Están llenando de gatos la pajarería

Hoy me he levantado dando un salto mortal. Me he puesto los guantes, las calzonas, he subido al ring y aquí estoy, esperando esquivar puñetazos y patadas… y ya que estamos, repartir unos cuantos mamporros. Porque hoy, algo me dice, que voy a tener que pelear. ¿Hasta cuándo tengo que rebobinar en el árbol genealógico para dejar de sentirme culpable por algo de lo que no tengo responsabilidad alguna? ¿Hasta mis abuelos?, ¿mis bisabuelos?, ¿antes?, ¿los Reyes Católicos?, ¿Abderramán?, ¿Cuál es el límite? Occidente se ha llenado de pagafantas.

Lo cierto es que ya estaban. Pero ahora parece que todos los tontos tienen cosas que decir y, cuantos más tontos hay y más tonterías dicen, más voz tienen. Se ha extendido a lo largo y ancho la sensación de que hay que sentirse culpable por todo lo que hicieron otras personas antes que nosotros, con las que únicamente compartimos apellido y claro, los episodios oscuros de la historia vuelven en forma de losa acomplejando a todos los que pisamos el mismo suelo que aquellos. Tampoco se libran de la inquisición los que acabaron en los libros de historia como ejemplos a seguir por sus méritos o heroicidades. A la vuelta de la esquina, siempre hay un mono con ganas de poner patas arriba la historia y no dejan títere con cabeza; que si Fulanito tuvo esclavos hace 500 años, que si Menganito miró mal un día a una mujer… Y así con todo. Ya no quedan tumbas sin remover y ningún muerto que no hayan puesto a caer de un burro, los muy valientes. Por culpa de estos “bonachones», nos estamos comiendo con patatas a todos los que no quieren ni en sus propias casas. A través de OENEGÉS que hacen negocio del tráfico humano y con la ayuda y beneplácito de los gobiernos del pin 2030, vienen cada día, por mar y aire, numerosos jóvenes en busca de las promesas de la buena vida que les da el sistema de bienestar que tenemos aquí montado.

Los acomplejados tergiversan la historia para que su relato encaje y nos dicen que tenemos el deber de acoger y mantener a cualquiera que venga de un país donde en algún momento de la historia haya pisado un europeo. A veces, lo intentan con más excusas que argumentos, como la de que otros países nos acogieron en el pasado o, como no, sacando el comodín del racismo. Pero siempre omiten lo importante. Cuando muchos de los nuestros se repartieron por el mundo buscando una vida mejor, en destino no había una jugosa compensación en forma de paguita esperándolos. Los sistemas de seguridad social, ayudas o pensiones que hoy disfrutamos, ni se podían aplicar, ni existían, y la única manera de sobrevivir era integrarse y trabajar duro. Ni más ni menos.

De las primeras cosas que me enseñaron mis padres fue aquello de “donde fueres haz lo que vieres” y eso para mí es una máxima. No digo que si voy a Israel tenga que aprender la Torá y consultarle al rabino por el significado de la vida. Lo que digo es que, si voy a buscarme la vida fuera, tendré que hacer el esfuerzo de amoldarme a sus tradiciones, intentar aprender su idioma e integrarme. Respetarles, al fin y al cabo, independientemente de mis creencias o mi cultura.

La pregunta es; si realmente lo mejor para ellos es que nuestra sociedad les trate a todos como niños pequeños que necesitan la caridad del hombre blanco. ¿No es en cierto modo racista dar por hecho que son incapaces de sobrevivir sin nuestra ayuda? ¿no les convertimos en inútiles y serviciales? Será por eso por lo que Pedro Sánchez quiere meternos a doscientos cincuenta mil inmigrantes cada año en España. Para él son mano de obra barata, fáciles de manipular y lo mejor de todo; será, como siempre, la clase trabajadora la que acabe soportando el tinglado acogiendo en barrios ya deprimidos nuevos inquilinos con culturas y costumbres que chocan diametralmente con las nuestras y dedicando parte de su sueldo para mantenerlos. Todo para que un puñado de blancos ricos duerman a pierna suelta en sus urbanizaciones con seguridad privada. No creas tú que aquí vendrán los emprendedores, ni habrá medidas de control de origen como tests psicológicos, revisión de antecedentes o un simple examen de cultura general. Tampoco sabremos si vienen delincuentes o asesinos. Por el momento, ellos vendrán, los que estén en edad de estudiar, los meterán en el instituto que les corresponda y luego si se integran ya se verá.

Personalmente, dudo que haya alguien que le guste ver a gente sufriendo, pasando hambre, viviendo en la calle o teniendo que dejar atrás su hogar y a sus familias. Pero teniendo un país con un 40% de paro juvenil, no estoy muy segura de que la solución pase por traerlos a todos, meterlos en un centro de menores o darles una casa de protección oficial y una paga mensual. Luego se sorprenden de que se acaben formando guetos y la delincuencia se dispare.

Otro de los problemas es que, con tanto buenismo y tanta gaita, luego pasa lo que pasa, que unos cuantos se vienen arriba hablando de patriarcado y de feminismo cuando una pobre chica aparece violada y mutilada… y cuando descubren que los agresores eran extranjeros sus cerebros cortocircuitan, entrando en conflicto y/o sueltan la mítica de “son sus costumbres y hay que respetarlas” o se ponen a hablar del cambio climático o de cualquier otra gilipollez. Digo yo ¿Qué esperaban que fuese a pasar si están llenando de gatos la pajarería?

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