Reflexiones garzonianas

Ha pasado más de una semana y aún colean el tema Garzón y “sus” macro granjas. Lo más triste de este asunto no es que el ministro haya echado tierra sobre los ganaderos españoles poniendo en duda la calidad de la carne que producimos, ni tampoco que la oposición se haya lanzado como buitres ante el ya casi cadáver político del responsable de consumo del Gobierno de España. Lo más penoso de este asunto es que, como de costumbre, nos quedamos en la superficie y no vemos más allá de lo inmediato.

Creo que nadie podrá negar que el progreso y las mejoras que se han introducido en los modos de producción agrícolas y ganaderos han supuesto un gran beneficio para la ciudadanía en general. Facilitar el acceso a la proteína animal, a la leche y sus derivados, ha tenido como consecuencia la mejora en la salud de la población sobre todo en el sector infantil. La cuestión está en que tampoco nadie podrá negar que estas mejoras han tenido su impacto. ¿Recuerdan aquella historia de que en la época de los romanos una ardilla podía atravesar la península ibérica saltando de árbol en árbol? Pues ahora traten de recordar el paisaje en el que se han convertido los campos de Castilla como resulta de transformarse en el granero de España. Nada que ver con antaño, pobres ardillas del siglo XXI…

Efectivamente, toda acción encaminada a mejorar nuestra calidad de vida tiene indefectiblemente un impacto en el medio ambiente. Dar pan a una España en la que no se ponía el sol, implicó poner al borde de la desertificación a una parte significativa de la piel de toro, del mismo modo que nuestros hábitos alimenticios actuales, nos obligan a tener modos de producción incompatibles con la ganadería en extensivo. Es aquí donde echo en falta una invitación a la reflexión por parte del ministro Garzón y los partidos de la oposición. No sirve de nada señalar el problema de la contaminación por purines dando como solución la ganadería en extensivo, si no se explica cómo vamos a hacer para cubrir el déficit de proteína que implicaría el cambio de sistema productivo.

¿Vamos a cultivar cereal? ¿Hemos pensado dónde lo vamos a cultivar? ¿Será transgénico o no? ¿Contaminarán los acuíferos los fertilizantes que usemos? ¿Acabarán los plaguicidas que usemos con la fauna insectívora? Estas son sólo algunas preguntas que deberíamos hacernos antes de proponer soluciones mágicas que arrojar a la cara del adversario político. Enarbolar la bandera verde del desarrollo sostenible ha de hacerse con rigor, analizando todas y cada una de las variables que entran en conflicto con la solución propuesta y, sobre todo, hacerlo escuchando a aquellos que proponen alternativas para que entre todos consigamos, mediante el debate y el análisis, encontrar el camino menos lesivo para nuestro entorno natural.

Como siempre en mis artículos, terminar señalando que somos nosotros responsables y protagonistas de que nuestros políticos dejen de jugar a polis y ladrones y pasen a comportarse de manera sensata. Nosotros los elegimos, no lo olvidemos nunca.

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