Castellano y español

Hay una cuestión por la que grandes académicos y políticos han venido últimamente interactuando entre ellos para crear un conflicto alrededor de la diferencia de denominaciones que recibe nuestro idioma, algo que ya sabemos de antemano, que sucede cada vez con mayor frecuencia. Crear un conflicto donde no lo hay es el “modus operandi” de aquellos que juegan al desgaste de nuestra democracia. No es nada nuevo que no hayamos visto ya en diferentes situaciones, llegando incluso a encontrarnos en ellas a representantes del Partido Popular. Y, como venía diciendo, también la denominación de nuestra lengua ha sido blanco de una estrategia que solo busca discordia entre españoles. No se puede caer en una cuestión que es tan sencilla de explicar sin conflicto alguno que medie.

Me preguntabais días atrás, por cómo opinaba yo, si me parecía más correcto llamar a nuestro idioma castellano, o bien, denominarlo idioma español. Y es que, de verdad, no puede ser más simple. En primer lugar, acudiremos a la solución que nos da la RAE como principal autoridad en estos temas, os cito textualmente: “Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español.

La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región.

En España, se usa denomina con el nombre castellano cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco”. Llegados a este punto, creo que buscar polémica entre las dos denominaciones obedece más a otra imposición ideológica que a cualquier otra cosa, imposición ideológica forzada a dar relevancia a las lenguas de ámbito regional en detrimento y anulación de la dimensión universal de la lengua común de todos los españoles.

Hablar de lengua castellana, ayuda a crear en el subconsciente una separación, una frontera entre distintas autonomías, especialmente en aquellas regiones de España con corrientes políticas que quieren creerse y manifestarse como naciones distintas de la española. Sin embargo, hablar de lengua española es hablar de España en toda su extensión, en su gran totalidad, sin fronteras internas. Y esta es la definición que a algunos les duele por más concreta y correcta que sea.

Pero es que hay más. Hablar de lengua española es hablar de Perú, de México, de Puerto Rico, de Chile, Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Paraguay, República Dominicana, Cuba, Costa Rica, Panamá, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Argentina… y de tanta gente en EEUU que suman una cantidad de hispanohablantes muy superior a los que tenemos en la propia España. Hablar de la lengua española es realmente hablar de la Hispanidad. Por todo esto, hace mucho tiempo que dejé de utilizar el término castellano para referirme a la lengua española en su gran magnitud e importancia. El idioma español, esa lengua de poetas que sabe a dulce.

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