Alcanzando la singularidad

Escribo estas líneas mientras cumplo mi tercera semana de un bloqueo de 30 días en Facebook, castigado por comentarios que, según la inteligencia artificial de vigilancia de la red social, incitan al odio. No es la primera ni la segunda vez en la que me veo en esta tesitura por comentarios realizados con ninguna malicia por mi parte (aunque sí debo reconocer que con bastante ironía), que son malinterpretados por el algoritmo maniqueo y gazmoño que una empresa de setenta mil millones de dólares ha puesto al frente de la vigilancia de sus usuarios. Imposible razonar y recurrir ante este gran hermano que es incapaz de comprender dobles sentidos e interpretaciones múltiples. ¿Es esta la antesala de lo que nos aguarda en el futuro metaverso, esa realidad virtual concebida por Mark Zuckerberg? 

La perspectiva de lo que nos prepara el supuesto genio de las redes sociales es, cuanto menos, inquietante. Hace tan sólo unos días el conglomerado tecnológico de la efe minúscula nos presentaba su “Meta”, plataforma digital tridimensional donde se pretende dar un paso más allá en la interacción de los usuarios de sus redes sociales. Según sus objetivos, Zuckerberg espera que estos usuarios (actualmente más de 2.500 millones de personas en todo el mundo, entre Facebook, Instagram y Whatsapp) comiencen a usar Meta para relacionarse, divertirse, consumir productos y hasta trabajar en comunicación directa tridimensional con otros usuarios. Lo que viene siendo crear otra realidad alternativa, vaya. Una en la que la compañía, dicho sea de paso, controle la publicidad, el comercio y las transacciones económicas, además de mencionar el pequeño detalle de que las normas y los códigos de conducta que se apliquen serán diseñados y verificados directamente por Zuckerberg, que se convertirá así en el dios omnipotente de ese pequeño universo. Ante esta posibilidad cabe preguntarse si es buena idea concederle aún más poder y control sobre nuestra existencia digital a un tipo que ya ha reconocido en el pasado que mercadeó con nuestros datos. A priori parece que no. 

Nos ha tocado vivir en una época de evolución tecnológica vertiginosa, quizá la más decisiva de la historia humana, y son muchos los que comienzan a señalarnos un futuro próximo que no va a reconocer ni la madre que lo parió. Todo parece apuntar a que, a medio plazo, algunos empiezan a señalar 2045 como la fecha clave, la Humanidad conseguirá alcanzar finalmente la singularidad. Y me dirán muchos de ustedes, ¿y qué carajo es eso de la singularidad? Pues algo bastante importante y que puede marcar el devenir de nuestra especie, en el que las inteligencias artificiales, que evolucionan en progresión geométrica, tomen consciencia de sí mismas y sean capaces de actuar de forma completamente autónoma respecto de los seres humanos, los cuales evolucionamos en progresión aritmética. Para muchos entusiastas, esto supondrá el mayor hito de la historia humana, pues nos permitirá convertirnos finalmente en una especie completamente tecnológica, aumentando nuestra capacidades creativas y resolutivas de manera exponencial y combinando la mente humana con la inteligencia artificial. 

No se asusten, es normal tener nuestras reservas acerca de este suceso, al que parece que nos vemos abocados irremediablemente, y más sin tener ninguna referencia tangible más allá de multitud de clásicos de la Ciencia Ficción que llevan décadas advirtiéndonos de los posibles riesgos que nos supondrá este escenario. Porque las potencialidades son enormes, hay que reconocerlo, pero también los riesgos. Para empezar, ¿La capacidad de evolución intelectual de las máquinas las hará totalmente incontrolables por el ser humano o, en el caso de que se pueda mantener ese control, quién lo realizará? Sólo hay una cosa que me inquieta más que darle rienda suelta a las inteligencias artificiales, y es que esas inteligencias artificiales puedan estar a las órdenes de gobiernos, corporaciones empresariales o individuos sin escrúpulos como el anteriormente citado. Ambos escenarios son aterradores para nosotros. En uno dejándonos completamente a merced (aún más de lo que viene siendo habitual) de los poderes fácticos (como ejemplo, el software de reconocimiento facial que ya está funcionando en las calles de China y permite a su gobierno identificar instantáneamente a todos sus ciudadanos gracias a un sistema de cámaras de vigilancia en la vía pública). y, en otro, bajo los designios de una inteligencia superior a la nuestra de la que nos es imposible predecir nada de su comportamiento. 

Harlan Ellison fue el primero en centrarse en este asunto hace más de cincuenta años con No tengo boca y debo gritar, un cuento de terror tecnológico donde una inteligencia artificial omnipotente decide destruir a la Humanidad desencadenando un holocausto nuclear nada más tomar consciencia de ella misma, pero que a su vez mantiene con vida a unos cuantos humanos de forma eterna para someterles a constantes torturas y dar rienda suelta a su crueldad recién descubierta. Este pequeño cuento sirvió de inspiración a James Cameron para crear su saga Terminator, en la que una inteligencia artificial llamada Skynet sigue el mismo patrón de comportamiento que la que aparece en el cuento de Harlan Ellison y decide exterminar a la Humanidad, a la que considera una grave amenaza para su supervivencia. L@s herman@s Wachowsky fueron un paso más allá con Matrix, donde las máquinas son más pragmáticas que Skynet y deciden no destruir a los incordiantes humanos sino mantenerlos con vida dentro de una realidad virtual alternativa (¿de qué nos suena esto?) donde ellas son todopoderosas. 

Ficciones aparte, una cosa es segura, hasta que alcancemos la singularidad nuestros magnates tecnológicos no van a estar con los brazos cruzados y seguirán desarrollando plataformas de realidad virtual alternativa donde ven un auténtico filón de negocio y que será el siguiente paso en la evolución de las redes sociales y los videojuegos, universos virtuales donde sus usuarios puedan vivir una experiencia inmersiva, tales como las que vimos en Tron o Ready Player One, e incluso se comienza a plantear la posibilidad en un futuro cercano de descargar nuestra mente en servidores digitales para que podamos sobrevivir a nuestra propia muerte biológica transfiriéndonos a una realidad digital especialmente diseñada para ello, similar a lo que nos relata la serie Upload. No es casualidad que la institución internacional de investigación de mayor renombre dedicada al estudio de la inmortalidad se autodenomine Universidad de la Singularidad. 

Francamente, soy tremendamente escéptico ante las supuestas potencialidades ilimitadas de lo que nos puedan ofrecer estas inteligencias artificiales y singularidades, que pueden ser tanto positivas como muy negativas, pero si se desarrollan a imagen y semejanza de sus creadores, es decir, nosotros, puede que capten lo mejor pero también lo peor de nosotros mismos, y que cuando les permitamos tomar el control de todo lo que sucede a nuestro alrededor sea el momento en el que debamos gritar pero ya no tengamos boca.

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