A la carta

Dos noticias saltaron en mi teléfono como dos flashes. La una le siguió a la otra en un corto espacio de tiempo. La primera: Alain Delon anunciaba que se acogía a la eutanasia. La segunda: el restaurante Mugaritz ofrecía un plato gelatinoso que encarnaba un feto flotando en el líquido amniótico. Fue como ver una cinta en celuloide a toda velocidad: de la cuna a la sepultura. Algo había en ese alfa y omega que ponía los pelos de punta. Estaba ante la vida y la muerte “a la carta”. El plato, de nombre “origen”, era una frivolidad indigesta y el final de Delon una tragedia sin paliativos.

Fue cuestión de horas que criticaran al chef Andoni Luis Adúriz. Se defendió arguyendo que “su propuesta” no sale en la carta, que había sido descontextualizada, (¡toma!), que era un canto a la vida. Imagino a los comensales en un simulacro de canibalismo: sólo falta que nos digan que sus ingredientes combaten los radicales libres. Pensé en pócimas, brujas, elixires. Si bebías sangre de una virgen, podías retrasar el envejecimiento. Todo muy ritualista, sólo para iniciados, porque el establecimiento luce (y cobra) dos estrellas Michelín.

Un baile de cifras pugnaban entre sí en mi cabeza: desde el número de abortos (frisando los cien mil) hasta el de suicidios. Casi cuatro mil personas se quitan la vida al año en España, y eso sin que medien las leyes del estado. Suponemos que la existencia se les hace insoportable. Cada vez se habla más de políticas de prevención del suicidio. Se ha levantado el velo de la llamada “salud mental”. En realidad, habría que referirse a “la enfermedad mental”, pero resulta menos inquietante de la otra forma.

Tenemos, pues, un embrión salido de su nicho natural y servido en un cuenco. Es la filigrana típica de sociedades en descomposición. ¡Coma!, ¡pruebe!, ¡es una experiencia cuasi-religiosa! Siempre hubo, y seguirá habiendo, gilipollas dispuestos a todo. Y es que la vida, (¡carpe diem!) hay que apurarla. Es apenas un segundo, de la nada a la nada. Entre los no nacidos y los que se van voluntariamente, estamos los demás, unos siempre alerta, otros más entretenidos, jugando con sus degustaciones. No parece el caso de una tal Irene Vilar, que publicó su libro, Maternidad imposible. Declara para El País que abortó 15 veces en una especie de “adicción a la interrupción voluntaria del embarazo”. No sé si excita el ánimo de las feministas de tercera ola, que arrojan muñecas al fuego en un horrendo acto simbólico. Lo que sí confiesa es su negligencia sexual como forma de control, siempre al borde de la llamada autolisis

Alain Delon es varón, pero no es un suicida. Nada le impediría hacer lo que hacen esos cuatro mil españoles. Pero necesita una muerte adelantada, al cabo de un sopor confortable e inconsciente. Ha sufrido dos ictus y está muy deprimido. Le ha pedido a su hijo que se ocupe de los trámites. En Francia su plan no se puede ejecutar. Recuerdo el profundo bramido de un hombre que fue a morir a Holanda, cuando entró en la habitación y vio la cama preparada.

Atrás queda el Alain Delon de “A pleno sol” o “El gatopardo”. Se ha ido buena parte del mundo que podía reconocer como propio. Un cáncer se llevó a la madre de su hijo. La vejez y la enfermedad son una humillación. Los más jóvenes aprovechan el tirón, a un paso del Parkinson o del Alzheimer. Tanto es así, que Daphne Fernández anda compungida desde que ha sido madre. Antes era “la guapa”, declara, pero la maternidad la ha “invisibilizado”. Y eso que tiene 37 añitos… No le basta con ser del relumbrón, no. Ella quiere ser una diosa de la belleza incorrupta. Le pega más ir al Mugaritz a comerse el feto y salir encantada, vestida de lentejuelas. Ser mujer objeto, para luego protestar por ser mujer objeto.

¡Qué higienizado es nuestro lenguaje y cuánta podredumbre esconde! Hoy nada parece bello, ni prometedor, ni sagrado. Los mismos que han legislado la eutanasia, quieren frenar la voluntad de quienes se van por cuenta propia. A poco que nos descuidemos, pagaremos un impuesto al libre albedrío. No me extraña que Juan José Millás se pregunte por qué la muerte no ha de ser divertida. Quítele usted hierro al asunto, y demostrará que es un tío simpático y enrollado. Que hable con Delon, si tiene agallas, y que encare la verdad del final de la obra. No tenemos sentido del humor, dice.

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

2 Comments

  1. «A poco que nos descuidemos, pagaremos un impuesto al libre albedrío». Contundencia hiperrealista en estado puro. Me gusta. Mucho.

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*