Una sociedad no es un mero agregado de átomos iguales, sino de las relaciones cambiantes que entablan entre sí, de sus intereses muchas veces contrapuestos, de sus necesidades, que nunca son las mismas, pues cada poco tiempo aparecen muchas que antes no existían, etc. Nadie puede abarcar con su mente algo así. Menos aún puede diseñarlo un individuo o un grupo. Creer que alguien puede organizar una sociedad de muchos millones de miembros es un grave error. Ni siquiera expulsando a los mayores de diez años, como decía Platón en La República, es posible hacerlo.
La razón humana no tiene tanto poder y no hay programas de ingeniería social capaces de dárselo a alguien. El que algunas sociedades hayan prosperado más que otras, sean más libres o hayan logrado mejores expectativas se debe a que en ellas han cristalizado ciertas tradiciones, como las universidades, el mercado, etc. Pero estas instituciones no han podido ser programadas por nadie. Lo único que cabe hacer ante este hecho es tratar de entenderlo cuando ya está en marcha, no antes. La ciencia de la historia siempre es retrospectiva, nunca profética.
Algunos autores tratan, por ejemplo, de desentrañar la madeja de acciones de toda índole en que consiste la política de las naciones. Uno de ellos es Henry Kissinger, que publicó el año 2014 El orden mundial. El solo título, unido al nombre del autor, premio Nobel de la Paz, secretario de Estado con Nixon y asesor de varios presidentes de los Estados Unidos, sugiere que contiene una revelación de los hilos que mueven los poderosos para tener el mundo a sus pies. Pero no hay nada de eso. Nada más empezar su lectura se encuentra uno con una afirmación tajante: que el mundo nunca ha tenido orden y que lo único que puede pasar por tal, pero solamente en Europa, es la Paz de Westfalia, de 1648. Ahora bien, aquella paz sucedió a un siglo de guerras encarnizadas en Europa Central, que condujo a la guerra de los Treinta Años, una lucha a muerte en que se mezclaban los motivos políticos y los religiosos y la capacidad de destrucción de los ejércitos creció hasta límites desconocidos. La cuarta parte de la población murió por hambre, enfermedad o en el campo de batalla.
La guerra sólo llegó a su fin cuando cada contendiente llegó por su lado a la convicción de que no le era posible aniquilar a los demás. Puesto que ninguno era tan poderoso como para imponerse al resto de contendientes, todos tuvieron que aceptar la existencia de muchas unidades políticas, dotadas de creencias y prácticas contrarias: las que habían luchado a muerte entre sí. Después todos velaron armas para que ninguna de ellas fuera hegemónica. Éste es el orden que ha reinado en Europa durante tres siglos y medio, un orden que ninguna mente pudo diseñar. Quienes lo gestaron tampoco pudieron saber qué clase de organización estaban alumbrando.
«La guerra es padre de todas las cosas. A unos hace hombres y a otros dioses, a unos esclavos y a otros libres» (Heráclito)
Además, tampoco fue mundial. La larga y terrible contienda sucedió lejos del territorio de dos imperios inmensos de raíz católica, España y Portugal, que estaban tejiendo su propio orden. India y China, otros dos grandes y antiguos países, también fueron ajenos. Y toda África, el Imperio Otomano, Persia, etc. El orden mundial europeo no fue ni mundial ni ordenado, excepto como biocenosis, según dijo G. Bueno, es decir, como conjunto de especies parasitarias, depredadoras, etc., que en un ecosistema dado se aprovechan unas de otras para su supervivencia.
No hay ni ha habido un orden mundial y no existe ni existirá el denominado Nuevo Orden Mundial (NOM), porque no es posible que haya un solo plan exitoso que se aplique a todo el planeta. Nadie es capaz de tal desmesura, y no por falta de deseos y desvaríos. El empeño se ha atribuido a los judíos, los capitalistas, los Illuminati, el Partido Comunista Chino, la CIA, los plutócratas, los banqueros, algunos grupos infiltrados en la Iglesia Católica, la Casa Blanca, los extraterrestres, los Rockefeller, los masones, los Rothschild, la OTAN, etc., pero siempre se trata de lo mismo: de un dislate imposible.
No niego que haya grupos que lo intenten. Lo que niego es que puedan hacerlo. En realidad, esta creencia es una secularización de la Providencia, o de su contrario, el poder de Satanás. Por parte de quienes lo creen es corriente como recurso a la pereza: quien está en el secreto de la conspiración ya no tiene que indagar la realidad social y política cambiante para tratar de hacerse una idea de lo que pasa. Él ya lo sabe de antemano. Esta forma de ver las cosas es una variante de la gnosis. Del mismo modo que unas astillas pueden clavarse en una pierna y hay que quitarlas para que la pierna se recupere por sí sola, así las acciones de estos grupos, cuando son dañinas, como suele acontecer, tienen que ser extirpadas para que la sociedad se recupere por sí misma, no porque una mente privilegiada la conduzca a la salvación. Ese conocimiento nos está vedado.
¡Que haya que decir estas cosas!
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