Pelillos a la mar

Reconforta saber que existen los buenos samaritanos. Yo me topé con uno días atrás. Era de edad media, de inteligencia media, de estatura media. Perfecto, porque el rechazo a los extremos (no por extrema una idea está equivocada) es una declaración de principios casi obligada. Este caballerete (al que conozco “de vista”) se puso en contacto conmigo. Al principio no le entendí. Me dijo (me escribió, para ser exactos) abro comillas: “perdona que me meta, pero no deberías decir ciertas cosas. Se te va a volver en contra«. Cierro comillas. Tuve que tomar aire y leer y releer. ¿Ciertas cosas?, me preguntaba, ¿a qué se refiere? ¿Podría yo tener problemas por algo que digo?, ¿y qué clase de problemas? De ser un desconocido, no le habría contestado. Si lee este artículo, espero que no se le inflame la almorrana. El caso es que quise salir del estado confusional en el que su mensaje me había sumido. Acababa con un “lo digo por tu bien”. 

Le había molestado Parásitos, mi último artículo. Según él, yo negaba la violencia de género. Admito que recurrí a los mensajes de voz, para explicarme mejor. Ya Gustavo Bueno advirtió que debatir no sirve de nada. Cuanto más me extendía yo, más basura ideológica me atribuía. Lo hacía sin escuchar ni una sola palabra mía. Me costó mucho conciliar el sueño esa noche. Después de 24 horas… ¡pelillos a la mar! Seis son los puntos que tocamos él y yo. Paso a exponerlos aquí brevemente. Que sirvan para frenar la buena voluntad de otro alma caritativa, si lo hubiere, que por lo bajinis ceda a la tentación de pretender callarme.

Llamar “de género” a cierta violencia no es más que una forma de explicar una realidad muy compleja. Recuerdo el enfrentamiento terminológico allá por los años 80, cuando el feminismo no se ponía de acuerdo en si denominarla “violencia doméstica”, “violencia de pareja”, “violencia machista” o “violencia sexista”. Hoy se ha impuesto la acepción “violencia de género”. Se entiende como la que ejerce un hombre sobre una mujer “porque ésta es mujer”. En la conjunción causal está la clave, tanto si se acierta como si se yerra. Modestamente creo que es un error. Eso no implica negar los homicidios  que catalogan de “femicidios”. Habría que estar loco para hacerlo.

El que mata arremete contra aquel o aquella con el que ha establecido un conflicto. No importa si es su exmujer, un vecino o su propia madre. La supuesta especificidad que le otorga el dogmatismo actual se va transmitiendo de unos a otros. Se expone así en cursos, másteres, simposios, congresos. De tener razón, ¿cómo encajamos los asesinatos que recoge la criminalística perpetrados por ellas? Fueron las grandes envenenadoras. Que sean menos, no altera el argumento. Sería tanto como decir que unas vidas valen más que otras.

Mi interlocutor me atribuía posturas “de ultraderecha”. ¡Acabáramos!, ¡haber empezado por ahí! Le pedí que me definiera el concepto, para ver si me reconocía, pero sólo escribía vaguedades. Le cité a Escohotado, que en paz descanse, a la Kreimer, a Paglia. De pedantería no me acusó, la verdad. Cuando le recordé la teoría especular, guardó silencio. ¿Acaso no es más útil revisar la teología del feminismo hegemónico que satanizar a un partido (y a un buen puñado de pensadores, legisladores), y quedarse tan pancho?

Hablamos de la expectativa de vida, una media de cinco años más alta para ellas y de manera general. No vivirá más quien peor vida ha tenido, ¿qué sentido tendría eso? Además se jubilan antes en algunos países, como Argentina o Suiza, y también se prejubilan más. El patriarcado las hace polvo…

Casi me excomulga, cuando afirmé que la brecha salarial no existe. No como se denuncia: a igual trabajo, menor salario. Calculan un promedio entre sueldos netos y dividen, sin tener en cuenta otros parámetros. Hay que fijarse en el tipo de trabajo y las horas invertidas. Si hubiera brecha, sería inconstitucional y poco congruente. Eso significaría que el empresario les regala el dinero a los hombres. Un abogado ha ofrecido sus servicios gratis, si alguna mujer se encuentra en el caso. Hasta la fecha no ha recibido ninguna demanda.

El techo de cristal nos ocupó un buen rato. Sería algo así como una cúpula asfixiante que nos mantiene por debajo de ese límite. Sobran ejemplos para constatar que es otro mito, al menos en los tiempos que vivimos. Una vez más, nos damos de bruces con las matemáticas. Los cargos implican cargas. Las mujeres que pueden escalar puestos tienen que decidir si asumen los inconvenientes. La maternidad es piedra de toque, indudablemente. En los países que ofrecen bajas equitativas, se observa que las mujeres (¡es la biología, hermano!) se acogen a ellas por más tiempo. 

El último punto fue un barullo, tipo cajón de sastre. Mi valedor me embarraba a cada paso que yo daba. Los hombres sufren el 90 por ciento de los accidentes laborales, le dije con tono desesperado. La razón no es otra que la de cargar con los trabajos más peligrosos, sucios, contaminantes. ¡Ahí tampoco existe la paridad! ¡Se suicidan más y están abandonando estudios a ritmo alarmante! Las llamadas “nuevas masculinidades” establecen sobreentendidos falsos. Acabamos por creer que nunca han abrazado a sus hijos, que jamás pelaron las patatas o que esconden sus lágrimas detrás de un telón de acero. 

Creí que frenaría en seco, pero nones. Me reprochó que “defendiera a los hombres”, como si hacerlo implicara que soy tan imbécil de tirar piedras sobre mi propio tejado. Recordé esa noche al vibrante profesor Jordan Peterson. Su propia mujer le dice que ha llegado la hora de dar la réplica. Él le contesta que ya es tarde, porque tienen las manos atadas. Afirma que son las mujeres quienes deben encarar al feminismo más desquiciado. Alguien le preguntó: ¿por qué cree usted que no lo hacen? Porque están muy ocupadas, trabajando, viviendo, amando… 

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6 Comments

  1. Creo que de lo que se trata en este artículo es de la libertad de expresión, independientemente de que la autora aborde también la «violencia de género» y otras cuestiones relativas a la mujer. Puedo estar o no de acuerdo con lo que se dice en ese sentido y dar mi opinión; pero pienso que ese señor adoptó una actitud paternalista y que dio consejos cuando nadie se los pidió.

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