Fue Jiménez Losantos quien le preguntó a Santiago Abascal si se había vacunado. Consideraba una responsabilidad y obligación “cívicas” contestar con su “sí” ejemplarizador, inmenso como una certeza teológica. La respuesta del candidato, sorpresivamente, no fue la esperada. Según él (y tiene razón) el historial clínico es confidencial y existe una ley de protección del paciente. Presumió el entrevistador que se dirigía a los disidentes, para así recoger sus simpatías. Ortodoxo con la cuestión Covid 19, la emprendió contra Abascal. Semejante streep tease no se le habría exigido en los tiempos del VIH. Fiel a su estilo, no tuvo compasión. Confundía la digamos prudencia con abrir la puerta a los curanderos que llama “bebelejías”. Se refería a todos los que no vacunan a sus hijos como “asesinos”, igual que Isabel San Sebastián. Una cascada de improperios salía de su enojo desbocado: malignos, escoria, basura, ratas, cucarachas, ultracarcas, gentuza que se había infiltrado en Vox y que sólo ocasionarían daño al partido. Cometió un error descomunal que quebró su prestigio ante sus propios oyentes. Algunas voces lo acusaban de trabajar para un medio con intereses espurios. Ahora la rebeldía se ilustra con los quemacontenedores más violentos de Europa. Para ridiculizar al reticente, la televisión da voz a un manifestante que habla de curarse en salud “tomándose una sopita”.
El siguiente en caer ha sido Risto Mejide. Desde su programa “Todo es verdad” (antes todo era mentira) dijo que la única salida era tratar a los “no vacunados” como “apestados”. Hablaba de las medidas segregacionistas en estos justos términos, y añadió: “y a mí me parece muy bien”. Su arrogancia de feliz inoculado llegó a oídos de Enrique de Diego. Director de Rambla Libre, se ha posicionado en contra de la vacunación masiva. No es sólo un ciudadano precavido en esta coyuntura concreta: está convencido de que Gates y otros persiguen un exterminio de la población mundial. Su aspecto es el de un homeless muy bien educado. El caso es que ha denunciado a Risto por “delito de odio”. Mejide contraataca con programas-réplica, dándoselas de mártir y apoyado por Montse Suárez, que reclama “decreto de excepción” (además de su abultado cheque) para “no vacunados”. Una polarización obscena se sirve a diario en bandeja.
El tercer hombre es Revilla, pero no el último. Propone la vacunación obligatoria, “por lo civil o por lo militar”. Se oyen campanas en otros países sobre el llamado “pasaporte Covid”: quieren confinar a los rebeldes (una categoría de subhumanos), excepto para ir al trabajo o salidas esenciales. Me pregunto cómo van a vigilar las calles, transeúnte a transeúnte. Imaginemos bocas de metro y estaciones con policía y soldados pidiendo salvoconductos. Si Europa se va a convertir en un lugar inhóspito, reventada por gente desquiciada, habrá que mirarse al espejo. Puedo imaginar columnas de proscritos con su petate al hombro, huyendo, huyendo…
En un cuarto lugar de honor tenemos a Miguel Sebastián, el que quiso ahorrar energía quitándose la corbata. Habla de “amargarle la vida” a los que no se han vacunado “porque no les da la gana”. Su incontinencia verbal y su violencia son de las que dan miedo y exigirían vacuna antirrábica. Sólo le faltó proponer un campo de concentración. Feijóo también está en la lista, y el bueno de Urkullu. Entre los dos se llevan por delante más de 11 derechos, y bien fundamentales. El clima social arrecia, a medida que los medios elaboran sus narrativas: esa es la sobredosis que acabará en una profunda destrucción ética.
Hay un detalle que nos salva y no pequeño. La mascarilla se hace visible, pero la vacuna no. A simple vista, nadie puede saber en qué grupo estás, a no ser que te marquen con un brazalete. En la Seat los estigmatizados comerán en un recinto aparte. La pregunta que se hacía Risto es “qué está pasando”: ¿qué está pasando, insistía, para que tanta gente esté contra la ciencia? Es el mismo Risto que se mofaba de la enfermedad, cuando azotaba Italia. ¿Cómo sabe que no se está equivocando ahora? ¿Acaso la historia de la farmacología no tiene páginas negras? Los 80000 médicos que piden un replanteamiento serio, ¿están todos locos? ¿Está loco Luc Montagner?
¿Se ha generado la confianza necesaria en estas vacunas? ¿No se decía que no contaríamos con un medicamento hasta 2023? ¿Qué implicaciones tiene haber corrido tanto? ¿Por qué se precisan terceras y cuartas dosis? ¿Qué no funciona en países con población total vacunada? ¿A quién le echan la culpa en esos casos? ¿Ha mantenido la OMS criterios claros y sólidos? ¿No es verdad que no existió unanimidad ni en el uso de la mascarilla? ¿Hubo rigor en la asignación de «marcas» en función de la edad? ¿Fueron serios cuando proponían la mezcla en el mismo paciente? ¿Se cumple el «primum non nocere» al vacunar a niños a partir de los 5 años? ¿Está justificado estadísticamente? ¿Acaso no se hacen las mismas previsiones funestas con cada «variante»? Las televisiones no han cesado, británica, sudafricana, delta, delta plus…Con la «o micron» hasta el psiquiatra Cabrera empieza a preguntarse qué se está cociendo aquí. ¿Tenemos que aguantar a Juan del Val y Nuria Roca erigiéndose en autoridades?
Se trata, en todo caso, de una ecuación riesgo-beneficio. Cada uno maneja el miedo como puede y sabe. Unos temen los efectos de la enfermedad y prefieren vacunarse, y que sea lo que Dios quiera. Otros, en cambio, eligen no inyectarse un remedio en fase experimental. Sabemos que las farmacéuticas han exigido ser eximidas de toda responsabilidad. Sabemos que los gobiernos hacen lo propio. No existe consentimiento informado y firmado. Ni el sistema está preparado para establecer una relación causa-efecto adverso.
Lo más triste es, pues, la sociedad que va quedando. El mundo se vuelve otra vez irrespirable, miserable, abyecto. Un médico ha pedido retirar el derecho a la asistencia sanitaria a aquellos que no pasen por el aro. Son los nuevos leprosos, con su campanilla anunciadora. El vacunado quiere creer que hizo lo correcto y que está a salvo. Si la pandemia no va bien, entonces hay que buscar chivos. Los titulares, con sus porcentajes engañosos, no dan tregua. Ahora nos salen con un pasaporte de vigencia limitada, que obligará a la revacunación ad eternum. Los gallegos cargaron contra los madrileños o todo el que viniera “de fuera”. Los vascos cargan contra los franceses y los camioneros. Sólo falta diseñar el logo que marque a fuego a la nueva minoría patogénica. Una vez identificados, se los podría linchar a pedradas.
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