sistema educativo, dado que representa el punto de partida de lo que puede ser la Nación española, cosa que, obviamente, no gusta, porque no sirve, a los intereses de los partidos nacionalistas, que para estas cosas operan como una mafia que trafica con datos históricos y establece ejes identitarios a la carta y por capricho. ¿Cómo puede apelarse a una supuesta nación valenciana habiendo restos visigodos por toda nuestra región, que son anteriores a la Reconquista? El reino visigodo echa por tierra toda aspiración nacionalista porque pone de relieve la existencia de un territorio unificado que, si bien no tomó la forma de estado en el sentido moderno del término, sí evidencia la existencia de un espíritu de unión en clave nacional. 

Precisamente por ello y sólo por ello, es plausible hablar de Reconquista. A partir de la llegada de Jaime el Conquistador y tras la expulsión de los árabes, y hasta la unión de los Reyes Católicos, toda la zona de Valencia pasó a depender de la Corona de Aragón y se llevó a cabo un largo proceso de repoblación cristiana. El propio Jaime contribuyó a ello facilitando flujo migratorio de familias de una incipiente burguesía provenientes de Aragón y Cataluña. La llegada de estas familias no es tomada por los nacionalistas valencianos como un ejemplo de ocupación colonizadora, y esto hace que su discurso no se sostenga y albergue múltiples contradicciones. 

Y es que, en resumen, resulta entonces que, para ellos, el reino visigodo es un episodio sin importancia que nada dice sobre la nación española, aunque sirve para hablar en términos de Reconquista frente a invasores musulmanes, si bien los catalanes llegados justo después no son colonizadores, aunque sí lo son los emigrados de otras regiones tras el matrimonio de los Reyes Católicos, y tras un paréntesis de varios siglos, lo que importa es la batalla de Almansa porque con ella, se usurpan las señas identitarias de Valencia tras la victoria de los Borbones. ¿Quién establece aquí qué es ocupar y qué repoblar? ¿Quién hace la distinción entre lo que es un grave ejemplo de colonización y un episodio anecdótico de la historia? ¿Quién señala qué fecha o momento histórico es clave para dotar de identidad cultural a un territorio y decide que otras fechas y sucesos no tienen importancia? 

Para los nacionalistas vascos, por ejemplo, el momento que justifica su discurso se remonta a la época romana y la existencia de los vascones. ¿No parece acaso que, para estos grupos, la historia es un pozo mágico del que pueden extraer cuanto quieran para legitimar sus discursos? ¿No es ésta acaso una burda forma de tergiversar el sentido de la historia y nuestro capital cultural sólo para beneficiar electoralmente a ciertos partidos que viven del conflicto territorial perpetuamente? ¿Por qué hay que quedarse en una época y no en otra? ¿Por qué la época que ellos deciden señalar es la importante, la que clarifica quiénes somos y se niegan a que nos entendamos desde el propio transcurso del tiempo? 

Ellos tienen un sentido estático de la historia, así como una concepción de la memoria histórica sesgada desde las urgencias del presente, lo que les impide escuchar a la historia misma en su pluralidad y diferencia. Efectivamente, los nacionalistas le tienen terror a la diferencia, a la mezcla, a lo que nos ha unido a lo largo de la historia de esta mezcla que somos nosotros. Ellos prefieren compartimentar para entender, detener el tiempo y la mezcla, y así glorificar o condenar sin tapujos los hitos que sirven a sus intereses. También de este modo justifican sus prejuicios regionalistas. Existe un dicho a propósito de la batalla de Almansa, «de poniente, ni viento ni gente». No hay más preguntas, señoría.

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