Libiamo

El 27 de marzo de 1958 el teatro San Carlos de Lisboa, llenó sus butacas y palcos de oídos privilegiados que pudieron escuchar a un fantástico Alfredo Kraus y una esplendorosa Maria Callas interpretar La Traviata. Lo grabaron en vivo y lo comercializaron en vinilo para todo aquel que no tuvo la suerte de poder asistir ese día. Kraus, a diferencia de Callas, hacía apenas un par de años que había hecho su debut. Aun así, su voz tan personal consiguió brillar con ímpetu y logró con ello una extraordinaria carrera llena de reconocimiento absolutamente merecido.

La Traviata es una ópera en tres actos que, a mi parecer, deja un mensaje singular que no todos los ojos son capaces de percibir. Basada en la novela La dama de las Camelias de Dumas hijo, Verdi nos introduce en la historia con un preludio de ensoñación que claramente predice el dolor. Ambientada en la ciudad de París del siglo XIX, Violeta Valéry, una rica cortesana llena de lujos y comodidades superficiales, esconde un gran secreto a la vista de los demás. Oculta tras una tupida coraza de apariencia frívola y desenfadada, vive acorde con lo que la sociedad le ha dictado que haga sin comprender que hay algo más detrás del telón, solo que nadie le ha mostrado hasta el momento que lo hubiese. Los hábitos pueden llegar a ser muy traicioneros, y si a ti te designan que no mereces ser amada conforme eres, al final terminas completamente persuadida de ello.

Alfredo Germont es, digamos, lo contrario a Violeta; soñador, inocente y con un corazón tan ardiente como el infierno. Se enamora de nuestra protagonista y se resigna a amarla desde las sombras esperando con paciencia infinita la ocasión de poder conocerla. Cuando finalmente le declara su amor, no le cree. Convencida de que le está mintiendo de forma descarada se fuerza a pensar que no le importan sus sentimientos. El famoso dúo «Un di, felice, eterea» comienza a sonar, en el cual Kraus y Callas consiguen fundir sus voces en una sola provocándote escalofríos incluso en los recovecos más profundos de tu alma, haciéndote comprender con suma perfección; las razones de la frialdad de ella y la calidez de él. Ahora bien, ¿quién podría resistirse a ese sentimiento, puesto que no son los labios los que hablan sino el amor? Cae rendida al fin ante esas sensaciones de las que desconocía su existencia y esa semilla que había dejado olvidada, enceta a brotar con el ardor del sol combinándose en impecable armonía con la frescura del agua.

Violeta ve a Alfredo por primera vez, lo percibe por primera vez, lo conoce por primera vez, ya que no hay verdad más universal que cuando abres tu alma a otra persona es imposible que deje indiferente a quien va dirigida. No obstante, lo hace con el extraño conocimiento que deja el no saber responder porqué no lo había mirado antes, con esa peculiar familiaridad que otorga el haber albergado a alguien en tu corazón sin ser consciente de ello.

¿Y qué es el amor sino un sentimiento que no esperas que sea correspondido, pero a la vez eres incapaz de dejarlo en tu pecho porque piensas que va a estallar si no le ofreces ese cariño tan sincero e intenso a la persona que lo provoca y merecedora de él? Te conformas entregándolo en silencios, en miradas, en poética simbiosis buscando la felicidad de ese ser que estimula en ti las más tiernas de las ensoñaciones.Y si en su libertad, algún día, tienes la fortuna de ser amado de igual manera, sin fachadas ni engaños estúpidos, considérate a ti mismo privilegiado porque te aseguro que encontrar esto en un mundo revestido de puras apariencias es tremendamente complicado.

La certeza de que los parámetros que rigen la sociedad en estos tiempos no han variado mucho comparado a los de tres siglos atrás, es una terrible realidad. El corazón de Violeta, al cual casi no le queda tiempo terrenal, es forzado a ponerle un final a su bonita historia por el mero echo de ser juzgada y condenada por dichos parámetros, además de las inevitables repercusiones que marcan a personas inocentes por el camino. Desbordada con un intenso dolor, debe romper el de Alfredo por esa tremenda hipocresía, consumiendo el reloj de arena de su vida con ello, pero llevándose consigo algo que no todo el mundo puede conseguir; amar de verdad. Un desgarrador «Amami Alfredo» emana de la garganta de la soprano con desesperación mientras escribe la carta más dolorosa de su existencia. Recolectando así la precisa ironía que le brinda la crueldad al tener que pagar su descuido inicial destruyendo lo que venera con el propósito de procurar lo opuesto; salvarlo.

Al escuchar su tormento, tu empatía te parte en dos, puesto que descubres que nadie en este mundo quiere herir a quien ama; a no ser que se ame más a uno mismo. Pero, ¿qué ocurre cuando tu presencia supone una amenaza, aunque esta sea irracional, sobre aquello que atesoras con tanta vehemencia? Pues que tu autoestima vuelve a caer en las fauces de las bestias con mayor ferocidad aun si cabe, hundiéndote en los abismos de la tristeza y melancolía, por haber perdido lo que desconocías en una partida de póker contra la fatalidad.

En resumen, es una ópera maravillosa que a pesar de cuyo estreno estuvo acompañado del fracaso, Verdi aseguró: «El tiempo me dirá si es la obra o fueron los cantantes». No obstante, un siglo después, este maravilloso dúo del Bel Canto demostró que esta magistral creación estaba hecha para ellos sin ninguna duda.

Artículo dedicado a todo aquel que no miró a alguien especial en el momento en el que debía.

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