Dirty dancing

En esta ocasión, me siento nostálgica. Así que voy a hablar de uno de los clásicos por excelencia de los 80. Dirty dancing o como sería su traducción en español; «baile sucio o caliente». La pelicula se estrenó en 1987 y fue literalmente un «¡boom!» cinematográfico. Con Patrick Swayze y Jennifer Gray como protagonistas, la historia nos conduce por la época de los 60 en un resort turístico de las montañas de Catskill, Nueva York.

Baby Houseman es una adolescente aplicada y responsable, de la cual su padre espera grandes cosas. Su corazón es ingenuo y bondadoso, no se mete en líos ni se salta las normas hasta que conoce a un bailarín que trabaja en el lugar que han escogido para pasar las vacaciones de verano; Johnny Castle. Se enamora de él casi a primera vista, ¿y qué nos pasa cuando nos enamoramos? Pues lo que imagináis; que seríamos capaces de vender nuestra alma al diablo por ello. La famosa escena de la sandía nos da a entender que el protagonista no tiene ninguna atracción por la inocente Baby. Es más, lo presentan como un espíritu rebelde y solitario que no responde ante nadie. Se busca la vida para sobrevivir y su picardía ya está al máximo nivel. Personalidades totalmente distintas, pero así es el universo; adora alborotar alrededor con imposibles.

La trama se va complicando hasta el punto en el que Baby pierde toda la credibilidad frente a su padre, (¡jodidas apariencias!) sin embargo, ella se convierte en una heroína. Lucha contra los prejuicios, por amor, en defensa de que no todo lo que reluce es oro y acaba transformándose en una mujer madura sin perder su bonito corazón en el proceso. Ahora bien, Johnny es lo contrario, a base de palos no se fía ni de su sombra; adquiriendo con ello una tupida coraza de protección que ha ido endureciendo su carácter con el paso de los años.

Hasta aquí todo perfecto. La controversia comienza cuando nos muestran el contraste entre el lado diurno en el resort de apariencia impoluta y el cambio producido por la noche en las garitas de los empleados. Lo siento Sergio (Dalma), eso de bailar tan pegados en aquella época estaba muy mal visto. Luces tenues, una música sensualmente brutal y esos bailes que hacían enrojecer a los más hipócritas de la sociedad, portaban un claro mensaje; un baile es un baile, no tiene porque tener connotaciones sexuales por mucho que lo parezca. Y el que lo vea así le invito a indagar en sus «dirty eyes» para curarse del espanto.

Llegados a este instante, voy a destacar el punto fuerte de la película; la música y sus bailes. ¿Qué os puedo decir? Me parece maravilloso, una pasada, algo muy difícil de olvidar. Comenzando desde «The time of my life» de Bill Medley y Jenniffer Warnes, pasando por The Ronnettes y su «Be my baby», The Contours con «Do you love me», Eric Carmen y su «Hungry eyes», Bruce Channel «Be my girl» y un largo etc de temas que consiguen ponerte los pelos de gallina. Y de enseñanza obligatoria; sentir la música para poder bailarla. Nos muestran pasos transformados en latidos de corazón, giros interminables, rigidez paliada con sutileza por el viento, momentos en los que desaparece el mundo a tu alrededor y una química arrolladora.

Los protagonistas hacen una pareja encantadora, salvaje, sexy, nada convencional y que dista mucho de lo burdo que tanto predomina en la actualidad. La chica «normalita», que no llama la atención, rompe todos los moldes declarándose al chico guaperas y rebelde. Lo tiene claro la prota; una mujer que aunque sencilla, no se asusta de tomar las riendas de su vida ni se queda estancada en inseguridades. Para ella lo imposible no existe ni tampoco lo inalcanzable.

En resumen, una película que en su día causó revuelo. No obstante, en aquella época, nos tuvo a más de una suspirando e intentando hacer ese «salto» tan maravilloso del que me atrevería a decir que todavía recordamos con una sonrisa en los labios. Un clásico inolvidable, desde que comienza la cautivadora intro; con el vídeo en blanco y negro de parejas bailando acompañado con la música de The Ronettes, hasta el último grito de Medley mientras Johnny sube a Baby en sus brazos. Además, un grupo de «dirty dancers» no de diez, sino más bien de diez mil y la muestra de que lo cortés no está reñido con lo valiente. Siempre me quedaré con ese salto y con Patrick Swayze perdiendo el aliento mientras baila con la mujer que quiere. Lo siento, pero no todo es sexo en esta vida; hay cosas que lo superan, le pese a quien le pese.

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