¡Alto, Policía!

No habrá frase más escuchada en el mundo del celuloide que la del policía gritando cuando corre detrás de un ladrón. Y no es un producto de Hollywood, poco importa que el agente de la ley vaya con su gorra, su arma y sus grilletes a la vista, ya que tiene el deber de identificarse y dar la orden de manera alta y clara para que no haya dudas. Aunque tal y como funciona la normativa de este país, dentro de poco le tocará decir con un tono de voz dulce y agradable: “Disculpe Sr. Delincuente, ¿le importaría dejar de correr para que pueda detenerle?”.

En un Estado tan garantista como España, los niveles de tolerancia están rozando lo absurdo, de tal manera que quien intenta hacer que se cumplan los preceptos legales, es el que tiene que pedir disculpas al malote de turno. Porque no hay que engañarse, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, vistan el uniforme que vistan, son los buenos de la película por mucho que a determinados partidos políticos les pese.

No se trata de unidades antiterroristas o cuerpos de élite que, normalmente, a los dirigentes sí les interesa una fotografía con ellos porque cuando entran en acción es algo serio y, sobre todo, con repercusión; hablamos del patrullero común, el que lo mismo está para un roto que para un descosido, pero que nadie lo dude, es el primero en llegar al lugar y la mayoría de las veces sin prácticamente saber a qué se va a enfrentar. Ellos son los que están hartos de detener cientos de veces al mismo malhechor y ver que a la mañana siguiente está en su casa pensando qué farmacia va a atracar o qué coche va a robar por enésima vez. Hace años, un alcalde bastante conocido declaró en la radio: “Hay que perseguir al navajero”. ¿Se imaginan esas mismas palabras hoy en día? Fascista, xenófobo o extremista son algunos de los piropos que recibiría. La realidad es que, por aquel entonces, la ciudad en la que gobernaba gozaba de los índices de delincuencia más bajos de la nación.

Que el delincuente les plante cara, es lógico. Que los ciudadanos los miren con recelo, puede pasar. Pero que el dirigente ponga impedimentos a su función e incluso se enfrente a ellos, eso solo ocurre aquí. Porque malos profesionales los hay, como en todos los sectores, pero en las FCS no abundan precisamente. Les gritan, abuchean, agreden y mientras todo eso ocurre, tienen que escribir cientos de papeles para que no exista ninguna duda sobre su trabajo. Pero todo eso queda reducido a cenizas cuando aparece un vídeo que corre como la pólvora. Ahí es cuando empieza la batalla y pasan a ser la presa favorita de determinadas formaciones políticas, que ven carnaza para seguir alimentando a su electorado “progresista”.

Pero la cosa no queda ahí. En el paraíso de las leyes, se les pone su labor aún más difícil modificando una de las normas que más les afecta, aquella que tiene nombres variopintos: Corcuera, Patada en la Puerta, Mordaza… eso sí, siempre en beneficio del infractor. Pero ¿alguien cree que la policía va cacheando gente por la calle a diestro y siniestro? ¿O que en una manifestación en la que te tiran ladrillos, botellas y otras maravillas, pueden enfrentarse con una simple defensa de plástico?

La próxima reforma de la Ley Orgánica 4/2015, de protección de la seguridad ciudadana, ha puesto en pie de guerra a los colectivos policiales, quienes ven como una vez más se les ningunea y se les considera los villanos del cuento. Quizás debería modificarse el derecho a huelga y permitírselo como al resto de ciudadanos. ¿Se imaginan un solo día sin seguridad en las calles? Algunos seguro que darían saltos de alegría, siempre que a ellos no les afecte, claro.

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