De Al-Ándalus a Al-Ándalus, pasando por España: el final de lo que somos

Este fin de semana se ha vivido uno de los hechos más bochornosos que se recuerdan en nuestro país. Por sí alguien todavía vive al margen de la actualidad más hirviente, una falla de Valencia con motivos islámicos ha sido “indultada” y no se quemará. Sí. Inaudito. Siglos y siglos de una tradición afianzada en nuestro país donde el fuego sirve de purificación y el carácter satírico y absolutamente vacío de “mala leche” llenan de color las calles de Valencia han perdido en un solo día su sentido. Y todo por el “buenismo” imperante en una sociedad infantilizada con unas infinitas tragaderas que acabará por consumirnos.

529 años. Más de medio milenio ha pasado desde que los Reyes Católicos consumaron la Reconquista con la rendición por parte de Boabdil El Chico del Reino nazarí de Granada. Mas de medio milenio desde que borramos del mapa peninsular la dominación islámica que nos hubiese sumido en una edad media permanente. Yo no me escondo: el cristianismo trajo el progreso a España, a Europa y al Nuevo Mundo. Y podemos estar bien orgullosos de ello.

Pero que nadie se confunda. Esto no es un artículo “islamófobo” ni nada por el estilo. Ni mucho menos. Porque la culpa no es nunca del que pide, es siempre del que da. La inmigración por definición busca una “nueva vida” y la naturaleza humana, por su parte, siempre caminará hacia la comodidad en cualquier lugar en el que uno se halle. Y ellos exigen lo que tienen en sus países islámicos de origen. Es hasta lícito. Lo que es absolutamente denigrante para nuestra Historia y nuestras tradiciones es el hecho de que nos arrodillemos ante dichas exigencias y reneguemos de nuestra forma de pensar, nuestra forma de actuar y nuestra forma de vivir y todo ello, como condición sine qua non, vilipendiando los elementos culturales y símbolos que reflejan la identidad de la que hasta hoy ha sido una Nación perfectamente reconocible en todo el globo.

En el libro de Douglas Murray, La extraña muerte de Europa, se nos expone muy claramente cuál es el proceso claro de autodestrucción de una Europa cuyos pilares culturales hoy se resquebrajan a la vista de todos. Ningún líder europeo ha sabido -o, mejor dicho, ha querido- poner límites a una inmigración masiva que se niega a integrarse y que buscan en su lugar de destino -nuestro hogar- exactamente lo mismo que tiene en sus países de origen. Y de aquellos polvos, estos lodos. La tolerancia hacia el diferente practicada de manera desmedida únicamente puede conllevar la destrucción de nuestro propio ser. Y ese es el principal padecimiento de la España -y la Europa- que un día conocimos, respetamos y amamos.

Hoy la izquierda española vive principalmente del odio a la Cruz y de abrir la puerta a la “Media Luna”. El motivo es sencillo: la destrucción del sistema occidental actual para su posterior moldeamiento al libre designio de la hoz y el martillo. De las libertades a la esclavitud. Como ya he dicho en reiteradas ocasiones, el socialismo tiene en el cristianismo la horma de su zapato. Los principios y valores que han moldeado nuestro modo de vida e impulsado las Constituciones liberales allá donde las hay es precisamente lo que frena el expansionismo de la ideología más dañina de la Historia. La de los 100 millones de muertos.

De lo que parecen no enterarse es que sustituir una población educada en una religión hoy separada de las instituciones por otra donde el mandato claro es que todo estado debe basar su ordenamiento jurídico en la Sharia y otros textos es, a todas luces, un suicidio social. El islam, más que una religión, es una aspiración política. Siempre lo ha sido. Desde las conquistas de Mahoma hasta el Daesh o la reciente reconquista talibán de Afganistán. Y en ninguno de los estados cuyas instituciones guían su camino en el Corán tiene cabida absolutamente nada de lo que predican unos progres que parecen alimentarse exclusivamente del odio. Ni el feminismo, ni la lucha contra el cambio climático, ni los derechos LGTBI. Nada.

Y hay un riesgo extremo en todo este proceso: la islamización de España. Y es que, si atendemos a los datos de natalidad de población árabe y la confrontamos con las de nacionales, entenderemos que la curva de población islámica no dejará de crecer. Ya ocurre en países como Inglaterra, Francia o Bélgica, entre otros. Y si a un colectivo en constante y exponencial crecimiento con unas férreas creencias políticas basadas en la religión le dotas de un poder basado en acatar todo aquello que pidan, es el fin.

Y llegará el día en que cuenten con un número suficiente de potenciales votantes como para la creación de partidos políticos que concurran a las elecciones. Primero serán las municipales e incluso me aventuraría a asegurar que el primer alcalde musulmán de España será el de algún municipio de Cataluña. Luego, las autonómicas y, por último, el premio gordo. De esto también avisa Michel Houellebecq en su obra Sumisión. Sí, no será dentro de 10 años. Puede que tampoco de 20. Pero ese día llegará, no les quepa la menor duda. Y no será culpa suya, querido lector. Será culpa de usted, de mí y del resto de españoles que estamos renunciando a la defensa de todo lo que somos.

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